CAPÍTULO 12: LA MUERTE

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23 de abril de 1970, la fecha que jamás olvidarás.

Punto de Vista del Señor Kim

Al llegar a París, la ciudad de luces y sombras, el aire estaba impregnado de promesas rotas y rencores ocultos. La venganza latía en mi pecho como un tambor de guerra, marcando el compás de una historia que debía concluir. Justo cuando cruzaba el umbral de un nuevo comienzo, el teléfono sonó, interrumpiendo los ecos de mis pensamientos.

—Tenemos con nosotros a su hija Jisoo y su pareja Rosé, ¿qué haremos con ellas, jefe?

Mis manos se crispaban sobre el borde de la mesa. La frialdad que había cultivado a lo largo de los años se desató en una respuesta sin compasión.

—Por mí, ya no tengo hija. Si se doblega y pide perdón por todo, volverá. De lo contrario, si pone resistencia, elimínala. Al fin y al cabo, nunca la quise; fue un producto del engaño de su madre. A Rosé, elimínala sin pensarlo, la quiero muerta.

Las palabras fluyeron como veneno, dejando un rastro de desolación en mi corazón. La traición que había sentido al ver a Jisoo huir de Roma con su hermana y sus parejas era un dolor que decidí ignorar. Mi poder y dinero le daban una sombra de control, pero no podía permitir que la rebeldía de mis hijas desafiara mi autoridad. La imagen de Jisoo, una niña perdida en un mundo que nunca la entendió, se desvanecía con cada frase que pronunciaba.

Ahora, solo quería recuperar lo que consideraba mío. Pero el peso de la culpa se deslizaba en mi mente, una sombra persistente. ¿Acaso había fallado como padre? Sin embargo, no había tiempo para la reflexión; mis decisiones eran claras y firmes.

Punto de Vista de Jisoo

El tiempo se detuvo cuando comprendí la magnitud de lo que estaba sucediendo. La traición de mi padre resonaba en mi mente como un eco ensordecedor. No podía creer que el hombre que había sido mi protector, mi guía, ahora se había convertido en el carcelero de mi destino. Su voz fría y calculadora me retumbaba en los oídos.

Rosé, mi amor, estaba a mi lado, su mirada llena de valentía y determinación. Sabía que el peligro se cernía sobre nosotras, pero la idea de dejarla sola era una condena que jamás podría soportar. La conexión que compartíamos era un fuego que ardía intensamente, y no podía permitir que se apagara bajo la sombra de mi padre.

Cuando escuché el crujido de la puerta, supe que el tiempo se había agotado. Mis pensamientos se dispararon en mil direcciones, pero había una única verdad que prevalecía: no podía dejar que le hicieran daño. Con cada latido de mi corazón, sentí la presión del destino, y en ese instante, tomé una decisión irrevocable.

Los hombres de mi padre entraron, su presencia era una pesadilla materializada. La habitación, antes llena de esperanza, se transformó en una trampa mortal. La mirada de los hombres era fría, como si estuvieran preparados para cumplir una orden sin dudar.

—¡Jisoo! —gritó Rosé, su voz un grito de desesperación mientras se acercaba a mí. En ese instante, supe que no podía dejar que se la llevaran.

Sin pensarlo, me lancé hacia ella, colocándome entre Rosé y la muerte que se acercaba. El sonido de los disparos resonó como un trueno en la distancia, y el dolor me atravesó como una oleada de fuego. Sentí las balas impactar en mi cuerpo, una punzada aguda que se extendió rápidamente. La vida se deslizaba de mis dedos, pero no podía dejar que el miedo me dominara.

—¡No, Jisoo! —gritó Rosé, sus ojos llenos de lágrimas mientras intentaba alcanzarme. La desesperación en su voz era un eco de mi propio miedo.

Caí al suelo, la visión nublada, pero el amor que compartíamos era un faro de luz en medio de la oscuridad. La conexión que teníamos era más fuerte que cualquier bala, más intensa que el dolor que ahora me atravesaba. En un último esfuerzo, extendí mi mano hacia ella, deseando que sintiera mi presencia, que supiera que siempre estaría a su lado.

LA REENCARNACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora