Kaled no se pudo ir al a cama esa noche y es que desde que su cuerpo era ocupado por Florence Diaz, su adorable y bonita asistente de copias, tenía tanto trabajo pendiente que no sabía por dónde comenzar.
La joven se quedó junto a él, organizando documentación y apuntando en una libreta todo lo que Kaled le indicaba, siendo organizada y minuciosa respecto a cada una de sus palabras y escuchando con atención los correos electrónicos que redactaba, aprendiendo tanto de él que, cuando la medianoche llegó, no estaba cansada, muy por el contrario, se sentía llena de energía, como para seguir con el mismo ritmo por otro par de horas sin pestañear.
—Mejor continuamos mañana, muñequita, estoy muy cansado —expresó Kaled, dejándose caer rendido encima del sofá.
—Yo podría ir a bailar y luego a caminar por la playa —rio Flor, sirviendo jugo de naranja con naturalidad. Kaled sonrió al verla tan feliz dentro de su templo—. No sé de dónde me sale tanta energía, a esta hora yo estoy en el séptimo sueño —alegró juguetona.
Kaled la miró con dulzura y se derritió al verla tan natural. Definitivamente, eso era lo que más le gustaba, su actitud despreocupada.
—Me gusta verte sonreír —siseó dulce y recibió el vaso de jugo que ella le ofreció—. El viernes podremos bailar en la fiesta de la playa y luego ir a caminar por la arena —le dijo y la joven se sonrojó al pensar que era la proposición más romántica que le habían hecho nunca.
Kaled iba a ser su primera cita y, aunque ya se habían besado —y en circunstancias muy extrañas—, la joven estudiante anhelaba ser besada dentro de su cuerpo, con sus sensaciones y todas esas cosas de chiquillas enamoradas que extrañaba sentir.
—Me encantaría —dijo nerviosa y se tocó los dedos cuando recordó lo que iba a ocurrir el viernes—. Hablando del viernes... —siseó tímida y miró a Kaled con una sonrisita falsa en los labios—. Mi mamá me va a visitar y me llevará a comer... —explicó—, bueno, te va a llevar a comer a ti, y ella es un poquito complicada.
Le dedicó un gesto con los dedos que lo puso nervioso, también ansioso y notó que la joven se sentía igual.
—Define poquito —respondió Kaled, mirándola con astucia.
Flor suspiró y se desarmó en su sitio, lanzando una gruesa pierna musculosa encima del respaldo del sillón, sintiéndose en confianza, como si estuviera hablando con una amiga, tal vez con Paz, su prima.
—Mi mamá me dejó con mi abuela apenas nací —dijo y Kaled se quedó boquiabierto—. Volvió algunas veces para verme, pero nunca se quedó —agregó, tocándose los dedos con ansiedad—. Y cuando viene, solo lo hace para quejarse, criticarme y culparme por la muerte de mi papá —reveló con los ojos cerrados, pues temía mirarlo y sentirse peor al ver sus expresiones.
—¡La puta madre! —gritó Kaled y se levantó del el sofá para respirar un poco—. Si yo pensaba que mi madre era mala, la tuya es cien veces peor —se rio y Flor, desde su posición, le miró con congoja—. No, muñequita, no me mires así que me da mucha pena —le pidió dulce, arrodillándose ante ella—. Se me aprieta el pecho cuando te veo sufrir.
—Pensé que si estaba en tu cuerpo, iba a sentir lo que tú sientes, pero veo que sigo siendo yo —acotó triste. Kaled arrugó el entrecejo—. Me habría gustado quitarme esta pena que tengo, pero no puedo —lloró con los puños apretados—. Duele, quema, me da hambre —rabió y Kaled entendió un poquito más los motivos de su ansiedad e inestabilidad emocional—. Ni siquiera lo conocí, la abuela dice que era bueno y que si estuviera conmigo las cosas serían muy diferentes.
La joven hizo un puchero que, en la carita masculina y con barba gruesa y marrón, se vio adorable.
—Pero no está contigo, Flor —respondió él, sabiendo que hablaba de su fallecido padre. La joven soltó el llanto con esos ronquidos masculinos propios del hombre—. Bien, estoy listo para el viernes —aseguró y es que verla llorar le rompía el alma y lo hacía entrar en un estado de descontrol que no lo hacía pensar con mucha coherencia.
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Dulce venganza
HumorHechizado por una furiosa abuela, el individualista Kaled Ruiz tendrá que sobrevivir treinta días en el cuerpo de su desdichada e inocente asistente de fotocopias: Florence Díaz. ¿Qué hizo él para merecer aquello? Pues, ser el desgraciado bastardo...