1. La muerte de Grindelwald

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Albus sabía que no había otra solución... Para poder pararlo todo, Grindelwald debía morir y debía ser él quien acabara con su vida. Lo sabía perfectamente, pero no quería decir que le gustara.

Miró a aquél que había sido su amante, su amor, con quien había planeado una vida en común, parado frente a él con su rugosa varita en la mano, apuntándole. Por un momento creyó que no sería capaz; no le importaban las consecuencias legales, ya había pedido permiso a la Confederación de Magos para poder utilizar una Maldición Imperdonable, pero si le importaban las consecuencias morales: iba a matar a un hombre.
Otro cargo sobre su conciencia, pero esta vez no era por egoísmo, sino para proteger a los suyos de un tirano y un asesino. Sin necesidad de utilizar un hechizo paralizador, el semblante de Grindelwald se paralizó totalmente cuando vio como el resplandor verdoso salía de la varita del profesor; realmente nunca pensó que Albus Dumbledore fuera lo suficientemente despiadado para matarlo de aquella manera. El cuerpo de Grindelwald salió rebotado varios metros hacia atrás, sin vida, cayendo desmadejado sobre el suelo; mientras Theseus Scamander, Jefe de Aurores Británico y miembro de su Ejército, se adelantaba para comprobar que realmente el mago búlgaro estaba muerto y que Albus había ganado finalmente el duelo contra aquél, éste último palideció notablemente y sus manos empezaron a temblar.

- Albus... - empezó Newt Scamander, hermano de Theseus, poniéndole una mano en el hombro. - No había otra manera, tú lo sabes.

Albus miró a Newt con suma tristeza y seguidamente le dio la espalda para marcharse, una vez que Theseus mandó retirar el cuerpo y enterrarlo. Cuando estuvo seguro de que estaba solo, de que Newt no le había seguido, sacó algo que había guardado durante mucho tiempo: el Pacto de Sangre. Una poderosa magia que probablemente sólo se rompería si se enfrentaban; Gellert y él habían estado de acuerdo en eso, y ahí estaba, intacta. El profesor miró hacía antiguo alumno, que no se había acercado dejándole intimidad; Newt siempre había sido su persona de confianza, pero en aquello, Albus Dumbledore no podía confiar en él, ni en nadie; haciéndole un gesto de despedida se desapareció de aquel terrible lugar antes de alguien se le acercara para felicitarlo u ofrecerle por enésima vez la Presidencia de la Confederación de Magos. No quería nada de eso, sólo volver a casa.

No sabía bien a donde se dirigía, sólo el nombre del barrio de Londres donde se situaba la pequeña casa, pero él le había prometido que no le sería difícil encontrarla. Dio unas cuantas vueltas por una calle franqueada por hermosas casas blancas, cuando se fijó en una nota clavada en un poste: en la nota figuraba el dibujo de un triángulo que llevaba inscrito un círculo. Algo bien conocido para él, que además se dio cuenta que no era un simple dibujo, sino que lo formaban unas frases escritas de tal manera que sólo si te imaginabas que estaban se podrían leer: una dirección completa.
Sonrió ante lo ingenioso del mensaje que solo ellos dos entendían, pero inmediatamente invocó una discreta llama para destruir la nota; era mejor ser precavidos.
Al poco de hacerlo, otra casa blanca, similar a las que las rodeaban, surgió de la nada. Una discreta casa unifamiliar en uno de los mejores barrios de Londres, protegida por un encantamiento Fidelio, sólo ellos sabrían donde estaba. La puerta estaba entreabierta; Albus entró por ella y se dirigió a la sala. Allí estaba él, sentado en un sillón, en bata y con un libro entre las manos. El profesor sonrió al verlo, pensando en la vida que hubieran podido pasar juntos. Una vida que ahora empezaría, o eso esperaban. Albus deseó ser tan apuesto como él, no estar tan viejo y ajado como se sentía; en su ensimismamiento, no se dio cuenta de que su amor había levantado la mirada del libro y lo observaba.

- Diez galeones a que estás pensando que estás viejo y ajado, mientras que yo sigo siendo tan guapo como antes - le dijo con una sonrisa burlona, aunque su mirada era amorosa y amable.
- No te burles - le regañó Albus, también con una sonrisa. El hombre se levantó y se acercó a él.
- No pienses esas tonterías, Albus - dijo, poniéndole las manos sobre los hombros. - Eres tan guapo y apuesto como siempre.
- Lo siento... no ha sido un buen día - se disculpó, apoyando la cabeza en su hombro, agotado. - Ver tu cuerpo allí, aunque sabía que no eras tú, ha sido horrible.

Su amante lo abrazó, consolándole, un poco arrepentido de sus burlas.

- Lamento que hayas tenido que pasar por eso solo, querido - le dijo al oído. - Ambos sabíamos que era la única solución, que lo capturaran y lo encarcelaran no era una opción.
- Lo sé, Gellert, pero no sabes lo angustioso que fue ver tu cuerpo ahí tirado y el miedo cuando Theseus fue a comprobar que estabas muerto - explicó Albus, agobiado.
- No te lamentes por ese tipo - le dijo para tranquilizarlo. - Morir como murió fue piadoso comparado con las muertes cruentas que él había infringido... si lo hubieran pillado, hubiera merecido el Beso, eso como mínimo... Vamos, profesor, es el primer día de nuestra vida juntos.
- Siento ser tan pesimista, Gellert, pero ¿estás seguro de que nadie va a darse cuenta que todo ha sido demasiado fácil y se va poner a investigar? Theseus dio la orden de enterrarlo enseguida, pero aún así...
- Tranquilo, lo dejé todo preparado para que nadie pudiera sospechar ni investigar nada - lo tranquilizó Gellert y tiró del profesor, atrayendolo hacía él y besándolo tiernamente.

A ojos de la Confederación de Magos, los propios acólitos y los amigos de Albus, Gellert Grindelwald había muerto. Sólo ellos dos sabían la verdad; había sido su plan desde el principio: fingir un duelo y la muerte de Gellert delante del todo el mundo. El mago búlgaro había utilizado la maldición imperius  con el más cruel de sus acólitos y lo había utilizado la transformación para hacerlo pasar por él. A Dumbledore no le había gustado nada, pero sabía que era necesario para proteger al propio Gellert y también a su familia y amigos.

- Albus, querido, puede ser que haya dificultades, pero estaremos juntos para resolverlas - le dijo Grindelwald, separándose un poco de él. - ¿O es que te arrepientes de haber corrido detrás de mí aquel día en la cafetería muggle?
- Eso nunca, Gellert... ya lo sabes.

Los dos se sonrieron y volvieron a besarse; el abrigo que Albus no se había quitado al entrar, acabó en el suelo. Grindelwald tenían razón, habría dificultades, pero estaban juntos para resolverlas; incluso podría ser que con el tiempo, cuando los ánimos se hubieran calmado, pudieran demostrar al mundo que Gellert Grindelwald estaba vivo y que sólo quería integrarse en la sociedad mágica.

1. Animales Fantásticos: Carrusel de emocionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora