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Arandora

Cuando Erinlea y el sátiro desaparecieron no quedó ni un solo rastro de ellos.

Junto al capitán y Ertken, avanzaron más y más en el camino mientras los demás tripulantes se distanciaron unos de otros y de ellos mismos, el camino parecía no tener fin; mientras más se avanzaba, más profundo parecía, los árboles del bosque cada vez se juntaban más hasta tal punto que se llegó a formar un arco entre ellos.

La bruja miró hacia atrás y, al darse cuenta de que ya no se diferenciaba final, decidió usar sus poderes ya que ni los rayos de sol pasaban entre aquellas hojas. Era demasiado peligroso, incluso para ella. Así que alzó los brazos y creó una especie de humillo color rojo saliente de sus dedos que iluminaba medianamente el sendero.

Tras pensarlo un rato, esta se paró en seco, haciendo que los que la acompañaban copiaran su acción.

—¿Ocurre algo, Arandora?— preguntó Ertken.

—Como “lider” —a Arandora le hizo hasta gracia decir esa palabra —de esta exhibición y persona más cercana a Erinlea, he tomado la decisión de seguir adelante sola, encargadse ustedes de encontrar una salida. Si os perdéis, no dudéis en darme una señal.

—Pero no puedo dejarla sola, señorita. Es mi deber como pirata del barco Al...-

—¿Crees que no soy lo demasiado poderosa como para arreglamelas yo sola?— casi rio. Se cruzó de brazos esperando una respuesta que nunca llegó.

Ertken abrió la boca unas tres veces, luego, su ego y él se dieron la vuelta.

—Iré a buscar una salida—. Dijo este mismo, mirando a la bruja por encima del hombro. Empezó a andar hasta llegar delante de todos los piratas, junto a su padre, y siguió andando en dirección contraria a la bruja, buscando dicha salida.

Arandora asistió con la cabeza y siguió su camino.

Tras una buena caminata, el bosque por fin dejó de ser tan siniestro, por fin se veía la luz del sol. Dejó de usar sus poderes, pero aún le quedaba algo por hacer.

Juntó sus dedos produciendo un chasquido, el humo rojo desbordó sus dedos mientras pronunciaba el hechizo
Dicho chasquido sonó un buen rato por el ambiente y aparecieron los tripulantes frente a ella segundos después junto al capitán, un poco desorientados.

—¿Nada?

—Nada —respondió uno de lo tripulantes.

—¿Cuántas veces te he dicho que solo puedes hablar si yo te doy permiso? —Dijo Ertken, acto seguido, Arandora lo miró con cara de asco. Se dirijió al tripulante.

—No necesitas el permiso de ese idiota para hablar ¿has entendido? —Ertken la miró con el ceño fruncido, ella le dedicó un corte de manga.

El pirata asintió ante lo que dijo y soltó una risilla traviesa al ver la indignación de su superior.

No sabían a donde iban, pero nada más amanecer habían desmontado los sacos de dormir y vuelto a la marcha.

Arandora no sabía si estaban en el buen camino, pero supuso que solo habían estado dando vueltas y vueltas. Estaba aburrida, desesperada incluso.

Entonces, justo cuando el sol ya estaba coronando el cielo, una fuerte luz provino de una parte no muy lejos de ellos, una luz recta que iba directa al cielo y parecía que brillaba incluso más que el propio sol, que aún intentaba cobrar protagonismo en el cielo.

—¡Corred, seguidla! —Exclamó Arandora, que ya estaba echando a correr hacia esa luz. Podría ser muchas cosas. Tantas, realmente, que tenía miedo. Podrían ser Erinlea y Thomas, entonces ella suspiraria de alivio. Podrían seguir su dichosa travesía al palacio de Herbiner. Pero Arandora no se dejó ilusionar, así que esa fantasía desapareció de su cabeza. Realmente podrían ser más cosas. ¿Un dragón de tierra, quizás? No tenía ni idea. Tampoco ganas de pelear. Pero supuso que era mejor estar preparada.

La luz, cuando llegaron, provenía de un árbol. De la copa de un árbol, más concretamente. Así que, como Arandora tenía un hechizo para ello, hurgó en su magia. Buscó el hechizo que antaño había aprendido. Hizo el movimiento de dedos. El perfecto y doloroso movimiento de dedos, que dejaba tras su paso un humo rojo y brillante, creando...lo que algunos llamarían hasta arte. Porque de la manera en la que Arandora invocaba su poder, sí, era arte. Era precioso. Se concentró en hacerlo perfecto, buscó aquello que había arriba de esa copa...y tirando del hilo, tensando la cuerda de poder al estirar ese humo, los teletransportó frente suya. Arandora acabó jadeando, al igual que Thomas, que con el brazo hacia arriba y la mano extendida, dejó de invocar la cantidad de luz que había echo, y, tras uno, dos, tres jadeos, se desmayó junto a Erinlea.

—¿Porqué lo has atado? —Preguntaba la elfa.

—Ya te dije que es mucho mas misterioso de lo parecía en un principio.

—¿Por lo de la luz? Arandora, podría haber sido cualquier rallo de luz...

—No, no lo era, él lo estaba invocando. Lo estaba sacando de adentro. ¿Sabes cuántas criaturas han llegado al poder de la luz en Zia? Ocho. Él es una de ellas. Erinlea, es el puto príncipe de Herbiner—. Arandora no sabía si reír o llorar. Lo tenían atado por eso mismo: no se fiaban de él. Y, aunque él pudiera poner cargos contra ellos, era evidente que ya había sido engatusado por la belleza de Erinlea, así que era muy poco probable.

—Y, en vez de atarlo, ¿porqué no le preguntas?

—No voy a desatar lo hasta que lleguemos al palacio, Eril.

Puede que llevase poco tiempo conociendo a Erinlea pero ella muy bien sabía que la bruja era muy cabezota y que no dejaría que lo soltara, así que siguieron el camino y al fin lograron salir de ese maldito bosque.

Se sentaron para descansar a orillas de un pequeño lago, en Herbiner abundaban estos. La tripulación se encargaba de Thomas, que ya aburrido, solo se dedicaba a hacerle ojitos a Erinlea. Arandora puso los ojos en blanco.

Mientras, la elfa y la bruja estaban apartadas del resto, la primera pensativa y algo agobiada. Si Arandora pudiera leer mentes, diría que estaba pensando en como solucionar el conflicto entre ellos, porque, quisieran o no, necesitaban aliados.

Ella bien sabía que el ambiente estaba muy tenso entre ambas, asi que, aprovechando el empanamiento de Eril, Arandora le salpicó agua. Mas Erinlea estaba preparada, porque un escudo de fuego la rodeó impidiendo al agua tocarla.

—Cada día me impresionas más, Eril.

—Autodefensa, querida.

Y, como era de esperar, la venganza no tardó en llegar. Cuando Erinlea intentó tirar a la bruja al agua, esta consiguió formular un hechizo que hizo que debajo de sus pies, y cuerpo el general, salieran unas placas sólidas formadas de su humo rojo. Arandora rio y Erinlea maldijo. Pero la bruja tenía más. Cogió de las manos a Erinlea e intentó hacer lo mismo, sin embargo la elfa creó los mismos tipos de paneles pero de fuego. Y así se llevaron un rato, intentando dejar caer a la otra mientras parecía que andaban en el agua.

Pronto la tontería se les acabó, Ertken carraspeó con los brazos cruzados y tuvieron que volver con todos.

—Te juro que ese me cae fatal—. Le susurró Arandora a Erinlea. La elfa rio por lo bajo.

—Bueno, fue bonito mientras duro, ¿no?

Arandora asistió. Erinlea le sonrió. La bruja le giró la cabeza a esta y dejó que viera que el palacio de Herbiner, construido en piedra luna y tan brillante al atardecer, estaba a menos distancia de la que creían. Eril dió un salto y aplaudió.

—¡Es como un sueño! Nunca había venido a ese palacio. Me habían contado historias de...

Y así se llevaron todo el camino, hablando sobre lo bonito que era y lo emocionada que estaba Erinlea de haberlo encontrado al fin.

Healing by the AbyssDonde viven las historias. Descúbrelo ahora