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Un frio día indicaba que el sol no regresaría por una buena temporada. La ciudad se hallaba cubierta por capas de nieve dando un aspecto aún más sombrío a los locales y casas que de por sí ya poseían tonos algo lúgubres. Aun con el clima desventajoso, no era excusa para que las actividades se pararan. Por ello los coches iban y venían por las calles, otros caminaban para sus compras, algunos entraban a sus trabajos mientras que el resto terminaban sus jornadas. Pero al final de la calle central, se alzaba un edificio en particular, tan grande que podía verse desde el otro extremo de la ciudad. Aquella estructura con paredes lúgubres era una enorme fábrica con grandes misterios, uno de ellos era la identidad de quien la operaba. Se sabía que el edificio había dejado de funcionar, pero después de unos años por sus enormes chimeneas el humo comenzó a salir. ¿Quién activo la fábrica?

La identidad de dicho edificio no era desconocida. Se trataba de la fábrica de chocolates del reconocido chocolatero Willy Wonka. Más su fábrica y su dueño en la actualidad eran un total misterio. Solo se podía escuchar los sonidos al estar en operación, las personas veían en ocasiones que aquellas rejas se abrían solo para la salida de los carros de entrega.

Cada aparato, realizaba su función como debía, desde el vaciado del chocolate a sus contenedores pasando por el proceso de sellado y cortado. Cada avance era minucioso, aunque los sistemas eran creados de forma extraña para el proceso, podía notarse su perfecto funcionamiento. Las barras de chocolate descendían en mini globos aerostáticos hasta ser llevados a las bandas de empaquetados. Una mano enguantada apareció de entre la oscuridad, colocando 5 boletos dorados en cada barra al azar. Siendo al final colocadas en las cajas dirigidas a cada país del mundo.

—¿Estas completamente seguro de esto? —se escuchó una voz grave acercándose a la persona que había colocado los boletos.

—Por supuesto, ya es hora de que la fábrica abra sus puertas.

El hombre que había llegado observo entre la poca luz que alumbraba a su compañero, la usual sonrisa en su rostro. Resignado no continuo presionando el tema.

—Solo espero que esos niños te toleren.

El aludido rio un poco ante el comentario.

—Claro que lo harán, tú me toleras.

—No es lo mismo —rebatió el hombre de voz grave mientras tomaba una barra de chocolate aun sin envolver—. Ellos no tienen ningún lazo contigo, a diferencia de mí.

Acto seguido partió la barra de chocolate para meterle la mitad a la boca de su compañero.

—Están ricos —respondió comiendo el chocolate—. Pero es claro que me toleraran no soy gruñón.

—Eso crees tú —rebatió el hombre de voz grave, siendo seguido por su compañero aun debatiendo sobre la idea de los boletos.

Los carros salían en orden de la fábrica, con el nombre de la marca Wonka impreso en ellos. Mina observaba como los carros de la chocolatera pasaban por la calle principal. Hace mucho que había terminado su trabajo. Su oficio era de bolero, no iba a la escuela. Lamentablemente los ingresos no eran muy buenos en su pequeña familia como para pagar sus estudios. Aun con esto ella no se veía deprimida. Por ende opto en ayudar con los ingresos del hogar aunque Aron se negara. Willhemina era una pequeña de 11 años, muy activa y demasiado lista para su edad. Eso no dejaba de lado que en ocasiones añoraba cosas que cualquier niño quisiera comprar o tener a esa edad. Uno de sus gustos eran los chocolates de Wonka, pero no podía ir a comprárselo ya que debía llevar dinero a casa. Su morada se encontraba en el otro extremo de la ciudad justamente al final de la calle principal en el lado opuesto. De entre todos los edificios, la casa de Mina era la única destacante ya que estaba muy dañada he inclinada. Dando a lo lejos la visión de que podría desmoronarse en cualquier momento. El terreno era pobre, pero vivían cómodos a pesar de todo.

WonkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora