Capítulo 10

363 40 17
                                    

Lauren volvió a repasar los números, pero los totales no cambiaron. Se puso de pie y miró por la ventana. Tantos años de tra­bajo. Tantos malditos años de trabajo para nada.

Había hecho todo lo que se le había ocu­rrido, había reducido todos los gastos hasta que no le quedó nada por reducir, y no obs­tante los números no engañaban: había per­dido. La ventisca de enero, que había ma­tado a la mitad de su rebaño, la había arrinconado tanto que el banco ya no podía darle margen. No llegaba a cubrir la hipo­teca, y ya no habría más prórrogas.

Disponía de tres opciones: podía dejar que el banco ejecutara el crédito, y enton­ces lo perderían todo; podía declararse en bancarrota y quedarse con el rancho pero estropear su crédito; y podía aceptar la oferta de Shawn de ser una inversora. Sonrió con gesto lóbrego. La número tres solo era una opción si la oferta de Shawn se­guía en pie, teniendo en cuenta que la ha­bía hecho cuando el rancho era rentable y que en ese momento volvía a estar en números rojos.

Lo que Alexa había comenzado casi ocho años atrás al fin alcanzaba su compleción: la destrucción del rancho. Quizá lo había hecho porque Lauren amaba demasiado esa propiedad, más de lo que alguna vez pensó que la amaba a ella. Era su sangre, y la iba a perder, a menos que Shawn toda­vía quisiera invertir.

No albergaba muchas esperanzas en cuanto este viera los núme­ros, pero realizaría el esfuerzo, porque no podía hacer otra cosa. En ese momento no era solo él, estaba Camila, y haría lo ne­cesario para que ese siguiera siendo su ho­gar. Ella no se había casado contando con la posibilidad de que ella se declarara en bancarrota.

Era marzo; la nieve aún cubría la tierra, pero en el aire flotaba la palpitante pro­mesa de la primavera. En una o dos semanas los capullos comenzarían a llenar los árboles y los arbustos; la tierra estaba viva.

Podía oír a Camz en la cocina, tara­reando con la radio mientras reunía los in­gredientes para preparar una tarta. Era feliz allí. No se había casado con ella esperando algo más que una compañera de trabajo, pero a cambio había recibido a una mujer cálida, inteligente, divertida y sexy que la amaba. Nunca trataba de presionarla para que le diera más de lo que ella podía; simple­mente la amaba y no trataba de ocultarlo.

No sabía cómo se lo iba a decir, pero te­nía derecho a saberlo.

Al entrar en la cocina, ella le guiñó un ojo. y extendió una cuchara de madera. -¿Quieres lamer un poco?

Camila también tenía masa en los de­dos. Comenzó por ellos y subió hasta lle­gar a la cuchara. Cuando la dejó limpia, re­gresó a los dedos para asegurarse de que los había repasado todos.

-¿Algo más?

Ella mostró el cuenco, que limpiaron como si fueran dos niñas. Probablemente, ese era el rasgo más tierno de Camz, la facilidad con la que encontraba gozo en la vida, aparte de que la había enseñado a volver a divertirse. Odiaba tener que de­cirle que podrían perder su hogar. Se supo­nía que debía cuidar de su es­posa. Quizá fuera una noción antigua pero así lo sentía. La devoraba el orgullo, no poder ocuparse de ella.

Suspiró y apoyó las manos en sus cade­ras con expresión sombría.

-Tenemos que hablar.

-Nunca me han gustado las conversacio­nes que empezaban con esa frase -la miró con cautela.

-Esta tampoco te va a gustar. Es seria.

-¿De qué se trata?

-Perder la mitad del rebaño nos situó en una posición peligrosa. Ya no puedo cubrir la hipoteca -era lo más sucinto que podía ser.

-No podemos solicitar una prórroga...

-No. Si dispusiera de todo el rebaño como aval, sería posible, pero no tengo su­ficientes reses para cubrir la deuda -le per­filó las tres cosas que podían pasar y ella escuchó con expresión intensa.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora