CAPÍTULO 4: OJITOS

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Laura López.

—Si sigues haciendo eso, te vas a quedar ciego —regaño al chico mientras sigo peinando su cabello blanco con mis dedos.

Sonríe.

—Me gusta el ardor.

—Te gusta ser un mongólico.

Empieza a reírse como loco, la nariz se le arruga y las hebras le bailan con el temblar de su cuerpo, me es difícil no seguirlo.

—Imagina que frente a nosotros hay una playa, la arena está caliente, el sol quemando tu piel y la brisa hace revolotear tus rizos chocolate.

—Sería un escenario muy bonito —admito.

—¿Verdad? —se humecta los labios—. Yo lo disfrutaría mucho.

Me pierdo en sus hermosos ojos mientras él lo hace con mis labios.

—¿Qué dices sobre lo que te propuse?

—Eh... —lo pienso un rato para molestarlo—. Creo que si podría concederte la dicha de salir conmigo.

Blanquea los ojos divertido y río dándole un sonoro beso en la mejilla.

Tiendo a ser demasiado cariñosa con las personas que quiero y a él no parece importarle, de hecho, luce muy feliz con ello.

—¿A dónde me llevarás? —pregunto y se encoge de hombros.

—Por ahí.

—Ah no, tienes que decirme ¿Qué tal que me lleves al medio del bosque para asesinarme?

—Por Dios, primero me saco yo mismo la tráquea antes de hacerte daño.

Giro la cara cuando sostener su mirada es difícil, siento que se me calientan las mejillas y el corazón se me acelera. Él mantiene la cabeza sobre mis piernas mientras juega con mi mano, de pronto las mide y entrecierro los ojos.

—¿Si se cierra? —le pregunto y cae a la grada de abajo partiéndose de la risa.

—Joder, Laura —respira hondo—. Que mente sucia tienes.

Blanqueo los ojos.

—No te hagas ¿Por qué otra cosa lo harías si no fuera para saber si mi mano se cierra alrededor de tu pene?

Sus finos labios se entre abren, sorprendido e incrédulo por lo directo de mis palabras.

—Te quería regalar unos guantes —ahora soy yo la que me río.

—No me digas...

—Claro que sí, para que los uses en lo que dura el invierno.

—Yo ya tengo guantes —elevo mis manos cubiertas por tela para señalar mi punto y él niega con la cabeza.

Se vuelve a tumbar sobre mí, el sol lo hace medio cerrar los ojos y tomo un libro de mi bolso, el más delgado para cubrir su rostro. La cancha está vacía y pronto debo irme a casa, tengo que buscar a mi amiga. Tampoco quiero que empiece a nevar y esté aquí todavía, sería un lío volver a casa.

—Aunque admito que a mí me gustaría darte calor de otra manera —me mira coqueto y niego, rendida.

—Tienes que dejar de ser tan lindo conmigo, Noah.

—Yo no soy lindo —frunce el ceño—. Solo soy amable contigo.

—O sea, que yo no te gusto.

—No.

—¿Seguro?

Ahora es él quien desvía la mirada, el sol dándole un color brillante a su pálida piel mientras sus esmeraldas divagan entre mis labios y ojos. El color de su cabello se camufla con el de la nieve que adorna el terreno que nos rodea. Adoro esta estación del año, de donde vengo no cae nieve y cuando llegué aquí y la vi por primera vez, supe que nunca más podría irme de aquí.

Más Allá de Todo  [+18] (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora