12:43 am

1.9K 275 38
                                    

Ya habían pasado tres horas y eran las once de la noche. Tenía hambre, frío, enojo y, no se iba a mentir, también tenía miedo. Yacía sentado en el asiento de su motocicleta, maldiciendo su suerte y pensando en todas las cosas que le habían sucedido ese día.

Porque ya nada le podía salir peor, y ahora que su cabeza se estaba calmando un poco, podía pensar racionalmente en lo que había hecho, la verdadera razón por la cual estaba varado en medio de la nada.

Lo que le había molestado no había sido sorprender a su novio, Sebastian, en la cama con otro hombre.

Ni que ese hombre fuera su mejor amigo, Kimi.

Ni que ya eso viniera pasando desde hacía un tiempo.

Simplemente le molestó que lo cogieran de tonto.

Que lo engañaran.

Que jugaran a sus espaldas.

Porque si algo le había dado a los dos había sido confianza. Era verdad que su relación con Sebastian ya no era la mejor, ya le faltaban muchas cosas como pareja, amor, por ejemplo. ¿Pero qué otra cosa iba a hacer si se había mudado a Los Ángeles por él? ¿Qué podría hacer si ya no lo amaba? ¿Irse? ¿A dónde?

Esas eran las cosas que tenía que haber pensado antes de cabrearse, decirle a Sebastian que era un hijo de puta, mirar a Kimi como si fuera la cosa más asquerosa del mundo, agarrar su mochila y salir en su motocicleta dispuesto a poner la mayor distancia física posible entre ellos y él.

Sin embargo, pensándolo fríamente, y apartándose de la desagradable sensación de haber sido tratado como un estúpido y engañado vilmente, no era tan malo. Siempre le preocupó el estarse obligando a sí mismo a permanecer junto a Sebastian cuando ya no lo amaba, no le parecía justo para ninguno de los dos. Pero el cariño, la costumbre y la preocupación de no dejar al chico solo, siempre pudieron más que sus razones. Por lo tanto, el que Sebastian estuviera con Kimi era una cosa buena dentro de lo malo. Porque Lewis no podía pensar en nadie mejor y más dulce para estar con Sebastian. Lewis conocía muy bien a Kimi, si en serio lo quería, no iba a haber nadie en este mundo que hiciera a Sebastian más feliz que él.

Ahora se arrepentía de no haber pensado eso antes, exactamente unas cuatro horas antes, cuando su moto aún tenía gasolina en el tanque y estaba cerca de la civilización. Y no ahora que su mente probablemente estaba funcionando bajo los efectos de una ligera hipotermia. Ya hacía más de dos horas que no pasaba ningún otro vehículo por aquella carretera. Estaba en el medio del desierto, y el frío que sentía ya le había entumecido las manos y probablemente los pies dentro de sus zapatos. Podía notar perfectamente como su cuerpo estaba priorizando el riego sanguíneo a sus órganos más vitales, provocando que sus dedos se fueran poniendo azules. No era para nada agradable.

Probablemente moriría esa noche.

O algo así. Ese tipo de ideas ya llevaban un rato rondándole la mente.

Empezó a tener sueño. Mucho sueño. Un sueño que no podía controlar y ante el cual su cuerpo respondía automáticamente.

Extrañaba su cálida cama junto a Sebastian. A pesar de estar enojado con él, su calor corporal se le antojaba tan necesario que era enfermizo. Sus sábanas, su edredón, su pijama y la suave piel de Sebastian entre sus brazos, bajo la yema de sus dedos, solo eso necesitaba, solo eso...

De repente un sonido bastante estridente lo sacó de su estupor. El sonido de un potente motor.

Un camión...

¡Un camión!

Sus sentidos se activaron enseguida cuando vio el enorme vehículo detenerse justo frente a él y escuchó como la puerta del conductor se abría y pudo oír sus quejidos ante el esfuerzo que suponía bajar de aquella enorme bestia mecánica.

Pero eso no importaba. Al fin alguien se había dignado a detenerse. Lewis se bajó de su moto, se acercó, esperando ver la silueta rechoncha y sentir el olor a grasa y cerveza de los camioneros. Pero la silueta que se vislumbró frente a los potentes reflectores ni siquiera se acercaba a eso.

Como si se tratara de una película, y con la iluminación de los focos detrás de él, impidiéndole verlo con claridad, se acercaba a él alguien con una figura celestial.

O tal vez ya se le habían congelado demasiadas neuronas.

—¿Estás bien?- pudo sentir su voz mientras se acercaba con paso apresurado. Lewis supuso que debía lucir como la mierda si eso era lo primero que le preguntaba.
—¡Dios! ¡Estás azul!

Finalmente lo pudo distinguir. Fue cuando se acercó a medio metro de él y alzó un poco la cara para verlo a los ojos.

Tenía ojos grandes. Eran lindos.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?- el chico se agachó para comprobar si la moto tenía algún desperfecto. Al parecer Lewis no le iba a ser de mucha ayuda.

Y sí, era un chico. No podía ser mayor que él. Era imposible. Media un par de centímetros menos y tenía aquellos expresivos ojos marrones. Su pelo también era como oscuro, peinado con descuido, embutido debajo de una gorra, brazos delgados, cuerpo bien formado. Sin embargo su rostro era un poema.

—Oye... ¿En serio estás bien?

—Me he quedado sin gasolina.- contestó, sintió que sus labios temblaban al hablar.

—¡Ah! Ya veo.- el chico se enderezó y cruzó sus brazos para tratar de protegerse del frio. —¡Dios! ¡Está helando! ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Lewis miró su reloj de pulsera.

—Unas tres horas. Tal vez más...

—Si me ayudas a subir la moto en la parte de atrás del camión, te puedo dar un aventón.

—¿Hasta dónde vas?

—Voy lejos. Hacia el norte. Te puedo dejar donde quieras si me hace camino. Tengo que ir hasta Seattle.

—¿Puedo ir hasta el final?

El chico enarcó una ceja y ladeó suavemente su cabeza.

—Su...pongo. ¿Planeabas ir tan lejos en motocicleta?

—Solo quería alejarme. Lo más posible.

Highway; chewis. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora