Se dio una última mirada ante el espejo. Con el maquillaje retocado ni parecía que había llorado durante todo el final de la obra. ¡Por Dios, el numerito que se había montado con Alessandro! ¿Qué iba a pensar de ella? Sinceramente mucho no le importó lo que él fuese a pensar. Esa función era su regalo y lo había disfrutado en grande. Quiso convencerse que Alessandro Barone era solo un detalle de ese gran regalo que había recibido, aunque sabía bien que era la parte central. Cuando hubo regresado a buscarlo lo vio con el hombro derecho recargado en la pared y aprovechó para mirarlo a sus anchas mientras él inspeccionaba atentamente una mancha inexistente en la tupida alfombra roja del teatro. Siempre lo había considerado hermoso, pero las fotos no le hacían justicia. Se había dejado el pelo un poco más largo y lo peinaba con la raya al costado; pero un mechón negro rebelde le caía sobre la frente dándole un toque informal. Era muy alto y tenia un cuerpo cuidado en el gimnasio. En ese momento la asaltó una duda ¿Cuánto tiempo pasaría Alessandro ejercitando los glúteos? Porque esas pompas redonditas y bien paradas, no podían ser naturales ¿O sí? Parecía realmente un modelo, por eso lo que se pusiera le quedaba pintado; pero el smoking que se había puesto para salir con ella le quedaba realmente de muerte resaltando hasta ese trasero que ella había admirado hacia instantes atrás. Era realmente hermoso, pero no por su cuerpo, ni su piel mediterránea que era tan bien acompañaba su lustroso cabello negro, ni su voz maravillosamente cálida; lo que realmente la dejaba sin palabras eran sus profundos ojos marrones y su sonrisa brillante. Pero no cualquier sonrisa, sino la que le había dado cuando le entregó el pañuelo. Esa sonrisa real, sincera y hasta un poco tímida que le mostró parte de su alma.
-¿Estas lista para más flashes? -Le dijo sacándola de sus pensamientos. -O prefieres mirarme el trasero un rato más. -Enseguida se ruborizaron sus mejillas. Mientras ella pensaba que no la veía y lo disfrutaba a sus anchas, Alessandro Barone había sumado más aliento para su ego.
-Es que me sorprende que con ese mal humor que te traes, puedas desprender una energía tan magnética. Todavía no puedo entender cómo lo haces. -No podía evitar desafiarlo. Quería conocer lo ocurrente que podía llegar a ser.
-Realmente me hieres ¡Si soy un encanto! -Dijo con fingido dolor e indignación. -Andando Rossi. -Le respondió intentando hacerse el serio mientras le extendía su mano para que la tomase.
-No. -Dijo Paola frenándose en seco. -Me tomaré de tu brazo si no te molesta. -Terminó la frase con un poco más de dulzura en su voz.
-Como quieras. No sabía que una mujer como tú prefería ser una de esas muñecas de exhibición a las que un hombre anda paseando por ahí. -Le respondió extendiéndole su brazo sin darle mayor importancia.
-No es eso Alessandro. -Dijo con paciencia. -Es que tomarse de la mano es un acto muy íntimo. Para mi significa confianza. Quien te toma de la mano puede guiarte y tu debes confiar. Hay una comunión con el otro. -Le explicó mientras bajaban la escalera del hall central. -En cambio de tu brazo puedo soltarme cuando quiera si es que no me gusta el camino que tomas.
Antes de cruzar la puerta de salida él se giró para mirarla extrañado. Nunca había pensado en algo así y de repente entendió que ella tenía razón. Desde ese momento nunca más podría extenderle la mano a alguien con quien no tuviese una relación afectiva y eso lo hizo sonreír. -Eres increíble Paola Rossi. Todo en ti es una caja de sorpresas. Te invito a comer para que puedas explicarme mejor tu punto, ¿Qué me dices? -Él no necesitaba más para darle la razón; lo que necesitaba era conocer a esa curiosa mujer un poco más.
Lo miró extrañada antes de aceptar. -Llévame a un lindo lugar así mientras te explico, puedo lucir mi hermoso vestido y presumir al acompañante florero que me lleva de su brazo, al mismo tiempo. -Terminó diciendo haciéndose la interesante con una gran sonrisa logrando que él riese también.
Hasta que llegaron al auto de Alessandro no cesaron los flashes de las cámaras de fotos de los reporteros. El intentó cubrirla acurrucándola contra su pecho, pero solo logró llamar más la atención de los periodistas que los siguieron hasta que arrancó y se perdió en las calles de Milano.
Durante el camino y con solo hacer una llamada de menos de un minuto, Barone había conseguido una mesa en el exclusivo restaurante "Pietrasanta". Giaccomo, el dueño los había recibido tan cálidamente que la hizo sentirse en casa. Alessandro le había pedido una mesa más bien privada, pero a esa hora el local estaba repleto así que debió conformarse con una coqueta mesa en la terraza del restaurante y a la vista de mucha gente que por suerte lo estaba dejando cenar en paz. El olor a rosas inundaba el ambiente y las velas proponían una cena romántica a media luz. Durante la charla con Giaccomo, decidieron aceptar sus recomendaciones y dejarse sorprender por el chef.
-¿Te puedo confesar una cosa? -indagó Alessandro hablándole al oído cuando hubo arribado la comida.
-Dime. -Dijo Paola curiosa.
-No es que no sea romántico... Pero odio comer con ésta luz. ¡Para comer hay que ver bien el plato! -Que ella se riera a carcajadas lo relajó. ¿Qué había querido decir con eso de que no era romántico? Seguramente no lo que ella había entendido, ni lo que en realidad significaba.
Paola, mientras se reía, se levantó de repente y lo dejó allí solo sentado. Al cabo de un minuto que fue eterno para él, ella volvió y tomando su plato y su copa, lo instó a levantarse. -Vamos Alessandro. No quiero que la comida te caiga mal.
Sin entender lo que pasaba, la imitó y la siguió hasta la cocina. Giaccomo estaba improvisando una mesa en una de las mesadas vacías cuando Paola se sentó en uno de los taburetes que les había preparado.
-Perdóname Alessandro por no poder ofrecerte una mejor mesa, pero prometo que la cena será íntima e iluminada. -Terció Giaccomo mientras Paola estallaba en risas.
Él la miró y acomodándose en su lugar, se unió a las risas de esos dos. Paola enseguida había hecho buenas migas con Giaccomo y la cena para dos se había convertido en una para tres o para cuatro, si contábamos al cocinero que se también se les había unido. Cuando lo notó, no le molestó para nada. De hecho cuando se levantó para responder sin precisión alguna, el mensaje chusma que le había enviado Stefano, el restaurante ya estaba cerrando. Miró el reloj y no pudo creer que ya pasara ampliamente de medianoche. El tiempo se le había pasado volando y no había pensado en Gabriella ni una sola vez.
Estaban cantando a los gritos "Witchcraft" de Sinatra, cuando llegaron a casa de Paola. Detuvo la marcha y la miró cuando hubo terminado la canción. Cantaba el solo y ella lo aplaudía entusiasmada.
-Gracias Alessandro. Has sido el mejor regalo de cumpleaños que me han dado. -Le dijo con un tono de melancolía en la voz. Había sido una noche maravillosa y no quería que terminase.
-No sabía que Stefano me había entregado con un moño y todo. Pensé que el regalo eran las entradas a la ópera. -Dijo sonando más serio de lo que hubiese querido.
-Tienes razón, pero a lo que me... -Intentó comenzar a explicar nerviosa.
-Me alegro entonces de haber sido tu regalo de cumpleaños, porque yo también he pasado una velada digna de recordar. No siempre me hacen cenar en la cocina de un restaurante y casi de parado. -Sentenció antes de bajarse del auto para abrirle la puerta, otra vez con esa sonrisa mágica.
La despedida fue corta, pero a ella la hizo suspirar detrás de la puerta cuando lo hubo dejado atrás; y a él le dejó una rara sensación de vacío que lo extrañó. Después de todo y en contra de sus pronósticos, no le había resultado para nada incómodo tener a la secretaria de su mejor amigo como acompañante.
Hola, holaaaaaaa...
Hoy si en fecha, porque es miércoles de Alessandro y Pao. Es miércoles de segundas oportunidades.
¿Qué les pareció la velada de éstos dos? ¿Pao lo va a poder sacar de su vida tan rápido? Veremos, veremos... El miércoles lo sabremos.
A los poquitos que se pasan por aquí, los quiero.
Cariños a montones.
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SEGUNDA OPORTUNIDAD
RomanceCuando todo lo que te puede salir mal sale de maravilla, pero la vida te enseña que la perfección no existe y en un minuto te das cuenta que lo que creíste solido en realidad estaba construido de arena. Cuando a pesar de tener el mundo a tus pies...