El turno de Andrea

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Cuando los pequeños miraron al cielo vieron a dos titánicas mujeres que se alzaban sobre ellos. La más grande estaba de pies muy cerca de ellos, tanto que el olor proveniente de sus pies les invadió, provocando que varios retrocediesen lentamente para ver si disminuía. La otra, que media considerablemente menos que la primera, pero sin dejar de ser titánica para ellos, estaba sentada con las piernas a un lado, a los pies de Patricia, su cabeza quedaba a la altura de la rodilla de su dueña. Mientras observaba a los pequeños con deseo de hacerles experimentar todo por lo que ella había pasado, posaba su cuerpo suavemente en larga pierna de su diosa a la vez que la acariciaba.

- Como has sido la única que no me ha decepcionado -mientras hablaba acaricio la cabeza de Andrea como si de un perro se tratase- hoy quiero recompensarte, así que... -decía Patricia cuando fue interrumpida por uno de los pequeños.

- ¡¿Que está pasando?! -gritaba un señor mayor- ¡¿Donde estamos?! -Patricia le echo una mirada de odio al pequeño de la cual no se percató- ¡¿Por que somos tan...?! -al señor se le corto la voz al ver como la más alta de las gigantas se ponía en cuclillas- ¡¿... tan pequeños...?!

La giganta le sonrió de forma gentil y le puso la mano enfrente de él apoyada en el suelo invitándole a subir, lo cual dudo un poco, pero al ver su rostro gentil se decidió por subir.

- ¿Que te pasa? - preguntó la giganta con un tono amable y dulce al mismo tiempo que subía su mano hasta su rostro, lo que provocó que el pequeño perdiese el equilibrio y se cállese sobre la palma de la joven- ¿Tenéis miedo?

- La verdad joven... -decía el pequeño mientras se incorporaba- ...es que si.

- Oins... pobres, pero no tendréis miedo de mi ¿no?

- La verdad es que pareces una joven bastante dulce, pero la diferencia de tamaño es bastante aterradora, sin ánimo de ofender.

- ¿Crees que soy dulce? -dijo Patricia ruborizándose un poco- Que mono eres -le dio un pequeño empujoncito para luego llevarse la mano a la boca para esconder una risita.

El señor tras recuperarse de perder un poco el equilibrio se sonrojó mientras se rascaba la nuca con una mano y apartaba la mirada de los ojos de la giganta, para irse disimuladamente a su pecho desnudo. Puede que el gran tamaño de la mujer fuese aterrador, pero también tenía "algo" que le atraía mucho.

- Una pena que me hayas interrumpido -dijo mientras se incorporaba.

Esas palabras desconcertaron a todos, menos a Andrea. Una vez de pies la giganta se giró sobre Andrea y con su mano libre la obligó a abrir la boca. Puso su mano sobre la cabeza de su esclava y empezó a girar la palma de la mano lentamente hasta ponerla de forma vertical.

- ¡Espera, tenga cuidado joven, que me voy a caer! -gritaba el pequeño mientras se intentaba agarrar, sin éxito.

Mientras su ahora comida luchaba por no resbalarse de la mano de su diosa, Andrea se relamía la boca con su lengua, a la espera de ese aperitivo que tanto se hacía de rogar. Hasta que finalmente el pequeño no pudo más, y ella pegó un mordisco al aire para atraparlo, sin mucho existo, ya que solo logró agarrar un brazo y una pierna, los derechos para ser exactos. Bajo ella oyó un golpe seco, al agachar la mirada vio como el resto de su comida gritaba de dolor mientras se arrastraba como podía intentando alejarse de ellas lo más rápido que podía dejando tras de sí un rastro de sangre.

El resto de pequeños al ver eso empezaron a gritar aterrados para acto seguido correr por sus vidas, los que podían, ya que algunos solo podían arrastrase al haberse roto algún hueso tras la caída de la caja.

- Como iba diciendo, voy a darme un baño -decía la giganta mientras cogía la copa llena de vino y de pequeños condenados- y como has sido la única que no me has decepcionado hoy quiero que te diviertas con nuestros nuevos invitados. -la joven se agacho frente a Andrea y la acaricio la cabeza nuevamente como si de su mascota se tratase- Son todo tuyos, diviértete.

El nuevo curso de inglesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora