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Dos días pasaron desde la última vez que decidí pisar suelo sagrado

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Dos días pasaron desde la última vez que decidí pisar suelo sagrado. Cada vez que salía de mi casa o acudía al trabajo, observaba cada rincón del pueblo para evitar su rastro, pero nada surgía por mi radar, cosa que agradecía internamente a gritos eufóricos.

Sabía que la tranquilidad no duraría mucho y el provecho que sacaría de estos momentos de paz seria solo momentáneos. Entonces, como un espectro mal intencionado, vendría por mi otra vez.

Mientras eso no ocurría, mantenía mi cabeza ocupada en situaciones aleatorias. Ciro cuidaba de mi estado anímico al igual que por cada minuto que transcurría se acercaba a mi puesto solo para verificar que todo estuviera en orden. El tampoco quería verlos y si eso llegaba a ocurrir, todo se saldría de control.

No por nada tomaba con mis dedos secos el pequeño crucifijo de oro que nuevamente colgaba en mi garganta y rogaba que mis plegarias fueran escuchadas. No me apetecía volver a colocarme el collar luego de saber que habían estado en manos de ese chico, sin embargo no podía vivir sin tenerlo conmigo. Hasta me imaginaba distintos escenarios donde pudo haber estado y en verdad, no quería seguir indagando.

Por suerte, esta noche deseaba desprender mis frustraciones de la mejor manera que sabía hacerlo. No era una celebración especial, solo una de convocatorias para jóvenes y adultos de la iglesia que se dedicaban a ayudar a quien más lo necesitaba. Cada trimestre se recaudaba ropa así como alimentos perecederos quienes serian destinados a estas personas.

Ciro solía tomar el coche de su padre para estas ocasiones y me recogía, pero por desgracia esta vez no podía acudir. Sus palabras exactas fueron: ¨Lo siento, no podre ir esta vez porque vinieron familiares del extranjero¨. Lo malo es que habitualmente se hacían en la parroquia de la ciudad más cercana al pueblo y eran varios kilómetros. Podía ir en autobús, pero tenían horarios específicos y al verificar en mi teléfono celular, solo faltaban unos diez minutos para que uno de ellos pasara por el pueblo.

<<Podría pedirle a mi padre que me llevara>> Pienso y suelto una risa sonora la cual retumba en las paredes huecas de mi habitación. Antes de compartir otro sitio con ese hombre, aparte de la misma casa, haría cualquier cosa para evitarlo.

Tomo con ligereza unos cuantos billetes sueltos de la mesa de luz y sin contar cuánto dinero tenia a mi disposición, verifique que mi atuendo estuviera bien acorde a mi comodidad. Desde la última vez que use un vestido largo y la palabra ¨Monja¨ retumbara en mis tímpanos cada vez que deseaba colocarme uno, decidí optar por cambiar de atuendo solo por este momento.

Con mis pertenencias en mano, bajo por las escaleras hasta encontrarme con mi padre sentado en su sillón favorito, uno que aseguraba que era más viejo que él, pero tenía un valor más sentimental que cualquier persona u objeto material bajo el techo de esta casa. Busco con la mirada a mi madre, quien se hallaba sentada en otro sofá al otro extremo con sus tejidos habituales. Teniendo la espalda de mi padre hacia mí, aproveche el momento y con señas le comunico que ya me ponía en marcha. Me sonríe sabiendo a donde iría y así, salgo de la casa logrando que la puerta no rechinara.

Ruega Por Mí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora