| Un infierno a la vez |

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"¿De qué le sirve al hombre ganarse el mundo, si pierde su alma?"

El diablo observaba desde su trono en el Inframundo cómo su socio se quejaba del dolor, hablaba solo y se lamentaba en ese oscuro y feo baño. Le pedía a Dios, a su padre, que acabase con su vida, en voz muy baja, probablemente para que nadie más lo oyera. Sin embargo, Lucifer escuchaba clara y atentamente, lo veía en toda su miseria, descubrió que detrás de toda esa carisma y encanto, había una máscara que engañaba muy bien.

Lo engañó...

Su mano derecha, su compañero, su amigo, su... Su mejor amigo... Y también su amor. Le mintió, y en su propia cara.

¿Cómo no se dió cuenta antes? Lo conocía desde hacía muchos años, sabía que para ser un tipo malo debía construir en sí mismo una fachada bien hecha. Sabía que tenía uno que otro secreto, pero al volverse su lacayo favorito, tuvo que humillarse ante él como si de una confesión en la iglesia se tratase: Todo lo que Dice era, lo tenía que saber él. De esa forma, no habría secretos, y podía contar con él sin preocupaciones.

No contaba con que ese encantador hombre fuera tan desdichado. ¿Por qué no le dijo nada? Que fuera el diablo no lo hacía un tirano, al menos, sí lo era, no lo quería ser con él.

Días posteriores se aseguró de su estado, lo atrapó en su estúpido empleo y lo vio en mejores condiciones. Le abrazó con todas fuerzas, para que supiera que a pesar de todo, estaba ahí para él. Aún así, no le dijo absolutamente nada. Y esa confianza que creyó tener con él, fue puesta en duda.

Dejó pasar más tiempo, esperó con mucha paciencia, y en un abrir y cerrar de ojos ¿¡Estaba con esas tazas!?

Bien por él, que hiciera lo que quisiera con ese par de demonios, pero incluso ellos notaron que no se encontraba del todo bien. Tal cosa le ofendió, porque era increíble cómo dos putos niños se dieron cuenta antes que él mismo.

Pensó entonces, que quizás tenía que ser atento a los detalles, a sus palabras, a su forma de abrazar, a ver si hallaba algo que dijera qué le pasaba...

Lucifer, entre más pensaba, más se enteraba de una realidad que no quiso admitir hasta ese momento: No podía y no quería vivir en un mundo sin King Dice.

Y King Dice no era feliz, probablemente o no, por culpa suya.

Se recargó en su propio trono con las rojas y gruesas lágrimas a punto de salir de sus ojos. Luego se hizo bolita ahí mismo, tratando de reparar en su cabeza cómo resolver ese problema. Era la primera vez en su eternidad que se preocupaba por un mortal, y no se arrepentía de haberlo conocido, pero se sentía dolido por todo lo que pasaba a su alrededor y por ser tan ciego. Su último recurso fue citarlo, aún en ese humor abismal, lo sometió a bajar al Inframundo. Lo quería ver, le quería hablar y resolver eso, sabiendo que los dos seguramente saldrían lastimados.

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Se le apareció frente al diablo, con la respiración entrecortada gracias a los nervios, nacientes por la repentina citación que se le pidió sin explicaciones. No tenía miedo de ser renegado, pues su jefe ya no era, pero que Lucifer lo llamase así no significaba nada bueno de todas formas.

-¿Querías verme?- Preguntó, su voz hizo eco en la sala ardiendo en fuego. Tragó duro, el trono le daba la espalda.

El diablo decoró el infierno para poder instalar su trono allí, creando una gran sala con un extenso pasillo, donde al final de éste, estaría él. Dice caminaba cauteloso por ese sendero alfombrado, sin obtener alguna respuesta hasta que estuvo a pocos metros del trono.

| The Die House | [•King Dice•]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora