Capítulo 3

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-No hay mucha vida nocturna por aquí, pero hay una cervecería y una cafetería a unos treinta kilómetros, si quieres ir a bai­lar.

-¿Te importaría mucho si nos quedára­mos aquí? -Camila titubeó-. Tú debes de estar cansada, y sé que yo lo estoy. Preferi­ría levantar los pies y descansar.

Lauren guardó silencio. No había espe­rado que se negara, y aunque estaba can­sada, había anhelado tenerla en brazos mientras bailaban.

Por otro lado, llevaba levantada desde las cuatro de la mañana, y la idea de relajarse en casa era como estar en el cielo. Lo duro sería relajarse con ella cerca.

-Podríamos jugar al Monopoly -dijo ella-. O a las cartas. Sé jugar al póquer, al veintiuno y al rummy.

-Por otro lado, pasan un partido de béis­bol en la televisión.

Se recostó en el sofá y apoyó los pies so­bre la mesita de centro. El silencio que reinó entre ellas fue un poco incómodo. Camila se levantó y le sonrió.

-Te dejaré con tu partido de béisbol, si no te importa. Quiero sentarme en la ha­maca del porche y escuchar el sonido de las ranas y los grillos.

Lauren la observó irse de la habitación con un contoneo de caderas. Pasado un mi­nuto oyó el rechinar de las cadenas cuando se sentó y comenzó a balancearse. Encen­dió el televisor y llegó a mirar un poco del partido, pero tenía la mente en el crujido rítmico. Apagó el aparato.

Camila había estado balanceándose y soñando con los ojos cerrados, pero los abrió al oír el ruido de la mosquitera y luego el de las botas en el porche. Lauren se de­tuvo a un metro y apoyó el hombro en uno de los postes del porche.

Encendió el mechero y luego la punta del cigarrillo brilló al comenzar a arder. Camila observó su oscura silueta, desean­do tener el derecho de levantarse y acer­carse a ella, de rodearle la cintura con los brazos y apoyar la cabeza en el hombro. Cuando ella no habló, volvió a cerrar los ojos y comenzó a flotar en la apacible os­curidad. La noche primaveral era cómoda y las criaturas nocturnas se dedicaban a sus rutinas. Ese era el tipo de vida que quería, próxima a la tierra, donde la serenidad se podía extraer de la naturaleza.

-¿Por qué contestaste el anuncio?

Pasaron unos segundos antes de que Camila abriera los ojos y respondiera.

-Supongo que por el mismo motivo por el que tú lo pusiste. En parte por curiosi­dad, lo admito, pero yo también quiero ca­sarme y tener una familia.

-Para ello no necesitas venir hasta aquí.

-Quizá sí -dijo absolutamente en serio.

-¿Es que no tienes pretendientes en Nueva York?

-Tengo amigas, sí, pero ninguna con quien salga en serio, nadie con quien quiera casarme. Y no creo que desee vivir en Nueva York. Este lugar es maravilloso.

-Has visto la mejor de sus facetas. En invierno es un infierno congelado. Todos los lugares tienen sus inconvenientes.

-Y sus ventajas. Si no creyeras que lo positivo supera lo negativo, no estarías aquí.

-Yo crecí aquí. Este es mi hogar. Los es­quimales también están unidos a sus hoga­res, pero yo no viviría allí.

Camila giró la cabeza para contemplar la noche; percibía lo que se avecinaba y de­seaba, rezaba, que ella no lo dijera.

-Camila. Tú no encajas aquí.

-¿De modo que la visita ha sido un fra­caso? -con el pie derecho siguió mante­niendo el ritmo de la hamaca.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora