Capítulo 8- Acostumbrarse.

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Julieta, 26 de agosto del año de 1654.

Los rayos del sol atraviesan las ventanas del harem, avisando así, la llegada de la mañana y con ello, los eunucos negros empiezan a gritar en turco otomano, no entiendo el idioma pero puedo comprender que es un llamado nada amable a que nos levantemos y realicemos nuestras tareas.

Sintiéndome mareada, me levanto del pequeño colchón y lo doblo antes de entregárselo a un eunuco. La kalfa de nombre Gulfem, se hace presente en la estancia con una gran sonrisa.

—Muchachas, hagan una fila —habla en turco y luego en italiano.

Todas rápidamente hacemos lo que dice, realmente me sorprende la cantidad de mujeres que hay en el harem, podría decir fácilmente que tal vez son 300...Tantas mujeres pero pocas logran destacar en este lugar.

—Tomen sus sueldos, cuatro aspers para cada una y 5 aspers para las gözde —nos entrega una pequeña bolsa color ocre a cada una.

—Gracias a usted y a la Valide Sultan —digo cuando me da el dinero, ella asiente con entusiasmo.

—Las nuevas esclavas posiciónense aquí —se da la vuelta y señala una esquina del harem.

Camino con paso apresurado a donde indica, rápidamente a mi lado llegan más muchachas.

—Sus nombres serán cambiados —dice y un eunuco se acomoda a su lado mientras empieza a escribir con una pluma en una hoja de papel.

Una vez más mi nombre será cambiado desde que llegué a esta vida, el sentimiento de melancolía es inevitable pero también la curiosidad me carcome, pues quiero saber que nombre se me dará. La kalfa empieza a decir nombres como Ayşe, Fatma, Hatice y Melike.

—¿Y cuál es tu nombre? —dice mientras me mira con curiosidad.

Su pregunta me sorprende y pienso un poco antes de contestar, podría decir que ahora soy Elizabeth pero mentiría, mi alma, mi cuerpo y pensamiento le pertenecen a Julieta y a lo que fue mi vida pasada, la vida que siento que se me fue arrebatada.

—Mi nombre es Julieta —hablo con la cabeza en alto.

Su sonrisa se ensancha mientras me mira, pareciera complacida con lo que he dicho, que extraña es esta mujer.

—Así te quedas mujer, tal vez con el tiempo encontremos un nombre adecuado para ti —habla con seriedad.

Me confunde la decisión que ha tomado pero agradezco a Dios, porque aunque sea muy poco, he podido conservar algo de mi pasado.

—¡Sigan con sus tareas! —la kalfa da media vuelta y se marcha.

Me apresuro en caminar a los baños pero soy detenida por mi sirvienta Alexandra.

—Su alteza —se reverencia.

—Alexandra —saludo—. ¿Qué nombre te han dado?

—Hatice, princesa —susurra, como si estuviese diciendo algo malo—. No me incumbe pero quisiera preguntar...¿Por qué ha mentido? Pudo decir su verdadero nombre y la hubiesen ayudado —habla con la cabeza agachada— no me debe dar razones princesa, disculpe —se arrepiente de lo que antes ha dicho.

—Mujer, yo no he mentido —sonrío y sigo caminando.

Julieta, 26 de septiembre del año 1654

Un mes ha pasado desde mi llegada al harem, los días son siempre iguales, me levanto, voy a los baños, desayuno, voy a clases hasta la tarde y después limpio el harem. He mejorado de gran manera en el turco otomano, aunque no lo domino completamente, ahora puedo comunicarme con mayor facilidad e inclusive, también he aprendido a escribirlo.

 Este lugar día tras día me llena de dudas, cada que despierto me pregunto, ¿Qué habrá pasado conmigo en mi vida pasada?, ¿morí o estoy inconsciente?, ¿despertaré algún día en mi verdadero hogar y todo lo que he vivido hasta ahora será solo un sueño? He intentado hacer mi mejor esfuerzo para dejar de pensar en las cosas que me traen tristeza y a pesar de que no he vuelto a derramar ni una sola lagrima...Dios sabe cuan herida está mi alma.

Con mala gana, mojo el trapo en el agua fría antes de pasarlo por el piso de madera, tayo hasta que el polvo desaparece y vuelvo a enjuagar, hacer esto sería normal en mi vida pasada, pues tenía responsabilidades, pero teniendo en cuenta que hasta hace poco era una princesa y todo se me era servido en las manos, me parece increíble el hecho de que haya acabado de esta manera. Puedo suponer que con mi desaparición un caos estalló, pues antes de ser la hija de los reyes de Inglaterra, era la prometida del heredero francés, una moneda de cambio para una alianza política, la única función que veían en mí, como a cualquier princesa y mujer de la época, era casarme y dar hijos, en el harem no hay tanta diferencia, hay tantas muchachas aquí para complacer al sultán y dar herederos varones.

—¿Ya has terminado Julieta? —me dice un eunuco en turco otomano.

Asiento con la cabeza.

—Ayuda a Gülfem Hatun con eso —señala un cofre color ocre acomodado en el piso.

—Está bien —me levanto del piso y recojo el objeto.

Es bastante liviano al alzarlo, por lo cual puedo imaginar que su contenido es poco o no pesa tanto, tal vez pocas monedas, hojas o telas.

—Ven muchacha, acompáñame —dice la kalfa y empieza a caminar.

La sigo con paso apresurado por los pasillos del harem, cada segundo junto a ella se hace más incomodo.

—Cuando llegaste tenías un vestido rojo y un collar de perlas, ¿cierto? —pregunta de repente.

—Así es —me limito a contestar.

Llegamos a unas puertas de madera con toques dorados, no conocía este lugar pero parece el de alguien importante.

—Al parecer no eras desafortunada antes de estar en el harem, sin embargo no parecías triste cuando llegaste —me quita el cofre de las manos—. Vuelve a tus actividades, ya casi es de noche —se da media vuelta y empieza a tocar las puertas.

Me enojan sus palabras, esta mujer no sabe por lo que he pasado y habla tan deliberadamente. En mi camino de regreso, escucho como las imponentes puertas se abren, tengo curiosidad de mirar pero al final no lo hago y me apresuro en terminar mis tareas antes de que la noche caiga.







Amor entre el poder del Imperio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora