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Aquel mes en Tigre había sido relajante y a la vez exhaustivo, tenía todo hecho. Los productores venían, los beats se hacían pero en todo ese mes no pude grabar nada.
Estaba bloqueado, no salían las rimas con aquella energía que era necesaria en cada toma.
Todo en aquel lugar tenía una vibra tan pacifica, tan relajada y calma que no lograba conectar con ella a pesar de necesitar ese ambiente para mi salud y estabilidad mental. Necesitaba el ruido, el movimiento de la calle, la noche, algo que me inspirara porque comenzaba a sentirse lo justo del tiempo. Y aunque no quisiera pensarlo demasiado, la necesitaba a ella. Mi inspiración divina que había quedado lejos, se había terminado todo en la semana que decidí venir para acá y me estaba costando sobrellevarlo. La extrañaba tanto que mis días perdieron aquel toque y la energía con la que había vuelto de la gira.

Volví a mi departamento en Villa Crespo, donde esperaba poder pasar tiempo con mi hijo, era algo que necesitaba, como también reconectar con algunos amigos y familiares que quedaron colgados este mes fuera.

Como era costumbre, mi morocha era la única que cruzaba por mi mente en cada momento del día, y cualquiera podía darse cuenta de ello.

—Sos re gato, amigo. Cómo la vas a pifiar así.— Dijo Irina, mi mejor amiga, mientras que yo sacaba una medialuna de la bolsa que recién habíamos comprado.

—Bue, amiga. No me siento lo suficientemente para el orto como para que me digas así.— Ella era quién más estaba al tanto de mi situación con Camila y a pesar de no tener mucho trato con ella, (y ser muy celosa mía) se ponía de su lado.

—Hablale, buscala. No duermas ahí.

—Pero si no quiere saber nada más conmigo, la otra vuelta que vino se llevó todas las cosas. Se terminó ahí, gorda.

—Alejo, sos un pelotudo, hermano. Sabés que esa mina está muerta con vos, buscala.

Y aquella fue la única conversación respecto a ella en la noche, no quería que siguiera hablando de cómo la había cagado, sabía muy bien lo que había hecho.
Pero en esa madrugada que acompañé a Irina a su casa, pasé por la de la morocha. Su casa estaba tan solo a unas cuadras de lo de mi mejor amiga, por lo tanto, hice frenar al auto que me llevaba en la puerta. Estaba teniendo un debate mental de si bajar o seguir mi camino.
Ella me había dejado en claro que no quería saber nada más, fue algo muy impulsivo pero a la vez completamente justificado. Lo que pasa es que yo había perdido la dicha de mis días cuando ella decidió irse y buscar olvidarla en otras bocas y otros brazos no era algo que se podía negociar, simplemente no podía. Estar con alguien más hasta entonces solo me hacía sentir más vacío que antes.
No demoré mucho más, bajé del auto luego de haberle pagado y acomodé mi campera antes de tocar el timbre y esperar ser atendido. Eran las 11 de la noche un martes, corría el riesgo de que nadie me atendiera por miedo, porque claro, ¿qué loco estaría afuera?
Pasaron algunos minutos, y ante la desesperación volví a tocar el timbre; la ansiedad me estaba consumiendo, no tenía pensado qué decirle. Únicamente tenía unas desesperadas ganas de verla de nuevo, besarla y abrazarla tan fuerte para que no sea capaz de alejarse de nuevo.
Las dudas vinieron ahora a mi mente, ¿y si ella estaba con alguien más? ¿Estoy arrastrándome demasiado? ¿Me habrá olvidado? Más y más ansias me revolvieron el estómago, así que tragué saliva y me di media vuelta dispuesto a irme cuando sentí que no podía afrontar su rechazo.
No llegué a dar medio paso que sentí la puerta abrirse, y mi corazón se detuvo por un segundo al igual que mi respiración.

—¿Qué haces acá?—Su voz tembló al comienzo, pero al finalizar la pregunta se volvió más firme, para entonces ya había volteado a verla de frente. Vestía una camiseta holgada y estaba descalza, su pelo atado desprolijamente y sus ojeras marcadas dándole una apariencia muy de entrecasa. Tomé aire con la boca abierta, haciendo una pausa antes de hablar.

—Volví hace unos días y pasaba por acá. Quería saber cómo andabas.

—Pensé que quedamos en no vernos por ahora.

—Ya sé pero.—Contrapuse al instante pero ella me interrumpió.

—Habíamos quedado en algo.— Se notaba cierto enojo en su voz, como también en su ceño fruncido.

—Lo qué pasa es que.— Nuevamente fue más rápida, y con claras intenciones de no hablarme, cerró la puerta en mi cara. Mi boca quedó entreabierta al ser interrumpido, y un suspiro pesado salió de mis labios. Negué con la cabeza, y golpeé su puerta con algo de fuerza.— Cam, por favor. Hablemos. — No hubo respuesta, y la puerta se mantuvo cerrada.

—No te das una idea de lo difícil que fue este mes para mí. —Continúe golpeando la puerta por unos segundos hasta apoyar mi frente en esta, un poco rendido.— ¡Te extraño, boluda!—Hablé con más fuerza esta vez, y volví a golpear, con mi cabeza aún recargada en la madera.— Sé que la cagué, por favor.—El tono de voz había disminuido, pero no lo suficiente, así me aseguraba de que ella lo oyera si es que aún estaba detrás de la puerta.

Varios segundos pasaron, y no podía dejar de replantearme toda la situación, nuestra historia de comienzo a fin. Me negaba a aceptar que esto era todo.

—No pasa un día que no piense en vos, y en lo que te hice, Cam. Por favor.— Supliqué en un tono elevado, golpeando la puerta una vez más antes de dejar mi mano apoyada y cerrar los ojos con fuerza, esto estaba logrando desesperarme pero la angustia fue más que la molestia y prontamente sentí mis ojos aguarse.

Mordí mi labio con fuerza, maldiciendo una y mil veces los momentos en los que pude haberme negado y no lo hice, en aquellos momentos que pudieron haber evitado esta situación.
La puerta se abrió, dejándome perplejo al ver a la menor con sus ojos brillosos, con la mirada cansada y triste que solo hacían que mi corazón se volviera más pequeño.

—Volvé a casa.— En un tono suplicante mi voz se hizo presente, y di un paso para quedar en el marco de la puerta.— Diabla, somos nosotros nada más. Por favor, perdóname.— Me acerqué a tomarla del rostro cuando la observé bajar la mirada, y ella repleta de angustia dejó caer lágrimas.—No, no, no. Amor. No.—Negué con cierta preocupación, limpiando el agua salada que comenzaba a mojar sus pestañas inferiores.

— Todo lo que quiero es con vos, desde que no estás todo me cuesta el doble. Ya no sé que hacer.— Mis ojos miraban atentamente los suyos, amenazando en derramar lágrimas si la seguía viendo de esta forma, me rompía verla llorar.— Dame una oportunidad, te juro que el amor que te tengo ya no me entra en el cuerpo. Tanto me hace sentir vacío cuando no te tengo. Yo sé que vos sentís lo mismo, volvé conmigo, Cam.— Mis manos en sus mejillas acariciaban lentamente la piel delicada de su rostro, mientras que las lágrimas continuaban cayendo y mis ojos reteñían efectivamente aquella humedad acumulada, la angustia era demasiada.

Sus manos se dirigieron a mi espalda, y su rostro a mi pecho, en breves segundos me estaba abrazando con fuerza, estallando en llanto aunque de una forma silenciosa. Di unos pasos hacia adentro de su casa, sin soltarla para luego cerrar la puerta detrás nuestro con uno de mis pies. Me aferré a ella, y cerré mis ojos, sintiendo caer una lagrima por mi mejilla. Lo cierto es que era alguien bastante sentimental, normal para quien llora únicamente cuando siente emociones muy fuertes.

—Te juro que del amor no sé nada pero sé que tu voz me envuelve y tu mirada me destroza. Sé que tus brazos son el lugar perfecto para calmar mis penas y sé que no existe mejor lugar para poder madrugar. Sé que no sé nada más allá de tus ojos y tu sonrisa, y sé por esto mismo que te amo. No puedo dejar que te vayas así de mi vida.

Mordiendo el bozal x YSY A Donde viven las historias. Descúbrelo ahora