Capítulo 9. La calma antes de la tempestad

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Siempre es un alivio despertarse por culpa del sonido molesto de la alarma tras una noche sin pesadillas. Con un gruñido, alargo el brazo y la apago, escondiéndome de nuevo bajo las sábanas. Aún faltan diez minutos para que sean las ocho. Erwin bosteza y se sienta en el colchón, su mirada perdida en el infinito mientras se rasca la pierna. Siempre necesita un minuto antes de que su cerebro consiga conectar. Aún medio dormido, me doy la vuelta y me atrinchero contra su espalda.

–¿Por qué tenemos que levantarnos temprano un sábado? –murmuro hundiendo el rostro contra su almohada.

–Porque la otra opción era ir el domingo. –Erwin me acaricia el pelo antes de levantarse por fin de la cama–. Después podemos ir a comer, si te apetece.

–Vuelve a la cama. –Me abrazo a su pierna intentando hacerle perder el equilibrio. –Sólo cinco minutos más.

–Luego nunca son cinco minutos –ríe haciéndome cosquillas para que lo suelte. Con un gruñido me escondo de nuevo bajo el edredón. Su risa lo sigue hasta el comedor.


Cinco minutos se han acabado convirtiendo en casi veinte. Al levantarme, mi ojo izquierdo apenas veía figuras borrosas pero al menos mi brazo y mis piernas no parecen querer darme por culo. Cuando al fin me meto en la ducha, el agua hirviendo golpea mis hombros y resbala por mi espalda arrastrando los nervios que cosquillean en las puntas de mis dedos. Erwin parece ilusionado con que haya aceptado ayudar en el grupo de acogida. Por un instante, cierro los ojos intentando dejar la mente en blanco. Tras el inicio de semana que le he dado, los últimos dos días parecen demasiado bonitos para ser ciertos. Al volver a abrirlos, las moscas blancas aún emborronan mi visión. Quizá aún estoy a tiempo de llamar y decirles que no puedo ir. No es como si los fuera a pillar por sorpresa. Con un suspiro, cierro el grifo. El silencio parece hacer eco en el cuarto de baño cuando cojo la toalla y me la envuelvo alrededor de la cintura. Erwin pondría su cara de resignación, esa que siempre pone cuando le jodo algún plan, pero lo aceptaría sin una queja. A veces no sé qué es peor. Y luego tener que contarle a la doctora Grice porque no me dio la gana de ir. Mejor no.

Desnudo ante el espejo, observo el flequillo apelmazado contra mi frente. Tendría que haberlo cortado hace días, empieza a estar demasiado largo y dentro de poco se me meterá en los ojos. Al menos, no parezco un zombie por culpa de la falta de sueño. Supongo que qué las cosas vayan bien me sigue poniendo histérico. Es como si esperara a que todo se torciera de nuevo. A veces tengo la impresión de que es más fácil cuando todo es una puta mierda.


En apenas cinco minutos ya estoy vestido. Los tejanos negro y mis botas militares son cómodos y hacía siglos que no ponía la sudadera de Green Day. Se ve algo vieja, pero me niego a ponerme una camisa para pasar la mañana rodeada de adolescentes. Como a alguno se le ocurra llamarme Señor Ackerman, como si tuviera ochenta años, va a correr la sangre. Erwin aún está acabando de preparar el desayuno cuando al fin salgo de la habitación. No puedo evitar sonreír al verlo aún en calzoncillos, concentrado delante de la tostadora, dándole sorbos a la taza de café entre sus manos.

–¿Aún tienes que ducharte? –pregunto abrazándome contra su espalda.

–Mierda, Levi. Me has asustado. –Erwin pega un bote a la vez que la tostadora termina–. A veces eres más sigiloso que un gato.

–Tendría que darte vergüenza. Que pueda pillarte desprevenido de esta manera. ¿Qué hubiese pensado de ti el Comandante?

–Que soy un cabrón muy afortunado. –Erwin se da la vuelta y me rodea con sus brazos. Sus ojos me observan con un brillo peligroso.

Chains of the pastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora