Capítulo 4- Secuestro.

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Julieta, 22 de abril de 1654.

Una semana pasó desde tan desdichado evento, la vida en el palacio es exorbitante, el despilfarro de la corte mientras el pueblo muere de hambre es igual de horrible como la presión que ahora tengo para vivir una vida y cumplir un papel que no me pertenecen. Mi ánimo decae, mi refugio para escapar de mi ahora realidad, es leer libros de la época y encerrarme en mis aposentos, estoy consumida por la tristeza de estar lejos de mi verdadero hogar pero yo no debo mostrarme débil, después de todo, los lujos y el cierto poder que ahora obtuve, muchas veces me hace sentir satisfecha y debo aprender acostumbrarme a ello, a pesar de que el deseo de querer huir es más fuerte. Al ser una princesa y futura monarca, estoy atada a una vida de restricciones, se vigila mi comportamiento, como visto y a donde voy, mis únicas salidas al exterior son al jardín, son cosas a las que no estoy acostumbrada, por lo cual tengo mucho estrés.

La reina Margaret me va a visitar, yo voy a usar su visita para hacer una solicitud, algo que me beneficie por unas horas, aunque nunca he compartido mucho con ella, su sola presencia me resulta incomoda.

—Su majestad —hago reverencia cuando la mujer hace presencia en la habitación.

—Elizabeth, hija —la reina sonríe y se sienta en el asiento reservado para ella—. Me alegra verte, siéntate —ordena y obedezco

—Puedo decir lo mismo, espero que se encuentre bien —digo con una ligera sonrisa.

—Estoy bien pero creo que tú no puedes decir lo mismo, me han informado que no sales de tu habitación a excepción de ver el jardín —habla y me mira seriamente.

—Yo simplemente estoy preocupada por todo lo que tendré que afrontar pronto —dije como excusa, no puedo explicarle por lo que estoy pasando.

—¡Eloise! Eres una princesa, ese es tu deber, casarte y después dar un heredero —me reprende.

Me rió sarcásticamente ante su comentario, ella fue criada en un sistema retrogrado, todas las personas de esta época piensan así, algo con lo que no estoy de acuerdo pero no puedo cambiar de la noche a la mañana, la reina me mira desafiantemente por lo cual cambió de tema, sintiéndome intimidada.

—Yo quería hacerle una petición —hablé con un semblante serio.

—Habla —respondió en un tono grosero, claramente enojada.

—Yo quiero hacer un recorrido en carruaje por el pueblo de Francia, si usted y él rey lo permiten —hablo sin titubear.

Ella calla y suspira, me da unas cuantas miradas antes de responder.

—Está bien, lo hago para que te puedas distraer y cambiar esa actitud, pronto te casarás y quiero que estés libre de malos pensamientos, llevarás a unas sirvientas como compañía y algunos guardias, no hables con los plebeyos —dijo.

Ante su respuesta, bajo mi cabeza en forma de agradecimiento y sonrío de manera victoriosa, ella se retira después de unos minutos de mi alcoba y siento que el aire vuelve a mí.

Le informo a Alexandra sobre nuestro viajé para que pueda preparar todo lo necesario.

—Alexandra, tú me acompañarás y me guiarás —hablo con entusiasmo.

—Claro, su alteza —me sonríe.

—No he salido hace mucho tiempo —digo sintiendo como Alexandra aprieta el corsé del vestido color vino.

—Me encargaré de que el paseo sea agradable para usted —responde con entusiasmo.

Asiento a su respuesta, me coloco un collar de perlas y una larga capa para resguardarme del frío. Mi habitación y toda la construcción del Palacio de Versalles para el año en que me encuentro no debería estar finalizada ni ser la residencia real pero ahora lo es, todo es cambio tras cambio.

Un elegante carruaje espera por mí en el jardín de Versalles, las sirvientas y guardias hacen reverencia ante mi presencia mientras me adentro al carruaje, doy la orden de que mis acompañantes suban pero a Alexandra le pido que se siente a mi lado, el viaje transcurre en silencio. Llegamos a un pequeño pueblo alejado del palacio.

—Hemos llegado princesa —una doncella toma mi mano, ayudándome a bajar.

Tapo mi rostro con la capucha de la capa, observo el lugar, pequeñas casas y puestos en donde las personas venden pan y verduras, los niños corren, todo es tan diferente al siglo del que provengo. Las muchachas que me sirven caminan detrás de mí y los guardias están alejados de nosotras por mi orden.

—Espero que la calidad de vida en Francia mejore cada día —pronuncio, deseando lo mejor al país.

—Amén, su alteza —responden en unísono las sirvientas.

Siento tranquilidad después de mucho tiempo y a pesar de que sé que es momentáneo, me permito cerrar mis ojos y respiro el aire fresco pero mi paz es interrumpida por gritos, abro mis ojos y observo con confusión a mi alrededor, la escena me aterra, hombres se llevan a las mujeres y arrebatan a las niñas de sus madres, por impulso, tomo la mano de Alexandra y corremos, perdiendo de vista a los guardias, nos escondemos detrás de una casa en mal estado.

—No dejes que te escuchen o vean —hablo en voz baja a mi acompañante, ella mueve lentamente su cabeza en modo de afirmación.

Los minutos pasan pero el caos no se detiene, ruego a Dios que me deje salir viva y libre de aquí pero mis ruegos se ven detenidos por un fuerte estruendo, una mujer tropieza con su vestido mientras es perseguida por alguien.

—No escaparás —habla un señor en un francés mal pronunciado, para después darle una cachetada, haciéndola sangrar.

Más hombres con las mismas vestimentas extranjeras aparecen en el sitio, veo a Alexandra temblar y sollozar, con mi mano tapo su boca antes de que puedan escucharla pero todo es en vano, mi mirada se cruza con la de ese despiadado hombre y siento un escalofrío recorrer mi cuerpo.

—Mira, más mujeres —dijo con una sonrisa perversa.

Quiero correr pero mi cuerpo se encuentra paralizado por el miedo, él jala de mi brazo, toma mi cintura y me sube en su hombro, lo golpeo con las pocas fuerzas que me quedan pero todo esfuerzo es inútil.

—Dios te castigará por el daño que haces, malnacido, pagarás —grito pero ni siquiera me mira.

Sus compañeros se llevan otras mujeres en otra dirección, entre ellas a Alexandra, quiero ayudarlas pero es imposible, yo también necesito ayuda.

Fui llevada a un barco en donde hay jóvenes muchachas y niñas, algunas lloran y otras están muertas del miedo, me obligan a sentarme en el sucio suelo junto a ellas, el ambiente está tenso y puedo sentir el olor a sangre mezclado con la humedad

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Fui llevada a un barco en donde hay jóvenes muchachas y niñas, algunas lloran y otras están muertas del miedo, me obligan a sentarme en el sucio suelo junto a ellas, el ambiente está tenso y puedo sentir el olor a sangre mezclado con la humedad.

—Princesa —alguien grita mientras me abraza, me sobresalto.

—¿Alexandra? —pronuncio confundida al ver los mechones rubios de la muchacha.

—¿Usted se encuentra bien? Pensé que no la encontraría —habla aferrándose más a mí.

—Estoy bien, sentémonos —señalo el piso.

—¿Qué harán con nosotras?, ¿a dónde nos llevan? —solloza.

—No lo sé —froto mi mano contra su espalda en modo de consuelo y le permito llorar en mi hombro hasta que se queda dormida.

Las horas pasan y la noche cae, aferro la capa contra mi cuerpo, tratando de apaciguar el frío, me siento cansada y el sonido de las olas me reconforta, me hace estar absorta en mis pensamientos. No comprendo la razón detrás de las desgracias que estoy pasando y solo puedo orarle a Dios para que cuide de mí y me dé un viaje seguro.

Amor entre el poder del Imperio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora