CAPÍTULO 1. VIENTO DEL ESTE

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Dentro de una oficina, en el Departamento de Aurores, había un reloj. Su tic tac resonaba en la habitación, inmutable y ajeno a lo que acontecía en el mundo. Un tacón rojo y brillante lo siguió quedamente, un tic sí y un tac también. Ambos, golpes coordinados marcando el tiempo.

Mientras tanto, en el pasillo alfombrado, dos pares de mocasines cafés bien lustrados y un par de zapatos negros desgastados iban persiguiéndose unos a otros. Cada par era perteneciente a una persona diferente.

-¿Dices que estaba en el parque frente a la Calle del Cerezo? -preguntó uno con mocasines, el que iba más atrás de los tres.

-Efectivamente. Más de treinta personas. Mandé a un equipo para que se encargue, seguramente ya estarán terminando.

-¿Cómo es posible? ¿No se supone que está en su departamento? ¿Bajo su vigilancia? -Bufó el de zapatos desgastados, casi como un gruñido.

-Pidió una semana libre -respondió el primero, encogiéndose de hombros-. No podemos negársela porque es excelente en su trabajo, se lo merecía.

-¿Por qué cada vez que sale se arma un escándalo? -siguió gruñendo el de aspecto más descuidado de los tres hombres que se dirigían a la habitación-. ¡Muggles! ¡Nos está exponiendo a unos muggles!

Ninguno de los tres agregó nada. Ya estaban frente a la puerta oscura con el número tres metálico y brillante colgando en la parte media superior. El de zapatos desgastados tuvo que intentar serenarse antes de tomar el pomo y girarlo. Exactamente en ese momento, dentro de la habitación, el tacón dejó de seguir al tic y al tac del reloj. Los tres hombres ingresaron, ninguno habló hasta que la puerta se cerró nuevamente. Y el reloj siguió su ritmo.

-Poppins. -El hombre desarreglado no pudo evitar escupir el apellido de la bella dama que los había estado aguardado, pacientemente sentada, en aquel lugar.

-Auror Rowle -le respondió ella, seria-, he de felicitarlo, ya han puesto sillas decentemente cómodas para esperarlos en su infinita travesía hacia acá.

El aludido apretó los labios. Sí, esa no era la primera vez en que debía de enfrentarse a aquella mujer de labios rojos y una cierta malicia escondida detrás de sus palabras.

-Poppins -repitió el auror con su paciencia desapareciendo rápidamente-. ¿Sabe por qué está aquí?

-A decir verdad, me ha sorprendido su llamado. Pero, como buena ciudadana, heme aquí. Estoy más que segura que usted puede iluminarme en el asunto.

-Treinta siete muggles riendo y flotando en el parque de la Calle del Cerezo, ¿le suena conocido? Porque no hay nadie más que usted quien pueda ser responsable de tal cosa. Hemos mandado a un grupo de obliviates para resolver el asunto. Y este no es momento para andar mandando personas para encargarse de un desastre como el que ha provocado.

-¿En el parque de la Calle del Cerezo?

-Exacto.

-Sí he ido ahí, en primavera es espléndido.

-¡No cambie el tema!

-Bueno, las personas se ríen y divierten. Eso no es ilegal.

-Son muggles, ¡por amor a Merlín!

-Los muggles también pueden reír. Y, repito, eso no es ilegal -apuntó la mujer. El rostro del auror Rowle se descompuso-. Y, aparte, supongo que el señor Ferrer le ha dicho que estoy tomándome la semana, y ahora me han hecho perder... -le mujer convocó un hechizo de tiempo-, dos horas y tres minutos con cincuenta y tres segundos de mi tiempo. Caballeros, si no requieren de mis servicios, tendré que irme.
La mujer se levantó, tomando su paraguas con un mango similar a la cabeza de un perico y su gran bolsa; su sombrero azul volvió a cubrir su cabello castaño y sus tacones rojos comenzaron a sonar sobre el suelo de nuevo.

Sangre mágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora