Capítulo 9

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A finales de enero comenzó a acercarse desde el Ártico otro frente frío, y ese te­nía mala pinta. Dispusieron de un par de días de advertencia y trabajaron juntas para hacer todo lo que estuvo a su alcance para salvaguardar el rebaño. El frío llegó por la noche y a la mañana siguiente des­pertaron con una caída continua de nieve y una temperatura de diez grados bajo cero, aunque por lo menos el viento no soplaba con tanta fuerza como la vez an­terior.

Lauren realizó un par de salidas para que­brar el hielo en los abrevaderos y estanques para, que el ganado pudiera beber, y Camila se sintió aterrada cada vez. Era un frío que mataba, y los partes meteorológi­cos decían que empeoraría.

Y así fue. Todo aquel día la temperatura bajó, y al anochecer se puso a veintitrés bajo cero.

Al llegar la mañana, estaba a cuarenta grados bajo cero y con un fuerte viento.

Si Lauren había estado inquieta antes, en ese momento era como un animal enjau­lado. Llevaban muchas capas de ropa, in­cluso en la casa, y mantenían un gran fuego en la chimenea, a pesar de que funcionaba la electricidad. No paraban de beber café o chocolate caliente y se trasladaron a dormir al salón delante de la chimenea.

El tercer día, Lauren simplemente permaneció sentada, y en sus ojos ardió una furia ne­gra. Su ganado se estaba muriendo en el exterior y no podía hacer nada al respecto; la nieve impulsada por el viento le impedía llegar hasta sus reses. Las temperaturas mortales lo matarían incluso más rápida­mente que al ganado.

Aquella noche ante el fuego, Camila apoyó una mano sobre su pecho y sintió la tensión de su cuerpo. Tenía los ojos abier­tos y miraba el techo. Se apoyó en un codo.

-Sin importar lo que pase -musitó-, lo conseguiremos.

-No podremos sin el ganado -repuso con aspereza.

-¿Entonces te vas a rendir?

La mirada que le lanzó fue violenta. No sabía lo que era rendirse; las palabras le so­naban obscenas.

-Trabajaremos más duramente -conti­nuó ella-. La primavera pasada no me te­nías a tu lado para ayudarte. Podremos ha­cer mas.

El rostro de Lauren se suavizó. Llevaban siete meses casadas y ella no se había echado atrás ante nada de lo que ella le hu­biera arrojado.

Desde luego, ante ella no se había arredrado. Al recordar algunas de sus peleas, sonrió. No habían sido siete meses aburridos.

-Tienes razón -corroboró, alzándole la mano-. Trabajaremos más duramente.

No pudieron salir hasta el cuarto día. El viento había muerto y el cielo era un cuenco azul que se burlaba del frío amargo. Tuvieron que protegerse las caras incluso para respirar, y fue una sobrecarga para su resistencia llegar hasta el granero para ocu­parse de los animales que había allí. La vaca se hallaba en un sufrimiento abyecto, su ubre tan hinchada y escocida que patea­ba cada vez que Lauren trataba de ordeñarla. Necesitó una hora de constantes intentos hasta que aceptó quedarse quieta y lo dejó concluir el trabajo. Mientras tanto, Camila se ocupó de los caballos, llevándoles agua y pienso, para luego limpiar los esta­blos y poner paja fresca.

Los animales parecían nerviosos y con­tentos de verlos; las lágrimas le aguijonea­ron los ojos al acariciarle la frente a la montura favorita de Lauren. Esos animales disponían de la protección del granero; ni siquiera se atrevía a pensar en las reses.

Lauren consiguió arrancar la furgoneta, que cargó de heno junto con un pequeño remolque. Camila subió a la cabina, y la miró con firmeza cuando ella la observó ce­ñuda. Bajo ningún concepto pensaba de­jarla salir sola; si algo le sucedía, si se caía y no conseguía volver al vehículo o perdía la conciencia, moriría en poco tiempo.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora