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Erinlea

Todo lo que la rubia llevaba viendo los últimos cuatro días, a parte de cansados tripulantes haciendo su trabajo, era agua. Mucha, mucha agua. Y agradeció a los antiguos dioses ya borrados de la piedra por no sufrir mareos en mar, porque este viaje iba a ser largo. Oh, claro que lo sería.

La elfa abandonó el mástil para dirigirse a la habitación debajo del barco en donde hablaba y planeaba sus movimientos con Arandora.

Al llegar allí la estaba esperando la bruja, con mapas de Zia y el pergamino de una antigua leyenda de Lohelia.

—¿Has encontrado algo? —Dijo a modo de saludo, acercándose a Arandora, la que estudiaba y leía la leyenda una y otra vez.

—Nada todavía. Es que...es muy raro. Todo esto. No sabemos ni a qué nos enfrentamos...

—No es fácil. Seguro que encontraremos una forma de descifrarlo en estos últimos días.

Arandora asintió y volvió a leer la leyenda, impaciente.

—"En próximos siglos, ejércitos librarán una guerra contra el mal escondido en el mundo".

La elfa negó, el pelo suelto se balanceó con su cabeza.

—Si no es una guerra mundial o civil...el mal escondido en el mundo... —puso una mano en su barbilla, haciendo el gesto de estar pensando en algo. Entonces chasqueó los dedos y miró a Arandora, que ya ponía su atención sobre ella—. Cuando era pequeña, abu Dhabi me contaba historietas sobre cómo los dioses y diosas ya olvidados se distribuyeron el mundo. Decía que las entrañas del planeta, la oscuridad y dónde olía a muerte y sufrimiento fue cruelmente dado a la primera diosa nacida, y que la parte de arriba, donde las criaturas más bonitas emergían había sido dada a su hermano —empezó a recordar con una sonrisilla los cuentos de su abuela—. Entonces, la diosa, más por celos que por furia, había lanzado una maldición a su hermano, que había decaído sobre los de arriba. Se dice que hubo una guerra, que gracias a ella Zia se partió quedando los cinco continentes, una guerra para que la maldición se destruyera. Pero la maldición no fue destruida, no se borró del mapa. La maldición se partió en cuatro trozos: los que formaba un cubo del color del ónix, de un negro tan pero tan puro, que ni la luz se reflejaba en él. Un cubo, que si era juntado de nuevo, abriría un portal desde las entrañas del planeta para que todas las criaturas salieran.

Arandora miraba seriamente a Erinlea, pero está pudo descifrar sorpresa en sus ojos.

—¿Insinúas que alguien se ha recorrido los cinco continentes, de rincón a rincón, para abrir ese portal, solo por gusto?

Erinlea asintió.

—Tendrá sus razones, pero la única lógica que le veo a la leyenda es esa.

Arandora, brazos cruzados, asintió, mirando el mapa. Se acercó a este y apoyó un dedo desde Váritas, la capital de Lewi y desde donde habían salido. Habría invocado cualquier hechizo, pues de su dedo deslizándose por el papel salía una línea roja siguiendolo. Trazó un recorrido que iba desde su salida, en Lewi, rodeando el norte de Lohelia, atravesando un bosque de Herbiner hasta llegar a otra costa para seguir por el mar Meácloro hasta donde se encontraba Hyluk, la capital de Urenne, y acabando en la sombría capital en el corazón de Gaah.

—Este va a ser nuestro recorrido para recoger a las chicas y descubrir si sus maldiciones han desaparecido también, luego, si hay una verdadera amenaza, empezaremos a formar el ejército —Erinlea asentía mirando el mapa, mordiéndose las uñas con nerviosismo—. Y acabaremos aquí —Arandora rodeó con el dedo la capital de Gaah, en el centro del continente y no muy lejos de la costa en la que dejaríamos el barco.

Healing by the AbyssDonde viven las historias. Descúbrelo ahora