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Checo volvió a abrir sus ojos. Volvió a la realidad. Enseguida regresaron todos esos sentimientos de tristeza e inseguridad.

Exhaló un leve suspiro y se levantó.

Aún estaba sobre el regazo de Lewis quien seguía despierto y lo miraba, sereno, mientras él se estiraba y restregaba sus ojos.

—Buenas tardes.- de nuevo esa sonrisa irreal que Lewis sacaba de alguna parte.

—Mmh...- contestó Checo, aun estirándose.

—¿Dormiste bien?

Checo asintió y finalmente se separó de las piernas de Lewis, sentándose correctamente en su lado del asiento.

—¿No tienes hambre?

—Sí, comamos algo y sigamos nuestro camino.- A Checo le dolía ser así, pero sabía que no podía hacer nada más, aun cuando le parecía ver un atisbo de desilusión en los ojos de Lewis cada vez que se refería al fin del viaje. Las cosas eran como eran, y nada saldría bien si se dejara llevar por sus deseos.

No se dijeron nada más durante el resto del viaje. Checo podía sentir, de vez en cuando, la mirada de Lewis fija en él, otras veces miraba hacia la ventana, otras simplemente cerraba sus ojos y dejaba caer su cabeza sobre el respaldo del asiento.

Checo se sentía como un masoquista, porque, a pesar de todo, seguía imaginando como podría ser una vida en la que Lewis tuviera un lugar junto a él. En la que no fueran tan distintos y con tantos obstáculos en el camino. Cada kilómetro recorrido le dolía, pero se decía a sí mismo que era lo mejor, así tenía que ser. Por mucha química que hubiera entre ellos, por muy increíbles que se hubieran sentido los labios de Lewis contra los suyos, aquello solo estaba destinado a fallar.

Inconscientemente fue acelerando, su pie apretando el pedal con más fuerza. La tristeza estaba dando paso a un ligero enojo frustrado. Cuanto antes se terminara todo, más rápido podría empezar a lastimarse a sí mismo hasta olvidarlo. Sabía que le esperaban un par de meses de depresión acompañados de un par de malas decisiones, pero así era el ciclo. Él ya se conocía muy bien a sí mismo.

—Sé que quieres llegar cuanto antes pero sería lindo si llegáramos enteros.

Hacía varias horas que no escuchaba la voz de Lewis.

—No voy tan rápido.

—¿Eso crees? Vas diez kilómetros por hora por encima del límite.

—Está bien.

—Checo...

—No te va a pasar nada... nunca dejaría que te pase nada, solo...

—No tienes que ser así... yo... creo que...

Checo frenó de repente, haciendo que Lewis casi estampara su frente contra la guantera de no ser por el cinturón de seguridad. Un par de bocinazos se escucharon y las maldiciones de los choferes que iban detrás no tardaron en escucharse al pasarlos. Checo apretaba el volante con fuerza, su vista fija en la carretera.

—No digas nada.- Lewis notó que estaba enojado. No sabía exactamente qué hacer en ese momento, pero no le gustaba verlo así, y sabía que era por su culpa, o al menos, por culpa de lo que estaban sintiendo. —Si dices una sola cosa más lo voy a mandar todo al carajo y eso no puede suceder.

—¿A qué te refieres?

—Tú tienes tu vida, y yo la mía. Ambas separadas por un abismo. Nada va a salir bien si lo mando todo al carajo, Lewis, nada.

Lewis lo miró. No era como si no entendiera. Él estaba muy dispuesto a mandar su vida al carajo por Checo, de todos modos, no tenía nada que quisiera recuperar. Pero... no era así para Checo, y lo que menos quería Lewis era convertirse en el estorbo que virara la vida del mexicano patas arriba y lo hiciera perder su equilibrio. No podía ser egoísta, no podía arrastrar a Checo en un espiral de problemas y errores. Checo no era un joven cualquiera con el cual podía empezar a salir, llevarlo a una cita, conocerlo, hacerle el amor con cariño y enamorarse de él. Lewis Hamilton no era nadie en la vida de Checo, no podía, ni remotamente, igualarse a lo que Checo merecía.

Así que lo entendió. Lo entendió perfectamente.

—Está bien. Solo arranca.

Highway; chewis. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora