Capítulo I

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Capítulo 1

Incidente en el salón

En una serena madrugada de Agosto, 2018.

El sol aún no sale cuando camino en dirección a la parada del colectivo, llego tarde y la falda del uniforme se me ha corrido, visiblemente, al costado. Las medias están casi rozando mis talones, y uno de mis mocasines se ha embarrado al pasar sobre un charco algunos metros atrás.

Llevo la mochila colgando medio abierta en la espalda, y la carpeta a reventar de hojas entre mis brazos, apretando los bordes con fuerza para no dejar caer nada.

Al llegar a la esquina escucho el motor del colectivo y empiezo a correr.

Subo con aires de desquiciada y saludo a mi chófer con una gran sonrisa -como siempre-, pues ante la vergüenza del papelón, esta es mi única defensa.

Soplo un mechón de cabello, que se ha escapado del moño que me hice a las corridas cuando salía del baño más temprano, pago mi boleto y voy directo al último asiento de la fila.

Me dejo caer como una bolsa de papas y apoyo la frente contra la ventana fría como las mañanas de agosto.

Me siento contenta esta mañana, este clima fresco me pone de buen humor y se me escapa una sonrisa.

Me incorporo en cuanto se acerca la parada en que se sube mi mejor amigo.

Llega Gino López saludando a la mitad de los pasajeros y me ve desde arriba, pues él va de pie y yo sentada.

—¿A qué se debe esa sonrisa, pillina?— dice mi amigo.

—El clima es el único responsable.— respondo.

—Ya me imaginaba, sé que te encantan los días de lluvia.— contesta, pues él me conoce mejor que nadie.

Noto que Gino lleva su bolso pesado para las pasantías -además de su mochila- y le ofrezco llevarlo por él, dado que estoy sentada.

Me lo entrega y seguimos charlando con ánimo hasta que se baja en su escuela, donde lo espera una camioneta para llevarlo a él, y a sus compañeros, a la empresa donde harán sus pasantías. Olvido que debo devolverle el bolso, notándolo al llegar a mi destino.

Marco su número mientras bajo del colectivo, con mi carpeta desbordante en un brazo, el pesado bolso de Gino en mi otro brazo, y, a duraspenas, logro encajar el celular entre mi hombro y mi oreja. Él me atiende con inocencia.

—¡Me quedé con tu bolso!

—¡No puede ser!— Es como si realmente no lo hubiera notado.

Empiezo a reír a carcajadas en medio de la calle, mientras camino hacia el colegio. Escucho pasos detrás de mí.

Echando un vistazo, sin cortar la llamada, descubro a Ismael Messina, un compañero de la escuela y el amor de mi vida.

El corazón me palpita con fuerza de pronto, pues, más que amor de mi vida, exactamente es mi amor platónico hace 5 años, y nunca se ha tomado la molestia de verme siquiera de reojo.

Vuelvo a la realidad, en la que Gino me habla hace medio minuto sin recibir respuesta, y mucho menos atención, de mi parte.

—¡Gino, qué hago!— grito tan alterada que se me olvida entonarlo como pregunta.

—Déjalo escondido por ahí, yo lo estoy yendo a buscar.

—Emm, bueno.— Sin cortar empiezo a buscar en la entrada de mi colegio algún lugar.

Por Siempre: Te Quiero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora