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Una vez instalados en la isla decidimos pasar el día afuera, en lancha, como si de Venecia se tratara al estar rodeados de tanta agua, tanta paz.

¿Qué más podía pedir cuando la tenía a ella a mi lado? Sonriente, enamorada y dispuesta a seguirme en todas. No había nadie tan segundera como ella, y se bancó las mil y una en estos meses.
Pero no podía pensar en lo malo cuando la menor se recargaba en mi hombro, mirando hacia un costado, encantada con el lugar.

—Yo sabía que te iba a gustar. Ese mes que estuvimos acá no pude dejar de pensarte. Toda esta onda me da tus vibras.— Ella volteo con una sonrisa, acercó una mano a acariciar mi cuello.

—Todo es más lindo cuando estamos juntos.

—Es precisamente por eso que no podes dejarme.— Asentí con una sonrisa y ella rio suavemente antes de dar una palmada a mi rostro. —Y sí, es la posta. ¿O no te das cuenta que todo me sale mejor cuando es con vos? Loca, no pude grabar un mes entero, venis vos a decirme de volver y no sabes lo que quedó ese tema. Una locura.

Ella mantuvo el silencio, asintiendo y desviando su mirada, como si estuviera apenada.

—Perdón por haberme ido el domingo.

—No, no. Es entendible, te dije que iba a volver a casa y no llegué. Me confié.

—No pero... Es tu trabajo, ¿entendés? No quiero ser un problema, es tu vida y yo... Nada, no sé. Me sobrecargué.

—El error fue mío, ¿sí? No pensemos en eso ahora. Estamos bien, ¿o no?— Enarqué una ceja y lleve mi diestra a tomarla del mentón para volver a tener su mirada antes de dejar un corto beso en sus labios.

—No quiero ser lo que te frene.— Buscó tomar mi mano, y acaricio el dorso de esta con su pulgar.

—Al contrario, me das todo eso que necesito para romperla.— Alcé nuestras manos juntas, y dejé un beso en sus nudillos.

Durante la tarde no podía hacer más que mirarla, casi atontando con su belleza mientras que el sol pegaba sobre el agua y se reflejaba en ella. Tan dulce, y serena, quería quedarme ahí para siempre.
Acá se parece al paraíso el lugar, con mi diosa a mi lado, y dispuesta a acompañarme, inexplicable la tranquilidad.

—¿Quién diría que estaríamos acá?—Hablé tras varios minutos en silencio, mientras el sol comenzaba a notarse más apagado y el rostro de la morocha se hallaba en mi hombro. Ella emitió un pequeño sonido por la confusión, y reí suavemente antes de explicar mi idea.— Vos y yo acá, después de todo, después de tan poco. No sé, loca. Lo pienso y me re flasho.

Ella rio suavemente y se abrazó más a mi cuerpo, para dejar algunos besos en mi cuello antes de responder.

—Yo no esperaba conocerte y mucho menos pegar tanta onda.

—Yo sabía que eras vos desde el primer momento.

—Fua, gato. Callate.— Soltó una carcajada y se escondió en mi pecho, por lo cual la rodee firmemente en mis brazos mientras reía por igual.

—Es verdad, lora. Desde la primera vez me dí cuenta que sos todo lo que quiero. Y de ahí gasto todo mi tiempo en volverte a encontrar.

Cada vez que me perdía me encontraba en ella, era mi refugio, mi hogar, la que me ayudaba a no pensar en nada.

Y lo sé porque en mí su beso tiene un efecto como pocas cosas lo tienen. Me deshiela un torrente de emociones, me corren sensaciones, me cierra los ojos, y se queda latente.
Un beso rico, dulce, sin necesidad de lenguas besándose.
Ella me enamora siempre.
Me eleva a un lugar llamado gloria.
Su beso de pasión pura, me altera los nervios y mi sangre hierve; latidos golpean otros latidos y siento que la amo más fuerte.

Mordiendo el bozal x YSY A Donde viven las historias. Descúbrelo ahora