Capítulo 7

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Su espíritu estaba dispuesto, pero su cuerpo no aguantó. Esa noche durmió en los brazos de ella. Lauren la dejó, sintiendo la satisfacción de su propio cuerpo al igual que cierta ironía. Si Camila había sido se­ductora antes, en ese momento lo era el do­ble. Era como si también ella se hubiera es­tado conteniendo.

Estaba boca arriba con ella encima cuando a la mañana siguiente sonó el des­pertador. Se estiró para apagarlo mientras Camila se desperezaba somnolienta sobre su pecho como si fuera una gata. Le acari­ció la espalda.

-Hora de levantarse.

Camila volvió a acomodar la cabeza en el hueco de su hombro. Bostezó y perma­neció a la escucha de los fuertes latidos del corazón de Lauren. Mientras escuchaba, co­menzó a latir más deprisa, por lo que alzó la cabeza para mirarla. Lauren tenía los ojos en­trecerrados e intensos. La rodeó con los brazos y rodó hasta dejarla bajo su cuerpo, con las piernas entre las de ella. Camila se aferró a Lauren y se entregó al creciente éxtasis ya familiar mientras comenzaba a hacerle el amor.

-¿Qué vas a hacer hoy? -preguntó ella durante el desayuno.

-Trasladar una parte del rebaño a otra sección de las tierras para que no agoten esa zona de pastoreo.

-Voy contigo -automáticamente Lauren fue a negarse, pero ella la miró con dureza-. No digas que no -aconsejó-. Ya tengo filetes marinándose en la nevera y las patatas co­cidas están casi hechas, de modo que ter­minarán de hacerse mientras se fríen los fi­letes. No hay motivo para que esté aquí sentada todo el día si puedo ir contigo.

-Lo que me pregunto es si llegaré a tra­bajar -musitó-. De acuerdo, te ensillaré el caballo. Pero te lo advierto, Camz, si no eres capaz de montar lo bastante bien como para mantener el paso, no volverás a salir conmigo.

Media hora más tarde ella apareció en el granero con unos vaqueros, botas y una de las camisas vaqueras de trabajo de Lauren re­mangadas y con los extremos atados a la cintura. Llevaba el pelo trenzado hasta el centro de la espalda, unos guantes gruesos y parecía tan elegante como si estuviera modelando ropa y no preparada para em­prender un día de conducir ganado. Lle­vaba un sombrero de paja que se puso an­tes de acercarse al caballo que le había preparado Lauren.

La observó mientras Camila le daba al animal tiempo para que se acostumbrara a ella rascándole detrás de las orejas y cantu­rreándole, cosas que Alexa jamás había he­cho. Soltó las riendas, luego subió la bota al estribo y con competencia se subió a la montura. Lauren montó su propio caballo.

La observó con atención mientras avan­zaban al trote por el campo. Iba bien sen­tada y tenía manos seguras y firmes, aun­que le faltaba la postura relajada de ella, pero Lauren montaba desde pequeña. La sonrisa que Camila le lanzó estaba tan llena de placer que se sintió culpable por no haberla llevado antes consigo.

Estableció un ritmo tranquilo, sin querer presionarla demasiado. Cuando llegaron junto al rebaño, le explicó cómo trabajaba. El rebaño ya estaba dividido en tres grupos más pequeños que pastaban en diferentes secciones. Todo el rebaño era demasiado grande para que ella lo moviera sola. Dedi­caba mucho tiempo a trasladarlos a pasti­zales nuevos y asegurándose que no des­truyeran el ciclo de las plantas. Señaló al grupo que iban a mover y le entregó a Camila una cuerda enroscada.

-Bastará con que la muevas junto al hombro del caballo y dejes que el animal haga el trabajo si una vaca decide seguir en una dirección diferente. Lo único que tie­nes que hacer es aguantar en la silla de montar.

Aguantar en la silla no era problema; la enorme silla de montar del oeste parecía una cuna comparada con la pequeña del este a la que estaba acostumbrada. Aceptó la cuerda y practicó unos cuantos movi­mientos, para asegurarse de que no asus­taba al caballo.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora