Cuando la pareja pudo encontrar un poco de paz y verdad a todo lo que sentían, se sentaron en el filo de la cama a conversar y a comer frutos secos conforme revelaron todo temor que los acobardaba cada día, donde descubrieron un miedo que los unía todavía más.
Florence habló de su miedo al fracaso, a seguir engordando y a la soledad; y por otro lado, Kaled habló de su miedo a su hermano, a perder la empresa y a quedarse solo. Se tuvieron que reír cuando entendieron que temían estar solos por mucho tiempo y se relajaron encima del colchón cuando entendieron que sí podían seguir compenetrando de muchas otras formas.
—¿Verdad o reto? —preguntó Kaled y ella se puso más nerviosa de lo normal.
Estaban recostados en el centro de la cama, mirando el techo sin tocarse, hablando como una pareja de amigos o, tal vez, de algo más.
—Verdad —siseó con las mejillas rojas, efecto muy inusual para el cuerpo masculino que llevaba.
Kaled no tuvo que pensar mucho, puesto que tenía muchas preguntas para ella.
—¿Cuál es tu mayor secreto? —preguntó el hombre.
—¿Mi mayor secreto? —investigó Florence con ansia y luego cerró los ojos para confesar con plena sinceridad—: que vomito después de comer.
Tenía los ojos cerrados, un nudo amargo en la garganta y, aunque siempre tenía miedo de decir ese tipo de cosas en voz alta, con la presencia de Kale solo había sentido seguridad y confianza.
—¿Por qué lo haces, Flor? —preguntó Kaled, siguiendo en el juego.
—Me toca a mí, no seas tramposo. ¿Verdad o reto? —interrumpió ella, coqueta y volteó para mirarlo.
Kaled rabió entre dientes, pero cedió fácil.
—Verdad.
—¿Por qué le tienes miedo a tu hermano?
Directa y cortante, como una cuchilla filosa. Florence quería saberlo todo de él y le parecía que Kaled era un hombre valiente y poderoso como para tener ese tipo de miedos.
Kaled arrugó el entrecejo ante su pregunta y carraspeó nervioso para voltear del mismo modo en que ella había hecho antes. Se miraron a la cara sin temor y aunque nunca le había dicho a nadie aquello, con Florence se sentía seguro, por lo que se soltó sin problemas.
—Siempre se queda con todo lo que tengo y con todo lo que quiero —explicó—. Me quitó a mis padres con sus geniales ideas, me quitó a mi primera novia, la primera empresa que levanté en la universidad y estoy seguro de que se va a quedar contigo —confesó sin temer a nada y Flor lo miró desde su propio cuerpo con sorpresa.
—Kaled, yo...
—Él sabe hacer bien las cosas, y yo no —interrumpió antes de que la chica dijera algo que lo lastimara—. Él sabe cuidar las relaciones, cuidar a las personas y es perfecto. Yo no.
—A mí me pareces perfecto —respondió Flor con el corazón en la garganta y estiró la mano para tocarse su mejilla colorida—. Te pusiste rojo —dijo divertida y se rieron los dos, nerviosos por lo que sentían y el modo en que lo descubrían.
—Me pones nervioso —contestó él con una suave voz femenina y es que a veces olvidaban que ocupaban otros cuerpos—. Y también me pones duro.
—¡Kaled, yo no necesito saber esas cosas! —refutó ella y se levantó en el centro de la cama para sentarse en posición india, alterada por las cosas cochinas que el hombre le decía.
—Estamos jugando verdad o reto y elegí verdad —contestó risueño e imitó lo que la jovencita había hecho para estar más cerca de ella.
Se sentó frente a ella y con escaso espacio entre sus cuerpos. La miró a la cara y se perdió en sus bonitos ojos.
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Dulce venganza
HumorHechizado por una furiosa abuela, el individualista Kaled Ruiz tendrá que sobrevivir treinta días en el cuerpo de su desdichada e inocente asistente de fotocopias: Florence Díaz. ¿Qué hizo él para merecer aquello? Pues, ser el desgraciado bastardo...