| The Die House |

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El escenario recién pulido fue recibido por su dueño, quien en zapatos elegantes y porte de caballero contemplaba su reino ante sus ojos, mirando a sus súbditos sentados en aquellas mesas a la espera de que su aclamado rey deje salir de su sonrisa las notas más altas y difíciles que ellos pudieran oír.

Deslizó sus suelas en la superficie de madera para hacer un fabuloso giro sobre sí mismo y, al parar en seco y darle cara al público, soltó un cántico para que las personas le siguieran, como si fuera el director, no sólo de la orquesta sino también del club entero.

¡HEEEEY HO!— Armonizó y el público le imitó— ¡HE HE HEY!— Repitió y la gente repitió también — ¡OOOHHH...! No puedo vivir en mundo sin tu amor...— Comenzó a cantar, bajando el tono— Soy un rey profanador de ultratumba, y los cantos que ordeno son mi culpa... ¡Hey, al menos soy consciente y no hay dudas! Que mi reino nació de esas dunas. Y el desierto me dió, un bálsamo del cielo, lo bebí y ahora no puedo vivir, sin tu amor...

Aplausos que se oían desde afuera hasta la primera fila invadieron el club de un segundo a otro, las armoniosas notas que Dice cantaba lograban cautivar a su público. Había aprendido del mejor cuando de armonizar se trataba, y sus pasos se daban a relucir gracias a su constante práctica.

Su letra para esa canción era lenta y corta, así que repitió los versos y animó al público con su micrófono para que cantaran junto a él. Cuando llegó el sólo de piano, dejó el micrófono y empezó a deslizarse ágilmente con sus pasos ligeros, generando más aplausos. Terminó el piano, y fue el turno del saxofón para lucirse, el pequeño naipe tocaba con todas sus fuerzas para seguirle el ritmo a su jefe mientras éste dirigía con su batuta a los demás músicos sin dejar de mover esos inquietos pies.

Después de tres minutos de arduo espectáculo, sudoroso y extasiado se volteó a su reino e hizo una reverencia, provocando los últimos aplausos de la noche mientras el telón lo cubría a él y a la orquesta para dar por finalizada la última presentación del turno.

—¡Rey de tréboles, lo has hecho magnífico!— Comentó el dado de buen humor, refiriéndose al que tocaba el instrumento de viento— ¡Todos lo han hecho muy bien! Vayan a beber algo y guarden descanso, los veo mañana.

Los naipes eran incapaces de responder con palabras, pero asintieron muy sonrientes y se retiraron hacia la barra de tragos, donde se reunían y se comunicaban entre ellos con su propio idioma, incomprensible para su jefe.

Éste por otro lado, se quitaba el saco y el chaleco mientras se miraba en un espejo con luces, para dedicarse a retirar el maquillaje de su rostro e hidratarse tranquilamente. Su sonrisa no desaparecía pese al cansancio, era leve, pero se notaba lo feliz que estaba. Su negocio no sólo era un éxito, sino que el diablo se volvió una persona más atenta y entre sí se daban el consuelo que necesitaban. Meses habían pasado desde aquella noche en la que Dice arrancó todos sus pesares, su estado mejoró mucho, y aquella frustración que lo mataba ya se había ido. Sus heridas, sin embargo, seguían allí. Con el tiempo buscó ayuda de muchos sabios, pero todos llegaban a la misma conclusión: Esas cicatrices nunca iban a sanar, porque son parte de él, de su historia y de su razón de existir. Así que dejó de buscarle la vuelta a todo y se dispuso a vivir dignamente aceptando lo que realmente era, un rey feliz, después de tanto esfuerzo.

El sonido de algo apareciendo mágicamente invadió el camerino, ya sabía de quién se trataba así que no se preocupó en voltear. Terminaba de quitarse el polvo de sus mejillas al sentir que alguien se sentaba encima de sus piernas.

—Qué buena presentación tuviste hoy, Dice— Le saludó con un beso en los labios, corto pero tierno— Cada vez me gustan más tus canciones. ¿Acaso piensas en mí al escribirlas?

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