11. Nurmengard

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Gellert le ofreció a su esposo una copa de whisky de fuego y un sillón junto a la chimenea, para que entrara en calor; él mismo se sentó frente al profesor, dando vueltas a su propio vaso de whisky, sin mirarlo. Pasaron unos minutos en silencio, hasta que el búlgaro decidió romperlo.

- Entiendo que quisieras proteger a Aurelius durante estos años - empezó Gellert, en principio sin reproche, sólo con tristeza. - Si alguien hubiera sabido que existía otro Grindelwald podrían haberlo utilizado para llegar hasta mí... por no decir, que también entiendo que quisieras alejarlo de mí... - Albus asintió a las palabras de su esposo, cuya voz adquirió finalmente un tono de reproche. - Pero... ¿puedes explicarme porque no me lo dijiste cuando empezamos a vivir juntos?

El profesor apoyó la cabeza en el respaldo del sillón, apesadumbrado, mientras ordenaba sus ideas y lo que iba a decirle a Gellert... optó por lo más sencillo.

- Quise hacerlo... pero nunca encontraba el momento... yo... - empezó titubeando.

- No confiabas en mí - le cortó Gellert, incisivamente. - No confiabas en la sinceridad de mis actos y mis palabras cuando le di la espalda a la vida que había llevado hasta el momento en que volviste a entrar en ella y a mis ideas; por eso me seguiste ocultando que finjiste la muerte de mi hermano...

Albus dejó a un lado el vaso de whisky que no había tocado y se levantó del sillón, avanzando los pocos pasos que les separaban. Cayó de rodillas ante su esposo y apoyó la cabeza en su regazo.

- Y también porque soy un cobarde - musitó, abrazado a él, sin que Gellert, sorprendido, hiciera nada para rechazarle. - No me atrevía a enfrentarme a la reacción que pudieras tener cuando te enteraras de que te había ocultado a tu hermano durante tantos años... lo siento, mi amor... te ruego que me perdones... - le suplicó, sollozante.

Ya totalmente ablandado por el llanto y las súplicas de su amado esposo, levantó una mano y, la mantuvo un segundo en el aire, antes de colocarla con ternura sobre el cabello de Albus, acariciándoselo. Después de consolarlo con sus caricias durante unos minutos, sacó su varita con la otra mano y apartó su propio sillón para arrodillarse frente a él. Puso sus dos manos sobre las mejillas de su esposo y le obligó a levantar la cabeza hacia él, limpiándole las lágrimas con las puntas de los dedos.

- Mírame, Albus Dumbledore - le exigió con una voz dura que contradecía sus gestos tiernos. - Mírame, porque por una vez voy a ser yo quien te va a echar la bronca - Albus obedeció, mirándole a los ojos con cierto miedo. - Te has comportado como un niño estúpido que ha hecho una travesura y teme el castigo... además de ser no un cobarde, sino un cabrón al enfadarte conmigo por lo de Credence, cuando habías hecho algo parecido, no parecido, mucho peor ... es más, si tengo a los aurores de media Europa detrás de mí es culpa tuya - Dumbledore aguantaba los reproches sin decir nada para justificarse. - Siempre te has creído mejor que yo, Albus Dumbledore, pero te recuerdo que fuiste tú quién alentó mis ideas, cuando eran sólo eso, ideas... acuñaste la frase "por el bien común" pero en realidad, siempre fue "por el bien de Albus Dumbledore". Eres un egoísta, Albus... siempre lo has sido.
- ... ya veo... - susurró el profesor, derrotado, creyendo que todo había terminado. - Está bien, Gellert... me iré y no tendrás que volver a verme.

Albus fue a levantarse pero el búlgaro se lo impidió, besándole de repente y con ferocidad, y poniéndose él mismo en pie acto seguido, sonriendo de forma traviesa.

- ¿Irte, querido mío? ¿Crees que será tan fácil? - Dijo Gellert, mirándolo desde arriba, con la misma altivez y arrogancia. - Aún tienes que ganarte el perdón y compensarme por lo que has hecho... eso sin contar que estás en mi territorio y ahora mismo eres mi prisionero y dependes de mi clemencia y de que no se me ocurra torturarte - añadió, mencionando lo último medio en broma, medio en serio.

1. Animales Fantásticos: Carrusel de emocionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora