Ganarás tú

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Cuando pensó que había regresado a su cuerpo otra vez y estaba lista para chillar de emoción y correr a los brazos de su abuelita, esa que la había castigado por sus malas decisiones, bastó que se mirara las manos para que entendiera que su mente le estaba jugando una mala pasada.

No eran sus manos delicadas y bonitas; aún tenía manos gruesas, venosas y velludas.

¡Eran las manos de Kaled!

Se tocó el pecho buscando sus senos prominentes, los que ya empezaba a extrañar y solo encontró en su camino un par de pectorales bien definidos y endurecidos, escondidos bajo la tela de la camisa que ella misma había elegido en la mañana.

También se sintió tentada a mirarse la entrepierna, pero estaba en un lugar público y no quería continuar siendo cuestionada por las personas que la miraban con curiosidad cuando caminaban a su lado.

Se echó a llorar otra vez, frustrada y timorata y cuando pensó que ya no era capaz de soportar tanto dolor, se rindió y llamó a su abuela, esa que siempre le alivianaba todas las penas.

—Mijita, ¿qué pasó? —habló su abuelita al otro lado de la línea, feliz por recibir su llamado.

—Abuelita, ya no quiero estar así —lloró dramática y la anciana solo escuchó la ronca voz del hombre.

—Lo siento, Flor —respondió seria y se mantuvo firme—. Cuando Ruiz sea capaz de ver lo mucho que vales a través de tus ojos y tú seas capaz de valorarte a ti misma a través de los ojos de ese bueno para nada, es cuando la cosa se acabará... antes no quiero escucharte lloriquear.


—Pe-Pero abuela... ya sufrí mucho, ya sabe que soy así y lo respeta, respeta que tenga sobrepeso y...

—¡Pero abuela ni ocho cuartos! ¡Que excusas tan malas! —respondió furiosa y el llanto de Flor se acabó por miedo. No le gustaba escuchar a su abuela enojada, nunca lo estaba—. No porque empatice con tu cuerpo y tu peso significa que ya saldaron la deuda; no, Florence, esto va más allá de lo físico, es lo emocional lo que deben cambiar, lo que está adentro.

—Kaled es un monstruo sin sentimientos, no va a cambiar nunca —desprestigió de mal humor, estaba furiosa por lo que le había dicho.

—Ahí tienes tu respuesta. Si no cambia, no regresas a tu cuerpo. Fin del asunto.

—¡No es justo!

—La vida no es justa, Flor, acostúmbrate —demandó rabiosa, odiaba tener a una nieta tan hermosa, pero tan debilucha—. Y tú madre llamó, quiere verte el viernes. Dijo que iría a tu trabajo y que te llevaría a comer.

—¡Ahhh! —chilló la jovencita al borde de una crisis nerviosa y perdió los estribos cuando escuchó la palabra: "madre"—. ¿Abuela? —preguntó para seguir conversando una vez que se recuperó, pero solo escuchó silencio a través de la línea.

Florence se sintió peor cuando vio que su abuela, a quien también consideraba su madre, le había finalizado la llamada tras su escandaloso quiebre emocional y a pesar de que aun llevaba el ejercitado cuerpo de Kaled, se tuvo que quedar en donde estaba para recuperarse.

Habían sido demasiadas emociones negativas —en su mayoría— para un solo día, y aunque sabía que debía regresar con Ruiz y su cuerpo, no sabía cómo hacerlo sin sentirse humillada.

Tirada en el suelo helado, Florence revisó su teléfono móvil y su lista de WhatsApp. Encontró el nombre de su prima Paz, quien también era su única amiga, y aunque se sintió muy tentada a contarle la verdad, tuvo miedo de que la creyera loca.

Se desvió por sus redes sociales, esas que carecían de interés y terminó mirando con nostalgia la galería de fotos, donde encontró lo que le avergonzaba: fotos de Kaled.

Dulce venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora