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Por un segundo, quiso preguntarse el por qué él estaba leyendo un libro. No quería ser ignorante, pero imaginarse a Aegan leyendo le parecía estúpidamente ridículo por la obvia razón de jamás verlo con uno en sus manos. Aún así, le pareció un dato muy interesante. Quizás él y Adrik compartían algo en común.

Jude se guardó para sí misma en la cajita de los recuerdos el ver a Aegan tumbado en su cama, con sólo unos bóxers negros y leyendo ese libro. Por el momento, le prestaría atención a la misma persona que ya estaba enfrente de ella. Pues cuando la vió entrar, se había levantado y colocado justo en frente de la chica, y debun tirón le había quedado la toalla que tenía.

El pecho de Aegan subía y bajaba en movimientos cada vez más acelerados. Estaban frente a frente, con ya había mencionado. Él, con una mirada muy oscura, su ceño fruncido y labios apretados, estaba observando su cuerpo que se encontraba perfectamente desnudo.

Y ella. Joder. Ella no evitaba de verle el pecho descubierto. Su brazo llenos de tatuajes que se encontraban perfectamente hechos en sus músculos atroces.

¿Admitir estaba mal?

No, no lo estaba y en ese preciso instante. Jude admitía que tenía al mismísimo monumento hecho por el mismísimo Dios.

De momento le entraron unas fuertes ganas de tocarlo, pero esperó a que él siguiera con lo que sea que tenía en mente. Aún así, Aegan se limitó a mirarla de pies a cabeza, conteniendo las ganas que tenía de tumbarla sobre la cama y hacerle el amor allí mismo como un salvaje. Pero esa vez, sólo quería escucharla.

—Me parece que te has confundido de habitación—Dijo mientras por primera vez en la noche, sus ojos sólo la miraban a los ojos.

—Me parece que tú te has confundido de toalla porque ésta es mía.

Jude notó una leve sonrisa del chico, pero había sido a penas fugaz. Notó cómo Aegan se tensaba cuando observaba cada parte de su cuerpo desnudo y aún lo hacía cuando le miraba fijamente a los ojos. Claramente, él también estaba muy... apetecible, puesto que los bóxer se le ajustaban perfectamente e incluso más con la enorme erección que no pasaba desapercibida.

Jude sintió un enorme escalofrío recorrerle el cuerpo.

—¿Que haces aquí?—preguntó Aegan, acercando un poco más su cuerpo al de ella, tocando la punta de sus pies con los mismos suyos.

—He estado muy desconcertada y...

—Pensaste que podía ayudarte a aclarar tus dudas—Terminó él por ella, la gravedad de sus bocas era escasa porque podía ver todo el espacio que había eliminado sólo para mezclar el aliento de la chica con el suyo.

Dios, y le pareció increíble.

—¿Desde cuándo eres adivino?

—¿Desde cuándo me he convertido en tu consejero?

Ésta vez era inútil mantener las manos en los costados. Aegan la había levantado y con sus dedos retiró los mechones que se colaban hacia la cara de Jude, colocándolos detrás de la oreja.

Notó como un leve suspiro abandonaba sus labios cuando el chico hizo ese pequeño roce de piel.

—¿Qué desea ésta hermosa mujer en mi habitación...y desnuda?

¿Como la había llamado?

¿Hermosa?

Era la primera vez que Jude escuchaba que Aegan le decía hermosa, generalmente estaba acostumbrada a oír de su parte adjetivos hirientes y ver cómo Aegan lanzaba ese cumplido la dejó un poco desconcertada. Entonces sintió cómo su corazón se aceleró y sus manos empezaron a sudar.

Después De Todo, Seguimos Siendo MentirososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora