Fantasía ritmica

42 6 14
                                    


Nayeli se sentía perdida en el tiempo, su cuerpo se sentía delgado y era como si flotara por el cielo, lo último que su mente era capaz de procesas fue el encuentro que había tenido con los dos chicos en el departamento de su vecina y en algún momento, simplemente su cerebro fue incapaz de sentir, se apagó por un momento, quizás por un instante y no fue capaz de disernir dónde se encontraba. Así que ahora se miraba así misma, observando el edificio en el que vivía, todo totalmente matizado de un color gris opaco. 

---- ¿Qué me pasó? 

Se preguntó confundida, observando sus manos que se veían transparentes como si se tratara de un fantasma, guiada por un sonido bajo, que sabía reconocer a estas alturas, el sonido del violín negro. 

En una habitación sencilla, de decorado humilde, una mujer sostenía sus manos sobre su abultado vientre, en la superficie de una meza de plastico, un libro sobre maternidad se cernía con elegancia, mientras que las piezas de un violín desarmado, esperaban con calma a que su turno llegara. La mujer, tenía un hermoso cabello negro, que caía con elegancia por su espalda, mientras escuchaba las piezas músicales de una radio sencilla, en la cocina, junto a la que se cocinaban dos ollas de legumbres y el sol acariciaba la superficie de un departamento, cuya armonía, hacian una bella sincronía con la mujer y su embarazo. 

Un hombre caminó de la sala de baño, con el rostro sereno, mientras exploraba con detenimiento, las mangas de su camisa, intentando en todo momento mantenerlas arreglas. Su cabello estaba mojado y caía por su esplada, con la suficiente longitud como para que la mujer que estaba sentada, se riera de forma discreta, intentando hacercarse al hombre, para secar su cabello, antes de que el hombre, terminará de alizarlo. La mujer besó su mejilla y el hombre temrinó por usar un saco negro, sobre una camisa blanca, usar dos disparos de una loción a medio llenar y tomar la caja del violín que descanza en la puerta, despidiendose de su esposa. 

El hombre recorrió el pasillo, mientras observaba a los trabajadores del piso superior subir cargando enormes cajas en dirección a terminar los acabados de un piso, que de acuerdo con la historia del edificio nunca existiría y con un elevador inexistente, mientras que poco a poco aquel hombre, se daba la oportunidad de decanzar sobre sus sueños, con el instrumento músical bien sujeto por su mano. 

La mujer por su parte, intentaba no gastar sus energías y se dedicaba a preparar su comida y a reposar, hasta caer dormida en un edificio que aún no estaba completado y que tenía muchos sitios por llenar,  mientras que Nayeli era un espectador silencioso de una vida rutinaría, hasta que escuchó los gritos de unos hombres que no deberían estar ahí.  Nayeli bajó hasta el piso de la administración dónde le fue imposible reconocer, a los hombres que estaban ahí, una serie de individuos vestidos con trajes, que amedrentaban a unos cuantos hombres jovenes y a una mujer, que no sabría distinguir Nayeli, que se trataba de doña Sara, algunos años en el pasado, pero que todos auguraban que tenían que pagar piso, o las consecuencias serían catastroficas. 


Nayeli sintió una punzada de miedo que se extendió por completo alrededor de su cuerpo, algo estaba mal y aquella sensación la acompañó mientras que el día se volvía noche. Llegada la oscuridad, las luces del edificio comenzaban a apagarse, a pesar de que los hombres que trabajaban en el edificio seguían ahí. Por las noches se rumoreaba que se encendía la luz de un cobertizo abandonado y que se podían escuchar los lamentos de una mujer que estaba en ese mismo edificio, o aquello era lo que escuchaban tres hombres que acababan de llegar de distintas partes del mundo, para escapar de los conflictos bélicos de sus respectivas naciones, se habían hecho amigos por el camino y habían decidido iniciar su nueva vida en la ciudad. Nayeli los veía a todos, los escuchaba a todos y observó a los hombres que había visto discutir con los administradores del edificio, infiltrarse en el mismo, mientras que algunos otros, rodeaban las inmediaciones.  Arrojando bidones de gasolina sobre la superficie, al mismo tiempo que los hombres que habían entrado, rociaban la gasolina en los pasillos, en los espacios vacíos y sobre las puertas, ante la mirada de la noche y la escaza seguridad que los protegía. Un hombre en el interior, encendió una cerilla y el infierno se presentó en el edificio. 

El Violín NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora