Los hombres sí lloran

233 29 6
                                    

Cuando el deporte terminó, la pareja regresó al departamento.

A Flor le incomodó regresar sudorosa, porque no estaba acostumbrada a sentirse así, pero se negó a ducharse en el gimnasio cuando vio a los demás hombres desnudos paseándose por todas partes y con sus partes al aire.

Era como un paraíso de pollas flotantes. Ella no estaba lista para un espectáculo así.

—¿Te molesta si nos bañamos juntos? —preguntó Kaled.

Luchó con un sujetador deportivo que empezaba a aborrecer. Había descubierto que no había nada más placentero que quitase el sujetador al llegar a casa.

Flor se tardó en darle una respuesta. Tuvo que esconderse de su mirada intimidante. Podía sentir la cara roja y las tripas en revoltijo.

Como Kaled no tenía inseguridades respecto al cuerpo de la muchacha, se desnudó sin vacilar y se metió bajo el chorro de agua caliente.

Por otro lado, Florence siguió luchando con sus demonios.

—Dios, ¿cómo haces con tanto cabello? —gruñó él con voz femenina, con los dedos metidos entre las hebras largas de flor y con un desorden absolutos sobre la cara.

Flor se rio.

—Es cuestión de costumbre —contestó y se quitó los pantalones con prisa, también la capucha sin gorro y los calcetines.

—Jamás podría acostumbrarme a tanto cabello y tan largo —reclamó intentando mantener la melena larga y contundente de la joven en orden, pero todo le resultaba caótico y sus poco acostumbradas manos no conseguían nada positivo.


Flor entro en la ducha y ayudó al hombre con la guerra que mantenía con su largo cabello.

Se aplicó crema para peinar en la palma de la mano y con mucho cuidado cepilló hacia abajo, extendiendo la olorosa crema y ordenando cada hebra con deleite.

Cuando se dieron cuenta, estaban encerrados en una excitante nube de vapor y en una burbuja de la que ya no podían escapar.

Kaled no podía evitar sentirse más atraído por Flor y la delicadeza que la acompañaba, por lo que no pudo guardar sus sentimientos en ese momento tan íntimo.

—Me habría gustado estar en mí cuerpo en este momento —dijo y estiró la mano para acariciarle el cabello corto.

La joven sonrío mordiéndose el labio inferior y negó con la cabeza, tan tímida que a veces se desconocía a ella misma. No iba a negar que el momento era perfecto.

Ducha desnudos, vapor, cercanía y nervios.

No tuvo valor para decir nada; a veces se sentía superada por todo aquello que Kaled le hacía sentir y solo se guio por los movimientos de su compañero.

Él aprendió cómo lavar ese cabello sin hacer un escándalo.

Se vistieron a toda marcha, confundidos por las prendas que acostumbraban a vestir, pero, poco a poco, fueron sincronizando sus ideas.

—Tengo que visitar a mi mamá hoy, o se empezará a poner paranoica —dijo Kaled bebiendo café—. El problema es que me hizo una cita a ciegas —lamentó y Flor se rio mientras mordía las galletas—. Siempre me hace lo mismo, y me ha tocado cada cosa...

—¿Cada cosa? —curioseó Flor, sintiéndose un tanto celosa.

—Por favor no lo malinterpretes. No lo digo por las muchachas que mamá me presenta, lo digo por las situaciones... son un poco... incómodas —se lamentó con el ceño arrugado, conforme recordaba esas desastrosas citas y bebió más café—. El problema es que tú tienes mi cuerpo y tendrás que inventar algo bueno para que la cita termine rápido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Jun 27 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora