Capítulo 4: Atada a él

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Cuando Sara despertó se encontró a sí misma en una mullida cama tapada por una sábana blanca. Miró a su alrededor, se encontraba en un pequeño cuarto bastante sencillo y ordenado.

No recordaba absolutamente nada desde que había comenzado a sentirse mal en la isla. Solo recordaba cosas al azar, su hermano gritando, unas voces rodeándola, ese chico que parecía estar en las mismas condiciones que ella, y de repente, la nada.

La puerta se abrió mostrando a un hombre corpulento con un bigote grande, era moreno, tanto su cabello como su piel. Llevaba un sombrero de copa junto a una capa con el interior morado. El hombre portaba dos bandejas con comida.

—¿Estás despierta?—Preguntó el hombre—Parece que duermes menos que él, aunque eso no es difícil—Dijo con una sonrisa.

—¿Él?—Preguntó Sara.

Giró la cabeza para observar al que pensó sería su hermano, cuando se encontró de frente con la realidad. Su rostro adquirió un tono blanquecino cuando observó que el pecoso que se encontraba a su lado no era ni por asomo su hermanito pequeño, sino Ace, el chico del sombrero naranja, quien dormía profundamente a su lado.

La chica, al intentar alejarse de él, se cayó de culo contra el suelo, despertando al chico que se encontraba a su lado, que se sorprendió cuando vio a la chica con una pierna en la cama, sentada en el suelo tocándose la espalda, obviamente molesta por el golpe.

—¿QUÉ COÑO ESTÁS HACIENDO TÚ EN MI CAMA?—Gritó Ace.

—¡YO QUE SÉ! ¡ESO ME PREGUNTO YO!

Ace contempló la ropa que llevaba la chica, una camisa amarilla que obviamente le quedaba enorme y las piernas al descubierto, pero lo que más le llamó la atención fue la camisa, ya que la había identificado como una de las suyas.

—¿Por qué llevas mi ropa?—Preguntó Ace.

—¿Tú qué?—Preguntó ella.

Sara miró abajo contemplando una camisa amarilla que obviamente le quedaba como siete tallas más grande y que no había visto nunca, y comenzó a panicar cada vez más.

—Tranquila, no te asustes—Dijo Vista visiblemente divertido—Las enfermeras te cambiaron porque ibas sucia y llena de arena y no estabas en condiciones de meterte en la cama.

—Entiendo, ¿Mi hermano también está aquí?—Preguntó ella.

—Sí, antes lo he dejado en el comedor, supongo que seguirá allí.

Sara se levantó de un saltó e intentó salir por la puerta, cuanto antes se alejara de ese par de locos y volviera con su hermano antes podría intentar descubrir cómo demonios volver a su mundo, cómo despertarse de esa horrible pesadilla, aunque el enorme hombre que se encontraba entre la puerta y su libertad la paró de golpe.

—Yo no saldría, y menos sin pantalones, es una tripulación de hombres y tú una joven muchacha con piernas bonitas, creo que saldrías perdiendo tú. Estás más segura con él hasta que encontréis unos pantalones que te queden. ¿Lo entiendes, niña?

—Sara—Respondió ella cortante.

—¿Qué?

—Mi nombre, es Sara, no niña.

—Comprendo, Sara entonces, yo soy Vista. Desayunad, y Ace, ayúdale a encontrar unos pantalones más o menos de su talla antes de que se pasee en camisa de hombre por el barco.

Vista se fue, dejándolos a los dos solos, rodeados por un silencio arrollador. Ace se levantó de un salto, mientras desentumecía sus agarrotados músculos y se encaminó directo a coger las bandejas que había traído Vista, dejándolas en una pequeña mesita que había en su habitación.

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