Capítulo 22: La llamada de la serpiente

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Abrió los ojos aún mareada y con un fuerte dolor de cabeza, casi parecía que tenía una horrible resaca, pero no recordaba haber bebido la noche anterior, lo último que recordaba era haber visto como algo se llevaba a Rubí del pequeño altar que había hecho en memoria de su cuñada y después... nada. Absolutamente nada.

Se giró un poco para ubicarse en ese espacio tan extraño y observó cómo Rubí se encontraba a su lado, tumbada aún en el suelo, con unos ropajes blancos que no recordaba que llevara puestos la noche anterior. La ropa de Rubí era una especie de camisón que le llegaba un dedo por encima de las rodillas, de color blanco con unos extraños bordados plateados en la cintura que le parecieron a simple vista una especie de escamas de serpiente.

Se levantó del suelo en el que se encontraba boca abajo y miró a su alrededor. Descubriendo así que no se encontraba donde pensaba en un principio, pues ese lugar extraño no era una habitación sino una celda, una celda de paredes de roca que estaba rodeada en muchas de sus paredes por tapices rojos, todos ellos iguales, con un bordado que parecía una gran serpiente dorada en forma de ocho.

Se volvió a preguntar en sus adentros por qué demonios tenían que ser serpientes en vez de conejitos. Odiaba ese maldito lugar...

Cuando se movió empezó a sentir como pequeñas piedrecitas le rozaban los pies. Estaba descalza, y eso no era lo único que había cambiado pues al bajar la mirada para cerciorarse de que sus pies en efecto estaban desnudos, descubrió que no solo era Rubí quién llevaba esas extrañas ropas, pues a ella le habían colocado un vestido exactamente igual.

Ese lugar le daba mala espina...

Movió un poco a Rubí para despertarla, llamándola por su nombre. La adolescente tardó un poco en despertarse, y por la cara no debía sentirse mucho mejor que ella, pues el dolor de cabeza era bastante persistente.

—¿Qué ha pasado?—Preguntó Rubí aún desconcertada.

—No estoy segura, pero alguien nos capturó...

El rostro de Rubí cambió de la molestia al horror en milésimas de segundo y se levantó de un saltó observando la prisión que las encerraba. De un momento a otro y antes de que Sara pudiera decir una sola palabra se acercó a uno de los tapices rojos negando con la cabeza.

—Vamos a morir...—Dijo la rubia agarrando el tapiz.

—Tranquila, tampoco es eso, pensemos rápido, alguna vez antes he tenido que librarme de uno o dos problemillas, no te preocupes, no es la primera vez que me meto en líos de estos...

—Tú no lo entiendes... ¡No es un problemilla! ¡Son las puertas de la muerte!—Gritó la chica.

Sara vio el horror en los ojos de esa adolescente, no era mucho mayor que su hermano y parecía haber sufrido demasiado. Por culpa, al parecer, de sus captores.

—¿Ellos fueron quienes mataron a tu cuñada?

El silencio fue una respuesta más que suficiente para ella. Pues Rubí miraba el suelo mientras una lágrima resbalaba por una de sus mejillas.

—Escúchame, no sé qué fue lo que pasó, pero lo que sí sé es que no hay que rendirse tan fácil, no voy a dejar que lo hagas ¿Entiendes?

Por primera vez desde que estaban en ese lugar ella la miraba, con un rayo de esperanza en los ojos, no podía decepcionarla. Tenían que salir de ahí a como diera lugar, el problema era que había hablado solamente para tranquilizarla y no tenía la más remota idea de cómo salir de esca maldita cárcel. Debía encontrar una manera y debía encontrarla rápido.

Un ruido de un cristal haciéndose añicos lo despertó de su dulce sueño. Tardó un rato en saber dónde se encontraba y el mismo en localizar en medio de su ensoñación a la persona que acababa de dejar caer un vaso de agua al suelo.

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