La temperatura de la habitación era normal pero él sentía frío, sus manos se encontraban entumecidas por la posición en la que sostenía el móvil y sus ojos ardían debido al brillo de la pantalla. Perdió la cuenta de cuánto tiempo llevaba así desde el tercer cigarro, recuerda vagamente haberse recostado en el sofá cuando el sol desprendía sus últimos rayos de luz dándole una apariencia violácea al cielo, después poco a poco se había sumido en la oscuridad de la noche, sin luna que acompañe sus penas y lamentos.
La soledad de la casa solo lo entristece más y quiere reírse porque él es el único culpable de su estado actual; siempre tan orgulloso, siempre a la defensiva y con ese espíritu rebelde que era atractivo hacia las demás personas y que sólo hacía que su ego creciera.
Él no vio eso, no se fijó en su fingida personalidad extrovertida, no cayó ante sus coqueteos constantes, ni siquiera se maravilló por la aparente influencia que poseía; todo esto llevó a Raúl a una frustración constante que lo orilló a insistir, a pulular a su alrededor como si fuera una estrella, su estrella.
Cuando por fin pudo tenerlo se propuso no despegarse de él jamás, había encontrado algo valioso, algo muy bonito, pero no supo mantenerlo. Sus constantes juegos, su manera de cambiar de opinión de un día para otro, su nulo conocimiento en cómo expresar sus sentimientos y el tira y afloja en el que se había convertido su relación aburrió al menor de los dos, quién decidió cortar todo tipo de lazo antes de que la situación empeorara.
Raúl se negó a que lo suyo acabara de esa forma, que, aunque ante los ojos de los demás parecía una simple relación de amigos, ambos sabían que esa línea la había cruzado hace mucho. Gritó todo lo que pudo, se cerró en su necedad de que estaba exagerando, pero no obtuvo respuesta del contrario, quien sólo lo miró decepcionado antes de salir de la casa del mayor.
Después de eso, vivió la semana más lamentable de su vida, se declaró enfermo y pidió a sus amigos que por favor no lo molestaran, quienes no cuestionaron el porqué de su decisión simplemente acataron la orden como si de una autoridad se trataba, nadie se atrevía a llevarle la contra por miedo a las consecuencias.
Ahora se encontraba revisando sus redes sociales, observando cómo sus amigos habían salido de fiesta como cada fin de semana y prestando máxima atención por si en algún video o foto salía él. No obtuvo nada, como era de esperarse, el menor de los dos era reacio a todo lo que tenía que ver con tecnología y con compartir espacio con más de dos personas mas del tiempo estrictamente establecido, lo que en un principio lo extrañó mucho, dado a que la mayoría parecía conocerlo pero nadie sabía nada más allá de su nombre y las personas a las que solía frecuentar.
Por lo que veía, tenía dos opciones: llamarlo o ir a su casa, la cual no quedaba muy lejos de la suya.
Tomó las llaves de su auto pero se arrepintió luego de unos segundos, no se encontraba lo suficientemente estable como para conducir y todavía no sabía que le iba a decir al menor de los dos cuando tocara a su puerta así que ir caminando le pareció una buena idea.
A mitad de camino se desató una fuerte lluvia, Raúl debió saber que algo iba a salir mal, la mayoría de sus buenas ideas siempre tenían un final desastroso. Se estaba arrepintiendo cuando lo vio a lo lejos, llevaba la polera amarilla que una vez fue suya pero decidió regalarsela solo porque sí y se permitió sentir esperanza por primera vez, esto fue hasta que vio quien acompañaba al menor. Una persona estaba colgada de su brazo cual koala y le sonreía como si fuera lo más importante en el mundo.
Se escondió detrás de una pared que sobresalía del edificio donde vivía el menor, esperando que no haya sido visto; pero se trata de Reborn y notar a Raúl era algo que venía haciendo estos últimos meses, no importaba en qué lugar se encuentren siempre sabía donde estaba y no lo perdía de vista.
