LAS HIJAS DE POSEIDÓN

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En el “monte del norte

Justo cuando Artemisa pasó al interior de la cueva, unas piedras de desprendieron impidiendo el paso a las cazadoras.

En el interior había dos chicas más.

Eran ambas morenas, con el cabello largo y trenzado. Pero una de ellas lo tenía mejor cuidado que la otra. Una llevaba un arco en la mano, con tres flechas colocadas. No tenía cara de alegrarse de ver a la diosa. La otra chica estaba en el suelo, con las manos atadas con una cuerda y los pies con otra. Lloraba y estaba bastante sucia. Ambas vestían el uniforme de las cazadoras: unos vaqueros, unas botas y una cazadora plateada. En el caso de la chica que estaba en el suelo, los vaqueros estaban rotos por las rodillas, la cazadora plateada parecía marrón y las botas, sencillamente, no estaban. Iba descalza. Evidentemente, eran Elizabeth y Sabina. Pero... ¿Cuál era cuál?

Los demás dioses olímpicos habrían atacado a la del arco, aunque Atenea lo hubiese pensado dos veces. Pero Artemisa dudó.

- Por fin llegó. - dijo la del arco. Tenía una sonrisa dibujada en la cara. - Vamos a acabar con esto.

- No pelearé contigo. - dijo Artemisa decidida.

- Eres muy predecible Arty.

- No me llames así.

- Dime. ¿Quién soy?

- Levántate las mangas de la cazadora si no tienes miedo.

- ¿Las mangas de la cazadora? Tú flipas. No te lo voy a poner tan fácil.

- Cobarde. - murmuró Artemisa. Se volvió hacia la chica del suelo, que lloraba desconsoladamente. - ¿Tú?

- ¡No! - dijo la chica que estaba de pie.

- Me matarás. Las dos. Prefiero que... - sollozó la del suelo. - De acuerdo.

Fue a subirse las mangas de la cazadora, pero la otra chica lo impidió.

- ¡Ni se te ocurra! - dijo.

Flashback

Dos niñas, de unos trece años, iban andando solas. Una de ellas estaba llorando, la otra tiraba de ella para seguir andando.

- Vamos, Elizabeth. En seguida estaremos en algún sitio bueno, y no tendremos que volver a huir. - dijo la que tiraba de su hermana.

- Sabina, llevas diciendo eso desde el otro pueblo. Y eso fue hace una semana. - replicó la llamada Elizabeth.

- Tú no lo sabes, puesto que en este bosque no vemos la luz del sol. - espetó Sabina. Señaló las frondosas hojas de los árboles, que impedían el paso del sol. Elizabeth lloró más fuerte.

- Estoy cansada, Sabina. Tengo hambre, sueño, me duele todo el cuerpo, y hace horas que no vemos un río para beber. - sollozó.

Sabina rodeó a su hermana con el brazo y la consoló.

- Está bien. Podemos quedarnos a descansar, si quieres. - murmuró.

Elizabeth asintió con la cabeza.

- Gracias, hermana. - dijo secándose los ojos.

- No las des. Yo no mando aquí. - Sabina sonrió, con la idea de tranquilizar a su hermana.

Elizabeth se durmió en breve. Sabina se quedó despierta, jugando con dos palos del suelo y una goma de pelo.

Escuchó un gruñido entre los árboles. Se estremeció, temiendo lo peor.

Meneó a Elizabeth para despertarla, pero ella no reaccionó.

- Eli, hay algo ahí. - masculló.

Nada, Elizabeth no se despertó.

HUNTER OF ARTEMISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora