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Parte 2/2

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Parte 2/2

La mañana transcurrió en un parpadeo acelerado, reteniendo el corazón en la boca completamente seca. Ninguna cedió a comer algo durante el mediodía a pesar de que había quedado sobras de la noche anterior y se podía calentar tranquilamente en el horno, pero estábamos demasiado frustradas para llevar comida en el estomago.

Sentía que si un solo bocado bajaba por mi garganta hasta llegar al esófago, vomitaría.

Desde que Donovan atravesó la puerta principal dejando un extenso rastro de malicia tras su huida, la casa pareció irradiar luz como aquellos días en los que solo mi madre y yo caminábamos por los pasillos de la casa. Parcia que aquel llamado de auxilio, aunque tardío, nos había bendecido durante el día restante. No habíamos recibido un llamado desde la comisaria como todas las mañanas que solo Esther se dignaba a responder o presenciar su figura rondar con su auto patrulla por nuestra calle observando que mi madre aun se hallara encerrada entre cuatro paredes.

Aquello hizo que soltáramos todo el aire que reteníamos en nuestros pulmones. Mi madre me entregó un gran saco de hielo recubierto por plástico ya preparado en la nevera y sin tardía me lo coloque en el rostro, aquel lugar donde no dejaba de arder, sin dejar de inspeccionar la tela deshilachada de su suéter rosa. Le pregunte si sentía dolor en algún sitio de su cuerpo, pero negando siguió inspeccionado como la bolsa palpaba mi piel herida.

Ciro, con suma preocupación, me enviaba mensajes de texto al mismo tiempo que recibía sus llamadas. Llamadas que no respondía. No era mi intención no responder, solo me sentía tan saturada que no tenía fuerzas para teclear unas simples palabras sobre la pantalla táctil. Pero lo hice para que él supiera que todo estaba bien en la casa y comentando que no había sucedido nada. Era en vano, en días, o tan solo horas, sabría que le había mentido.

Durante la tarde nublada nos habíamos dedicado a reposar nuestros cuerpos sobre el sofá cómodo, junto a unas grandes tazas de café y pastel que había recibido en mi trabajo, para ver una película dominguera, pero nuestros sentidos estaban tan agudizados que apenas podíamos prestar atención a las voces que se escapaban por las bocinas de la vieja televisión cuadrada.

La noche se apoderó del cielo y junto a ella, las luces de la casa se iluminaron tenues. Al salir del baño, mi cabello larga desprendía diminutas gotas que caían sobre el embaldosado helado dejando un extenso recorrido hasta mi alcoba, donde con cuidado aferre todas las hebras en una toalla de algodón consiguiendo que comenzara a absorber toda el agua restante. Me coloque un pijama, uno de esos desgastados y casuales que utilizaba en los días más fríos del año. Y este era uno de ellos.

Sentándome en la cama, observando fijamente hacia la puerta-ventana sin cubrir por la cortina, dejándome observar el campo solitario y lúgubre, comencé a peinarme. Era un gran descuido no cercarme el cabello antes de acostarme. Pero si enfermaba, sería el menor de los problemas.

Ruega Por Mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora