CAPÍTULO 4.1 MAS, LO QUE AHORA PASE.

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Mary Poppins no pensó que el día en que estuviera otra vez en un juzgado fuera a ser de esa forma, con sus túnicas azul índigo manchadas de lodo en los bordillos y el cabello ligeramente desarreglado por el viento. Ver el exterior del edificio le hizo casi sentir nostalgia, ojo, casi. Qué curiosos eran los recuerdos al asaltar uno de forma tan... inesperada. En la cima de las escaleras, antes de ingresar al edificio, se detuvo sólo para admirar la fachada y lanzar un par de hechizos no verbales para reparar su aspecto. Por sus acciones recibió unos gruñidos, llenos de protesta.

—Nada de magia, Poppins —le gruñó el auror Rowle.

Como era de esperarse, el que la había atrapado había sido él. Qué dedicado.

Mary le sonrió en respuesta, al menos su pinta labios no había sufrido en el aburrido camino hacia allá.

—No tengo mi varita, está en su poder, ¿cómo insinúa que la haga?

—No se burle de mí —su tono parecía querer ser amenazante, mas, lo único que le ocasionó fue que su sonrisa fuera todavía más grande.

—Ni en mis más graves pesadillas, auror Rowle.

El mismo hizo amago de tomarla del brazo, sin embargo, Mary se adentró lo más rápido posible al edificio, donde la esperaba una encogida bruja con túnicas negras, Alice Blackheart. Ella, al verla, sólo pudo decir:

—Señorita Poppins, ¡ya está aquí, me alegro!

—Buenas tardes para ti también, aunque creo que he tenido mejores que ésta, ¿no crees que parece avecinarse una tormenta?

—Eh, bueno...

La mujercita no logró responder con agudeza ni rapidez, puesto que Mary pasó a su lado sin esperar realmente que lograra decirle nada más. Tampoco ayudó que Rowle le arrancara un quejido por empujarla a un lado del pasillo.

—Poppins —llamó él, con ese peculiar tono que denotaba qué tanto la detestaba.

Es ahí cuando volvió a detenerse. Había varios aurores en los pasillos, los había visto en varias ocasiones anteriores. Como siempre, su memoria era muy buena.

—Mientras más pronto empecemos, más pronto terminaremos. Rápido, muchachos —Mary apuró, dándose media vuelta para que sus acompañantes hicieran lo mismo. Blackheart, tomó ese momento para espabilarse y avanzar lo más rápido hacia ella.

Cinco minutos después, Mary se encontraba avanzando con la, ligeramente temblorosa, señorita Blackheart casi tomada de su túnica como una cría de cinco años que no quiere perderse en una, especialmente, abarrotada calle. Entendía su pánico, ser llamada con tanta prisa, sin esperarlo, y tener el fastidioso rostro de Rowle tan cerca por estarlas escoltando a la sala donde las dejarían hablar un rato antes de la audiencia. Casi le da pena la pobre chica, sin embargo, la necesitaba en esos momentos. La necesitaba porque Rowle se negó a que ella misma se defendiera de los cargos. De tan sólo recordar cómo le dijo que no podría salir de ello, de cómo se hundiría por fin, casi la hacía reír a carcajadas.

Rowle las dejó a solas en una pequeña habitación que a Mary le recordó, innegablemente, a las encantadoras salas de interrogatorios a las que el auror le apasionaba tanto ordenar en meterla y mantenerla esperando inútilmente. Ambas mujeres se sentaron rodeando la mesa que había en el centro. Alice era de corta estatura y piel morena, con el cabello y los ojos azabaches y brillantes, el primero por buen cuidado y los segundos por temor.

—Señorita Poppins —le tembló la voz a la pobre criaturita—. Es un honor poder representarla esta tarde. Déjeme decirle que haré lo mejor que pueda.

—No espero menos, señorita Blackheart —Mary le respondió con parsimonia, como si tuvieran todo el tiempo del mundo en sus manos—. Ahora, díganme qué le han dicho de mi caso y yo le rellenaré lo espacios en blanco, ¿de acuerdo?

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