II

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A la mañana siguiente, los panfletos fueron la atención de todos en la ciudad. Conforme se iban llenando las calles, algunos se detenían para leer las hojas. Cada vez más y más gente se acumulaba. Mina que se había levantado temprano para poder empezar su día laboral. Le llamo la atención el extraño suceso en las calles. Las personas no paraban de hablar, mientras otras empujaban para poder enterarse de la noticia. Con agilidad logro pasar entre la multitud para acercarse a lo que fuera que veían.

Querida gente del mundo

Yo, Willy Wonka he decidido permitir que cinco niños visiten mi fábrica este año. Además, uno de esos niños recibirá un premio especial. Sera el más maravilloso que todo lo que se pueden imaginar.

La locura empezó ese mismo primer día. Mina que estaba trabajando frente a la pequeña tienda del señor Chester. Solía trabajar más seguido ahí, esto debido a que en otros lugares la corrían. Pero con el señor Chester era la excepción. Le había permitido estar frente a su tienda, ya que así los clientes que iban terminaban por querer una mejora en sus zapatos. Así que Mina estableció una hora de trabajo en ese sitio. Por las mañanas estaba frente a la tienda y por la tarde se pasaba muy cerca de lo que antes era la tienda del señor Wonka en la calle Cherry.

Mina observaba como la gente entraba y salía del negocio, esa noticia sí que había dejado locos a todos. Nadie había visto al señor Wonka en años y ahora se revelaba la noticia del siglo. Seguía vivo y para colmo con la noticia de los boletos dorados.

Entre la locura que ocurría en la ciudad, nadie se percataba que estaban siendo observados desde dos puntos diferentes. Desde una de las torres de la fábrica Willy observaba a la gente como loca en las calles. Era como ver a diminutos enanitos a lo lejos, mucho más pequeños que sus amigos en la fábrica. Sin dejar de ver tal espectáculo medio sonrió, su plan estaba funcionando y esperaba con ansias que encontraran al niño indicado.

Otro punto de vista era desde uno de las cafeterías sobre la calle Wembley, el negocio estaba ubicado casi al final de la calle permitiendo ver en un ángulo cómodo todo el escenario. El hombre sentado cerca al gran ventanal de la cafetería medio sonrió al ver a la gente. Gustoso saboreo su café negro. La persona de cabello negro, piel cetrina y vestido formalmente como si fuera a una junta ejecutiva, había creado una rutina, cada que salía de madrugada, cambiaba su vestimenta para poder pasar desapercibido entre la multitud y así poder ver las novedades que sucedían a diario en la ciudad.

—Gusta más café.

—No, gracias. Pero si quiero un poco del pay de moras —respondió cortésmente el hombre a la mesera.

—En un momento se lo sirvo.

El aludido solo sonrió un poco para indicar que esperaría ansioso. Para las encargadas de la cafetería era usual verlo, pues el caballero era uno de sus clientes más frecuentes, visitaba su negocio casi 3 o 4 veces a la semana.

—"Espero que tu idea sirva Willy" —pensó el caballero.

Las noticias volaron en todo el mundo, nadie jamás en la historia lograría tal hazaña como el señor Wonka. El mundo entero era un caos por sus boletos dorados.

—Cinco boletos dorados están dentro de las envolturas de papel de cinco barras de chocolate Wonka —decía un reportero frente a las rejas de la fábrica de chocolate—. Estas barras de chocolate podrían estar en cualquier tienda de cualquier calle de cualquier ciudad de cualquier país del mundo.

Tokio, Japón.

Marrakesh, Morocco.

New york city.

Esos y otros lugares más en el mundo estaban haciendo hasta lo imposible por conseguir alguna de las barras con los boletos. Las tiendas antes de abrir tenían colas y colas de gente esperando. Apenas abrían sus puertas los empujones no se hicieron de esperar. Algunas personas incluso cambiaban gallinas y cabras, o cabezas de ganado con tal de tener una o más cajas de los chocolates Wonka.

WonkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora