Capítulo 8

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Lauren vendió el ganado por más de lo que había esperado. Pagó la hipoteca con sombría satisfacción, ya que le quedaba lo suficiente como para expandir el rebaño en la primavera y aportar nueva sangre que había querido probar con sus animales. Po­dría reparar el equipo cuando fuera necesa­rio. Incluso podría llevar a Camila a ce­nar fuera de vez en cuando. Quería poder llevarla a sitios agradables y mimarla, comprarle ropa y joyas, todas las cosas que otra había dado por hechas en su vida. Faltaba mucho para que el rancho fuera tan rico como había sido, pero iba camino de ello.

Camila la había acompañado a Billings cuando ella fue a hablar con su banquero. Había esperado que después quisiera ir de compras, aunque cada día comprendía más lo diferente que era de Alexa, también acep­taba con ironía que su mujer era una amante de la ropa.

Y sí fue de compras, pero otra vez la sorprendió. Compró ropa interior y va­queros para ella; luego estuvo lista para ir a casa.

-No sé cómo alguna vez he podido so­portar una ciudad tan grande como Nueva York -comentó distraída, mirando el trá­fico-. Esto es demasiado ruidoso.

Lauren se mostró asombrado; Billings tenía menos de setenta mil habitantes, y las pe­leas en los bares eran más normales que la violencia de pandillas o relacionada con la droga. No, Camz no era como Alexa, que había considerado que Billings no era más que un cruce de caminos perdido en el mapa. Para Alexa, solo las ciudades como Nueva York, Londres, París, Los Angeles y Hong Kong habían sido lo bastante sofisti­cadas como para que pudieran proporcio­narle diversión.

Camila estuvo más que contenta de re­gresar al rancho. Comprendía que allí era donde más feliz se sentía. Aportaba la paz que nacía solo de la proximidad con la tie­rra y la naturaleza. Y ya era su hogar.

Regresaron mediada la tarde y Lauren fue a cambiarse de ropa para comenzar sus ta­reas. Era demasiado pronto para ponerse a preparar la cena, así que Camila salió al porche a sentarse en la hamaca. Casi había llegado el otoño y el calor ya comenzaba a abandonar el día.

Cuando Lauren bajó de cambiarse, la encon­tró allí. Se sentó con ella en la hamaca, pensando que el trabajo podía esperar un poco. Le pasó el brazo por los hombros y la acercó hasta que ella apoyó la cabeza en el hueco de su hombro.

-El invierno no tardará en llegar -co­mentó ella.

-Más pronto de lo que imaginas.

-Las navidades ya no están tan lejos. ¿Puedo invitar a Shawn?

-Desde luego. Es tu familia.

-Lo sé -sonrió- pero el calor que hubo entre ustedes en la boda no fue abruma­dor.

-¿Qué esperabas, dadas las circunstan­cias? Somos territoriales. El no quería entregarte y yo estaba decidida a tenerte, lloviera o tronara -le dio un beso lento-. Y era una desconocida que esa no­che se iba a llevar a su hermana a la cama -durante un momento solo se oyó el cru­jido de la hamaca. La besó otra vez y luego la abrazó.. Con vaga sorpresa, pensó que no había imaginado que el matrimonio sería de esa manera, pasión y satisfacción-. Ten­gamos un bebé -musitó.

-Dejaré de tomar la píldora -repuso ella pasado un rato. Luego le tomó la mano y se la llevó a la mejilla.

La ternura del gesto fue casi dolorosa. La alzó y la sentó a horcajadas sobre su re­gazo, para poder verle la expresión.

-¿Es lo que quieres?

-Sabes que sí -el rostro parecía ilumi­nado desde dentro. De repente rio y le ro­deó el cuello con los brazos para abra­zarla con fuerza-. ¿Hay gemelos en tu familia?

-¡No! -se echó para atrás y la miró con suspicacia-. ¿En la tuya?

-De hecho, sí. La abuela Mercedes tenía una gemela.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora