Atando cabos

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Lo primero que preguntó fue
_¿Por qué discutían?
Sin dudarlo respondí,
_por una pavada oficial, que ya no recuerdo. Una pequeña discusión, nada importante.
_¿A qué hora se fue usted? ¿A qué hora volvió? ¿Discutían a diario? ¿Cómo era su relación?
Debo admitir que por un momento los nervios casi me jugaron una mala pasada, pero me puse a llorar desconsoladamente y grité:
_¡Vayan a buscarla! ¡Dejen de perder el tiempo! ¿No ven que su madre y yo estamos desesperados?
El jefe me dió la razón y ordenó iniciar una búsqueda. El otro tipo me miraba fijamente, dudaba de mi historia y no lo dejaría así nomás al asunto. Era astuto, debo admitirlo, pero sabía que guardaba un secreto, es decir ¿Qué hacía un tipo como él en un pueblo tan pequeño? se notaba que provenía de la gran ciudad, era porteño su acento lo delataba, necesitaba averiguar un poco más sobre él me llenaba de intriga este tipo.
Pasaron los días y la policía dejó de buscar, como en todos los casos de desapariciones, pero el porteño no dejaba de hostigarme me volví un caso personal para él. Me enteré que anduvo de investigador privado por el pueblo, haciendo preguntas sobre mí, mi familia, mi difunta esposa, y hasta de mis amistades. Claramente solo recibía buenas referencias de mi persona, la gente me amaba , pero algo le hizo ruido, la misteriosa desaparición de mi padre. Ahora tenía varios motivos para sospechar de mí. Como saben la relación con mi padre siempre fue algo complejo para mí, no me gustaba hablar del tema, el imbécil había dejado muchos traumas y heridas imposibles de cicatrizar, cualquiera que conociera un poco de psicología lo notaría con tan solo preguntarme cómo me trataba mi padre. Esto podría traerme graves problemas.

Iracundo: Historia de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora