c a t o r c e

711 55 20
                                    

Es de noche, y está nevando, la oscuridad consume su alrededor y el silencio es inusualmente ensordecedor.

Hay un horrible presentimiento naciente en su pecho, y duele, de tal manera que humedece sus ojos y desdibuja los bordes de su visión.

— ¿Froy? —dice, pero su voz muere tan pronto logra formular su nombre.

Él camina con pazos temblorosos, sus pies hundiéndose en la densa nieve.

Está en medio del bosque, un bosque muerto por el crudo invierno. No hay rastro de vida, todo se encuentra dormido, consumido por la fría capa de hielo.

— ¡Froy! —grita otra vez y nada, el silencio es toda la respuesta que recibe.

Su corazón se agita en su pecho. Sus manos toman sus sienes, donde la sangre pulsa dolorosamente. El aire no llega a sus pulmones y siente que...

...es entonces que lo escucha, un llanto.

De un niño.

Ashton voltea en dirección al sonido pero este se dispersa entre las ráfagas de viento.

Se obliga a sí mismo a concentrarse, y aparta las lágrimas de su rostro, entonces murmura un conjuro en voz baja.

A unos pasos de él, algo se ilumina. Una pequeña cúpula toma forma, arcaicos símbolos la recubren. Ashton solo vio algo similar una vez, en el pasado, justo después de que su padre se despidiera, y posteriormente lo despedazaran.

Ashton camina hacia la bóveda, y cuando la alcanza, los símbolos se desdibujan en el éter para rebelar bajo su manto a un niño, de pie, con la cabeza agacha, abrazándose así mismo.

Ashton siente su cuerpo entumecerse en ese momento. Su garganta, secarse.

Ese niño tenía el cabello blanco como la nieve, y cuando alza su cabeza, sabios ojos verdes-grisáceos se fijan en él.

Él no era Froy, pero se le parecía tanto que el corazón de Ashton se contrae. Ashton solo conoció la vida temprana de Froy mediante fotos, y este niño era una visión bastante precisa de aquellas.

Es entonces que lo nota, el niño no estaba solo. Y no se abrazaba a sí mismo.

Dentro de las solapas de su amplio abrigo hay otro niño. Uno más pequeño, uno más humano. Que se aferra al cuerpo del mayor, su rostro enterrado en el estómago del contrario mientras sollozaba. Era su llanto el que había escuchado antes.

Ashton no sabe en qué momento se arrodilla frente a ambos pero cuando sus rodillas tocan la nieve el menor de los niños voltea. Tenía el cabello ondulado y cobrizo, sus ojos, sin embargo, eran celestes a diferencia de los suyos. Las lágrimas caían a raudales por sus mejillas sonrosadas y recubiertas de pecas oxidadas.

— ¿Por qué tardaste tanto? —demanda el mayor, mientras el menor se separa de él y corre hacia Ashton.

El pequeño entierra su rostro en el cuello del brujo y Ashton no puede evitar envolver sus brazos alrededor de él. Era tan diminuto, tan frágil, y olía fuertemente a pólvora. Ashton siente sus ojos humedecerse y vuelve su vista al mayor.

—Lo siento. —Murmura Ashton.

El niño frente a él frunce su ceño, pero su reticencia no dura demasiado, porque no se demora mucho antes de correr hacia él y aferrarse a su cuello como lo hacía el menor. Su rostro descansa en el hombro libre de Ashton. Y Ashton siente sus manos temblar, en tanto sus dedos se entierran en el cabello de ambos pequeños.

—Dijiste que vendrías pronto, dijiste que no nos abandonarías. —Reprocha el mayor, en tanto el menor comienza a hipar nuevamente.

Ashton se separa de los pequeños solo lo suficiente para verlos mejor. Ambos tenían los ojos llorosos, mejillas brillantes. El menor formaba un mohín con sus labios que pretendía contener su llanto. Ambos llevaban amplios abrigos gruesos. Ashton ahueca sus rostros, cada uno en cada mano. El mayor debía tener unos seis años, el menor, unos cuatro.

Entre Nosotros DosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora