Bajo la luz de las estrellas

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Erwin frunce el ceño mientras lee las respuestas de uno de los exámenes de prueba. Sus papeles cubren por completo la mesa del comedor. De vez en cuando se detiene y subraya algo en rojo. Yo también debería estar aprovechando el tiempo pero apenas he escrito dos palabras en mi diario. Es una tarea tediosa y mañana tengo sesión con mi loquera pero sus labios me distraen mientras mordisquean el tapón del boli. No me apetece nada tener que ir. En cuanto la doctora sepa que las pesadillas han vuelto no va a querer hablar de otra cosa.


Pero eso será mañana.


Ahora mismo, el silencio nos envuelve regalándonos un instante de paz. Los últimos rayos del día se cuelan a través de las cortinas y tiñen el comedor con su luz anaranjada. Por un momento, me dejo creer que no existe nada fuera de estas cuatro paredes. Lo único que importa somos nosotros, el saber que Erwin está aquí conmigo. El ruido de su respiración consigue calmar mi ansiedad. Me gusta observar sus manos, sus palmas enormes y los dedos anchos. Siempre me han hecho sentir seguro.

Erwin se ajusta las gafas de pasta negra sobre el puente de la nariz. No hace mucho que ha empezado a necesitarlas. No puedo dejar de mirarlo. A veces mi mente olvida cuánto me importan estos pequeños momentos, solos él y yo. Sin más pretensiones. Bosteza. Las gafas le dan un aire de empollón. Empieza a ser tarde y lo que puede hacer el café tiene un límite. Me habría gustado verlo de adolescente. En el instituto tenían que meterse con él, siempre yendo de sabiondo. O quizá era el típico pavo al que todas las tías le iban detrás. No es muy difícil de imaginar. Parece un Ken, con sus mejillas cinceladas y su casi metro noventa. Eso, si no las hacía salir corriendo con el monstruo que tiene por nariz. Que le da personalidad, dice. Más le gustaría. A veces parece imposible lo mucho que llego a querer a ese imbécil.

Abrumado, aplasto la mejilla contra la mesa. La madera se nota fría contra mi piel.

–¿Levi? –Erwin alza la vista de los exámenes–. ¿Estás bien?

–Sólo miraba tu nariz.

–¿Mi nariz? –pregunta, su mano palpando como si buscara anomalías–. ¿Le pasa algo?

–¡Qué me distrae y no me deja concentrarme! –Me incorporo de nuevo, tirándole mi boli–. No esperarías que te dijera alguna cursilada.

–¡Nunca! –Erwin se ríe, cazando el proyectil al vuelo–. Me preocuparía que no te hubieras dado un golpe en la cabeza.

–Ja, ja –contesto sarcástico–. Te crees muy gracioso, ¿no?

–Es la primera vez que me acusan de ser gracioso.

–¿Alguna vez has pensado cómo habrían podido ser las cosas si no hubieses muerto en Shiganshina?

Me arrepiento de mis palabras casi en el mismo instante en el que se escapan de mis labios pero la idea no ha dejado de darme vueltas por la cabeza en todo el día. Erwin parece estar meditando su respuesta antes de contestar.

–No demasiado, prefiero pensar en nuestro futuro. –Su voz suena pequeña y algo apagada cuando al fin se atreve a hacerlo–. Es estúpido perder el tiempo en algo que no puedo cambiar.

–Era casi lo único en lo que Levi pensaba. L-la primera vez que puse un pie en Liberio no podía dejar de pensar en cómo te hubieses enamorado de todo aquello.

Erwin frunce el ceño. Mirarlo a la cara resulta demasiado duro cuando pienso en todo lo que le he fallado.

–Levi, tenías que tomar una decisión. Estábamos en guerra. La gente muere y no hay nada que podamos hacer.

Chains of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora