0 1 5 ! p a r t j i m i n

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Pensé en Agust (si realmente se llamaba así) constantemente durante la semana siguiente. Me desviví por encontrar libros y manuscritos que apoyaran mi postura sobre el enfoque de Alighieri sobre el más allá. Lo que realmente debería haber hecho era ocuparme de la pila de libros de mi escritorio, pero necesitaba hacer otra cosa -cualquier otra cosa- para distraerme de pensar en él; en lo que había sucedido en aquella estrecha escalera de caracol. Cualquiera podría habernos visto, y una parte de mí había querido ser descubierto.



Mi polla se agitó y traté de concentrarme en el libro que tenía delante. Había leído el lomo media docena de veces y seguía sin registrar qué era o dónde debía catalogarse. Me imaginé a Agust de pie detrás de mí, riéndose de lo aturdido que estaba... de lo fácilmente que me distraía pensando en él.



Ridículo.




No había vuelto a la biblioteca en días, pero no sabía cuántos habían pasado.



¿Me estaba evitando? ¿Debería sentirme más avergonzado de lo que realmente estaba por lo mucho que había deseado actuar en mis sueños? ¿Acaso se trataba de mí? Uf.



El Signor Dong había estado curiosamente hablador desde que le había dado a Agust el libro que había pedido, y parecía especialmente emocionado por un gran paquete que había llegado y que necesitaba su atención especial.



—Ven, JiMin—, dijo un día. —Aguarda aquí, tengo un reto para ti—. Me hizo un gesto para que me acercara a su escritorio manchado de tinta para que pudiera ver más de cerca el contenido del paquete. Me quedé con la boca abierta cuando desenvolvió los libros.



—Pero, Signor, están quemados... ¿cómo vamos a repararlos?— pregunté. —Algunos están demasiado dañados... ¿quién haría algo así?





El Signor de Dong se rió y colocó uno de los libros dañados suavemente frente a él. Su escritorio procedía del scriptorium de un monasterio que había sido destruido por un terremoto hacía décadas, y tenía la particularidad de sentarse en él para trabajar en sus proyectos más importantes, o desafiantes en este caso. Nunca me había dejado sentarme en él, pero esperaba que eso cambiara algún día...




—Por lo que me han dicho, esto fue la venganza de una esposa celosa... ella lo acusó de amar sus libros más que a ella...



—Déjame adivinar, ¿tenía razón?




Mi mentor se rio y abrió el libro. Me quedé boquiabierto al ver el daño que había hecho 

𝖁𝖆𝖑𝖑𝖎𝖈𝖊𝖑𝖑𝖎𝖆𝖓𝖆 𝖎𝖓𝖊𝖋𝖆𝖇𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora