Capítulo 5

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El despertador sonó a las cuatro y media. Sintió que Lauren se estiraba a su lado y alar­gaba el brazo para acallar el insistente zumbido. Luego se sentó, bostezando, y encendió la lámpara. Camila parpadeó ante el súbito resplandor de luz.

Despreocupadamente desnuda, se diri­gió al cuarto de baño. Ella aprovechó la in­timidad para saltar de la cama y ponerse la ropa. Se estaba enfundando los vaqueros cuando Lauren salió para comenzar a vestirse. Demoró la mirada sobre sus piernas mien­tras ella terminaba de subirse los vaqueros y se los abrochaba.

Mientras Lauren se vestía, la observó ce­pillarse el pelo con varios movimientos rá­pidos. El cuerpo esbelto oscilaba con una gracia femenina que le imposibilitaba apar­tar la vista. Recordó la sensación de estar dentro de ella la noche anterior, la estre­chez y el calor, y en contra de su voluntad su entrepierna reaccionó. No podía tomarla en ese momento; estaría demasiado sensi­ble e irritada. Camila había llorado la no­che anterior, y cada lágrima la había que­mado. Podía esperar.

Ella dejó el cepillo y comenzó a ahuecar las almohadas. Lauren se acercó para ayudarla a hacer la cama, pero cuando Camila echó hacia atrás el edredón para alisar las sába­nas y vío las manchas rojas sobre el algo­dón, se quedó quieta.

Lauren también miró las manchas, y se preguntó si ella experimentaba algún pla­cer recordando como le sucedía a ella o si solo le llevarían a la memoria el dolor. Se inclinó y quitó las sábanas.

-La próxima vez será mejor -afirmó, y re­cibió una mirada tan solemne que tuvo ganas de tomarla en brazos y mecerla. Si ella hu­biera querido, le podría haber dado placer de otras maneras, pero había dejado bien claro que no estaba lista para eso. Tiró las sábanas al suelo. Me encargaré de las tareas de la mañana mientras tú preparas el desayuno.

Camila asintió.

-¿Te gustan las tortitas? -preguntó desde la puerta.

-Sí, y muchas -respondió.

De la última visita recordaba que le gus­taba el café cargado. Al bajar las escaleras bostezó. Al llegar a la cocina se plantó en el centro de la estancia y miró en derredor. Era difícil saber por dónde empezar cuando desconocías dónde estaban las co­sas.

Primero el café. Al menos la cafetera era automática. Encontró los filtros. Tuvo que adivinar la cantidad de beicon y salchichas para freír. Con lo mucho que ella trabajaba, necesitaría bastantes alimentos, ya que nor­malmente quemaría de cuatro a cinco mil calorías al día. A medida que el aroma mezclado del café y la comida al freírse llenaba la habitación, por primera vez se dio cuenta de que cocinar sería una tarea constante. Tendría que familiarizarse mu­cho con algunos recetarios, ya que sus ha­bilidades tendían a lo más básico.

Menos mal que tenía harina para las tor­titas. Batió la masa, buscó el sirope y luego puso la mesa. No sabía cuánto tiempo de­bía darle antes de verter las tortitas en la sartén.

Una fuente enorme con beicon y salchi­chas estaba en la mesa antes de que Lauren regresara del granero con un cubo con le­che fresca.

En cuanto abrió la puerta, Camila vertió cuatro círculos de masa en la sartén. Ella colocó la leche sobre la enci­mera y abrió el grifo para lavarse las ma­nos.

-¿Cuánto falta para que el desayuno esté listo?

-Dos minutos. Las tortitas no tardan mu­cho -les dio la vuelta-. El café está prepa­rado.

Se sirvió una taza y se apoyó en el arma­rio al lado de ella, observándola vigilar las tortitas. Un par de minutos más tarde las apilaba sobre un plato y se lo entregaba.

UN LUGAR EN EL CORAZÓN | CAMREN G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora