𝟎𝟎𝟕. 𝐎𝐫𝐢𝐨𝐧.

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  Tom Riddle prefirió dejar toda su vida a un lado y tomarse un descanso, yéndose a vivir a aquel mundo que tanto creía odiar, el mundo muggle

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Tom Riddle prefirió dejar toda su vida a un lado y tomarse un descanso, yéndose a vivir a aquel mundo que tanto creía odiar, el mundo muggle. Nunca creyó que acabaría conviviendo con personas liberadas de la magia, pero ahora estaba encantado con la idea.

No quiso abrir ninguna de las cartas que su hermano le enviaba, aunque fuera difícil él conseguía que llegasen a su nuevo hogar. Las amontonaba sobre la mesa de escritorio que tenía en su despacho, esperando en algún momento ser capaz de abrirlas y saber lo felices que eran juntos, no quiso ser egoísta nunca, ni mucho menos, pero le dolía saber que la mujer a la que amaba era feliz con su hermano, eso era lo peor que pudo sentir.

Aquella charla durante la primera noche de la chica en la mansión Riddle hizo que recapacitase sobre sentir o no, sobre si sería buena idea el aceptar el simple hecho que sentir era mejor ignorar todo eso que se acumulaba en su interior. Él supo que Aryana Russo sería su perdición desde la primera vez que la vio, y efectivamente eso estaba sucediendo, estaba comenzando a perder la cabeza por ella, por todas esas pesadillas donde ella estaba recostada sobre un sofá muerta, tal y como sucedió en la realidad.

—Un café late— pidió el Riddle, ahora Holland, en
la misma cafetería de todas las mañanas antes de irse a su nuevo trabajo.

Sí, Tom Riddle estaba trabajando para un muggle, debía de ganarse el dinero él solo pues en el mundo no mágico su cuenta estaba en números rojos, o eso al menos en un comienzo. No podía quejarse, estaba en una oficina todo el día sin hacer a penas nada por un buen sueldo, disfrutaba de sexo, eventualmente, con una compañera de trabajo casada y mantenía un hogar bastante ajustado a sus gustos.

—Parece que finalmente me hizo caso en mi sugerencia, Holland— murmuró alguien a su lado, él de inmediato reconoció esa voz haciendo que su cuerpo se quedase helado ante el hombre frente a él.

Su paraíso acababa de desmotarse por completo esa mañana, sin querer tomar su café siguió a aquel hombre para poder enfrentarlo, aunque realmente tenía miedo no dejó que se notara.

Mattheo y Aryana no querían acabar con todo lo que estaban sintiendo, no querían que el tiempo marchitase su amor de ninguna manera, y mucho menos que su hijo tuviera que crecer en un entorno violento.

—Mierda, Mattheo— exhaló ella abriendo sus ojos como platos, sus piernas abiertas mientras bajaba su mirada hacia ellas y veía un líquido blanquecino recorriendo por las mismas.

Mattheo en un comienzo creyó que la chica se había hecho pis, hasta que reaccionó para darse cuenta de que ella había roto aguas y que ya venía su hijo. No supo qué hacer ni qué decir pese a que desde hace meses se venía preparando para éste momento.

—Toallas, toallas— murmuró con sus manos temblando a la par que iba a por las mismas al baño. La italiana lo miró con una pizca de humor ante el miedo que sentía por el momento que estaban viviendo juntos. Ella siempre quiso dar a luz en casa, pero nunca creyó que fuera a conseguirlo.

—Amor, duele— dijo ella cerrando sus ojos con dolor, sintiendo la primera contracción.

Él dejó las toallas a un lado mientras ayudaba a la chica a ponerse en pié, apoyó sus manos sobre su cintura mientras ella apoyaba las suyas sobre la de él, doblándose y apoyando su frente en el abdomen del chico con dolor.

Él la ayudó a quedarse en ropa interior solamente, observando lo sonrojada que comenzaba a estar su panza según las punzadas iban recorriendo todo su cuerpo. Ella sentía que se le iba la vida, podría jurar que cualquiera de las maldiciones imperdonables hubieran sido mejor opción que todo eso.

—¡Mattheo, ya!— Exclamó dado que el chico estaba demasiado nervioso. Él la miró con sus manos temblando, ella le sonrió con tranquilidad.

—Bien, todo está bien, queda poco— asintió intentando auto convencerse, aunque realmente estaba perdido de los nervios.

Ahí fue cuando se dio cuenta de que necesitaba a su única familia, a su hermano, ahí comprendió el verdadero significado de familia, lo que para él hace años era simplemente una herencia o una reputación ahora era todo. Siempre ignoró los sentimientos afectivos hacia su hermano, pero ahora que había comenzado a sentir supo que lo necesitaba. No tenía forma alguna de contactar con él, hacía tiempo que le escribía pero las cartas no llegaban, o eso al menos pensaba o quería pensar.

Aryana extrañaba demasiado su antigua vida, había tenido que hacer todo de un día para otro, lo que creía que sería un proceso lento y tardío fue demasiado rápido como para darse cuenta de en la realidad en la que se estaba metiendo, quizás ella quiso hacerlo de esa manera para protegerse.

—Mattheo, ya viene, ahora sí que sí— murmuró ella agarrando con fuerza el brazo de su prometido.

Ahí el rizoso reaccionó de inmediato, colocándose entre las piernas abiertas y temblorosas de la italiana, preparado para recibir a su hijo, o hija. Pese a que sus párpados le pesaban no pegó ojo en ningún momento pues no quiso dejarla sola con todo lo que estaba sucediendo en el cuerpo de la chica.

—Solamente tienes que empujar un poquito y ya estará con nosotros— alentó el chico con una sonrisa haciendo que ella quisiera mandarle directo al demonio, pero no lo hizo ya que supo en ese momento lo asustado que estaba.— ¿Recuerdas aquellas noches que dibujábamos el posible rostro de nuestro hijo? Aún las guardo, con nombre y fecha, veremos a ver quién se ha acercado más— sonrió mientras ella comenzaba a empujar con fuerza para traer al mundo a su bebé.

En ningún momento Mattheo dejó de hablarla para hacerla sentir que él estaba con ella y que no la iba a dejar sola en ningún momento.

—¡Ya no puedo más!— Proclamó ella con sus ojos ligeramente llorosos, Mattheo ya comenzaba a ver la cabeza del bebé.

—Tienes que hacerlo, tienes que empujar más— la dijo mientras acariciaba su pierna izquierda para hacerla sentir bien de nuevo.

Pareció que ese toque la devolvió la vida de nuevo, haciendo que recupere sus fuerzas y pueda volver a empezar a empujar de nuevo con aún más fuerza. Los gritos de la chica no eran algo fácil de ignorar, si alguien pasara por ahí en ese momento podría creer que la estarían matando.

Pero en un momento el silencio reinó la casa dejando un suave llanto que hizo que la pareja sonriera aún llorando de felicidad. Ahí estaba su hijo, ahí estaba Orion Riddle.

En ese momento, Mattheo se percató del error que acababan de cometer al no haber recordado traer a brujas para utilizar una fuente mágica por si acaso, aunque gracias a Merlín no fue necesario.

—Debimos de haber traído a alguna bruja por si acaso— murmuró el rizoso mientras acariciaba con suavidad la manita del bebé en brazos de Aryana.

—Lo olvidamos, Theo, simplemente quedémonos con que ha salido todo bien— le dijo la chica con una sonrisa mientras admiraba a su hijo.

—Por suerte ha salido todo bien— murmuró de vuelta el chico ahora acariciando la mejilla de su futura esposa.

𝐓𝐨𝐱𝐢𝐜𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞 𝟐: 𝐃𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨𝐳𝐚𝐝𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora