Capitulo 2: Ira

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Y así, comenzó todo.. no voy a justificarme. Podría decir que hice lo que hice por traumas de la infancia, que sufrí mucho, que mi padre me golpeaba a mí, a mis hermanos y a mi madre. Podría contar la vez que dormí sobre el frío pasto en pleno invierno, afuera del establo, porque se me escapó una vaca, o la vez que me golpeó un ojo tan fuerte al punto que pensé que perdería la vista, solo porque me olvidé de alimentar a los cerdos. Pero no, solo diré que las decisiones de mi vida, giran entorno a una pregunta.. ¿De quién es la culpa?
Buscar un culpable a cada uno de mis actos sirvió, me pare de frente a la vida y tomé al toro por los cuernos. Decidí que yo no sería el culpable de nada, y así me volví casi invencible, por lo menos por un tiempo.
La primera vez, con 17 años, estaba ahí en silencio, escuchando al ebrio de mi padre, diciéndome lo que era y lo que no. De pronto salió a dar una de sus caminatas nocturnas, que consistían en beber hasta quedar tirado en algún lado. Mi madre como siempre me enviaba a buscarlo, salí a dar un par de vueltas y a lo lejos ví un bulto en el suelo, me acerqué y era él, quise moverlo pero era imposible, el bastardo pesaba muchísimo. Fue allí que me dije a mi mismo ¿Por qué debería ayudarlo? Después de todo, siempre que lo ayudo termina diciéndome que hice algo mal.. ¿Y si...? ¡No! ¡Dejá de pensar esas cosas y levanta del suelo al viejo borracho! Cuando logré despertarlo, me miró y me dijo:
_¿Qué querés inútil?¡No me toques! ¡¡Tu y tus manos afeminadas me dan asco!!
Agaché la cabeza, como siempre, y le dije:
_ mamá me envió a buscarte
_¡Dile a esa zorra que me deje en paz!
Me dí la vuelta para volver a mi casa, pero él seguía insultándome como siempre, yo lo ignoraba, hasta que volvió a repetir su frase icónica, esa frase de mierda que me rompía en mil pedazos:

_ ¡INÚTIL! ¿¡NO PUEDES HACER NADA BIEN?!

Nosé que pasó, pero algo dentro de mí pedía a gritos salir, y así lo hice... Lo liberé... Ésta cosa, tomó una roca y corrió hacia el bastardo que apenas se mantenía de pie y comenzó a golpearlo una y otra vez en la cabeza. Sus manos estaban llenas de sangre, su rostro teñido de sangre tenía una sonrisa de oreja a oreja. Y yo, yo solo estaba ahí, mirando y disfrutando, no podía evitar sentirme feliz. Por primera vez en mi vida, era feliz.

Iracundo: Historia de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora