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Ashton llenó la tina y se sumergió en el agua tibia, entonces talló su cuerpo mientras murmuraba conjuros que cubrirían su olor y el que habían dejado otros sobre él.

No supo exactamente cuánto tiempo estuvo en el agua. Cuando volvió en si fue por el incesante vibrar de su móvil sobre la mesa en la habitación. Fue extraño que olvidara por un momento donde estaba, y sentir el agua antes tibia, ahora fría, contra su piel.

Se puso de pie, sintiendo sus extremidades flojas y pesadas, sus dedos se habían arrugado y sus labios se tornaron violáceos.

Caminó hasta su habitación dejando un rastro húmedo a su paso. Cuando halló su móvil, este indicaba diez para las cuatro de la mañana. Froy había llamado más de veintiséis veces. Veintisiete, con la que ingresaba ahora.

Ashton se sintió culpable por no contestar y preocupar a Froy. Si estuviera en su lugar, habría odiado que ignoraran sus llamadas. Sin embargo, ¿Qué podría decir? Ashton no tenía— sabía qué decir.

Tomó su móvil y escribió un mensaje, antes de apagarlo y dejarlo caer en la cama.

«Estoy bien, pequeño lobo.»

Luego de secarse y vestirse, Ashton tomó la bufanda de Froy y la enrolló por su cuello. Bajó hasta la cochera del edificio y subió a su SUV. Aún era de noche y lo sería por unas horas más.

Le llevó alrededor de veinte minutos llegar a su destino. Había vuelto a nevar, el camino estuvo tranquilo y solitario. El bullicio y la estridencia de la noche parecieron tan lejanos que se preguntó brevemente si realmente ocurrió solo hacía unas horas.

La nieve crujía bajo los borcegos de Ashton al bajar de su SUV, sobre el sendero adoquinado, y recubría las lapidas de piedra. Este lugar le resultaba familiar, aun si solo venía a él, con suerte, un par de veces al año.

Miró las diversas tumbas y se detuvo cuando halló en una de ellas el nombre que buscaba.

Lucielle Aldrich.

Sus padres nunca llegaron a divorciarse formalmente, pero estuvieron separados mucho tiempo.

Ashton se sentó en sus talones para alcanzar la lápida y retirar la nieve del cuadro. Su madre permanecía allí, joven. Sus amigas eligieron una fotografía de un par de años antes de su muerte, cuando aún era sana y Ashton la reconocía por lo que era. Ella tuvo la misma edad que Froy ahora cuando fue tomada. Ashton no sabía cómo sentirse respecto a eso. Un dolor agridulce oprimió su pecho.

Entonces la nieve crujió detrás de él.

—Aquí estas. —Dijo alguien a sus espaldas. Su pulso se aceleró.

Ashton se volvió y encontró a Froy, parado a escasos centímetros de distancia. Sus ojos lucían cansados, bolsas se formaban debajo de ellos. Debió conducir toda la noche. Ashton se arrepintió de no contestar antes, y hacerlo venir hasta aquí a verificarlo con sus propios ojos.

—No te sentí llegar. —Murmuró Ashton.

—Silencié mi unión, no quería que te fueras al saber que vendría. —Explicó Froy.

Ashton hizo una mueca ante la idea de que Froy pensara que no lo quería cerca, pero a veces...

—Lo entiendo. —Dijo Froy con arrepentimiento. —Te puse en esa posición, lo sé.

Ashton negó en un movimiento de cabeza. —Podré con ello.

Froy gruñó sonando más al animal con el que compartía alma, que al humano que pretendía ser.

—No deberías —dijo Froy, mostrando por fin lo abatido que estaba. —Esto no debió pasar, es mi culpa. Y me haré responsable.

Ashton se volvió a él, sintió su pulso latir en su garganta.

Entre Nosotros DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora