La chica cogió el primer bus qué pasó por las afueras de su casa; aunque sabía que llegaría tarde a la agencia, no le importó. Estaba en un punto en el que ya nada podía ser peor de lo que su abuela le había hecho esa mañana su jefe.
Se subió en un descolorido bus y eligió el último asiento para viajar tranquila, conforme aprovechó del tiempo a solas para escuchar música y leer algunos textos de la universidad.
Si bien, las vacaciones de verano recién empezaban, la aplicada jovencita solía adelantar sus estudios para perfeccionarse un poco más y lograr conseguir alguna beca que pudiera ayudarla a salir de sus deudas.
Sin percatarse de lo cansada que estaba con todo el trajín que solía llevar en el trabajo y en su casa, se quedó dormida. Aunque no fueron muchos los segundos en los que descansó, fueron los suficientes para que su cuerpo empezara a enfrentar un primer cambio.
Se despertó sobresaltada cuando, de fondo, oyó los gritos de Kaled.
Cuando abrió los ojos otra vez, notó que aun estaba sentada en la parte trasera del bus y no tardó en intimidarse por lo que escuchaba y veía.
Estudió su entorno con confusión. No obstante, podía ver a los pasajeros del bus que la acompañaban en ese recorrido, también podía ver al Señor Ruiz.
Estaba ahí, frente a ella.
Se quitó uno de los auriculares por breves segundos, donde intentó comprender mejor lo qué estaba ocurriendo, pero solo oyó el murmullo de los pasajeros de fondo.
Arrugó el entrecejo, un tanto confundida por lo que la acechaba y le subió todo el volumen a su teléfono móvil, donde dejó que la explosiva música le produjera un molesto dolor en el tímpano y que eliminara esa vocecita ronca que tanto le gustaba, pero que también la amargaba.
En cuanto se bajó del bus que la había acercado a su trabajo, se quitó los auriculares cuando comprobó que seguía escuchando la voz de su jefe de fondo; revisó al menos tres veces su teléfono móvil, pensando qué tal vez se estaba reproduciendo algún viejo audio proveniente de los grupos de WhatsApp de trabajo, pero no halló nada y se sintió más intrigada todavía.
Se quedó helada por lo que escuchaba y, aunque en algún segundo creyó estar loca, todo tuvo más sentido cuando se frotó los ojos con los puños y vio al hermano del señor Ruiz en una acalorada discusión.
Mirko Ruiz estaba ante sus ojos, borroso, pero vistiendo elegante como siempre solía hacer.
El hombre le gritaba a ella y le dedicaba una larga frase repleta de improperios.
Florence pensó que estaba soñando, que se había quedado dormida en el bus y se sacudió atemorizada cuando el viento cálido del verano le chocó en la mejilla.
Los cláxones que se oían a su alrededor y que casi la dejaron sorda, terminaron de mostrarle que estaba tan despierta como loca.
Se miró las manos con confusión y también la ropa que llevaba; se alteró aún más cuando entendió que era real, los hermanos Ruiz estaban discutiendo y ella estaba allí, atrapada en el centro de la pelea y presenciando toda la situación.
Resultaba extraño, porque estaba allí, escuchando y sintiendo una impotencia y frustración que no sabía de dónde provenían, pero, a la vez, no estaba allí, puesto que seguía de pie en la mitad de la calle, frente a las instalaciones de la agencia de modelaje en la que trabajaba.
A tropezones ingresó a la agencia y detalló al resto de las empleadas; todas lucían perfectas, con sus cabellos lisos y sus perfumes que inundaban cada esquina del lugar. Las mujeres la observaron de reojo y la ignoraron en cuestión de segundos.
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Dulce venganza
HumorHechizado por una furiosa abuela, el individualista Kaled Ruiz tendrá que sobrevivir treinta días en el cuerpo de su desdichada e inocente asistente de fotocopias: Florence Díaz. ¿Qué hizo él para merecer aquello? Pues, ser el desgraciado bastardo...