Capítulo dos

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Se había despertado otra vez solo

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Se había despertado otra vez solo. Después de una noche de pasión arrebatadora, ella se había ido otra vez. Otra vez lo había elegido a él; a ese noviecito que tenía desde la adolescencia y él se odiaba por eso. No podía entender como ella podía preferirlo por sobre él, Alessandro Barone, un hombre hecho y derecho, talentoso, exitoso y que la amaba locamente. A pesar de haberle puesto el mundo a sus pies, ella solo le había ofrecido ser "el otro". En otras circunstancias su orgullo hubiese podido más, pero tratándose de ella no. Contra ella, todo y todos, perdían la batalla. A pesar de arriesgar su carrera por unas horas de su tiempo, él tenía que amarla siempre una vez más. Pero ésta vez había sido la última. Tenía que ser la última. Ella se casaba en un mes y a esta altura no podía darse el lujo de verse envuelto en un escándalo si los descubriesen. Siempre que se veían estaban al limite, pero la suerte habla estado de su lado aunque hace unas semanas habían comenzado a correr unos rumores acerca de su secreta relación. Se habían encontrado en un programa de TV y el trato cariñoso que se habían dado, había sido el detonante de todo tipo de habladurías. Por el bien de los dos debía terminar; por eso habían acordado en verse esa última vez, pero él imaginó que lo despediría por la mañana, con un beso cálido y sentido. No fue así y eso lo llenó de rabia. Mientras se vestía, insultaba a Dios y María santísima con un dolor que le quemaba en las venas.

Salió del departamento de su mejor amigo con la amargura de sentirse vencido por primera vez. Pero más que su orgullo, el que estaba hecho pedazos era su corazón. El no se había enamorado de la magnífica Gabriella Clerici; el amaba a la chica que se escondía detrás de esas capas de maquillaje que usaba de armadura frente a las luces y las cámaras en el set de TV. A pesar de ser una conductora joven, sabía que tenía muchísimo futuro al igual que él. Desde que a los 16 años había ganado ese reallity de canto, no había dejado de perfeccionarse y se había convertido rápidamente en una gran voz italiana. Amaba su "trabajo", pero ese amor era el que no lo dejaba luchar por Gabriella. Él, el caballero de voz profunda que le cantaba al amor, no podía verse envuelto en un escándalo de esas dimensiones; como resultaría si se descubriese que la chica de oro dejaba plantado a su Romeo personal por su culpa. Si su tórrido romance saliese a la luz debería decirle adiós a su incipiente carrera y eso era algo que no sucedería. Estaba seguro de su amor por ella, pero también estaba seguro que lo único que más amaba en la vida era cantar. Es por eso que cuando tuvo que elegir no lo dudó un segundo y eligió su carrera por sobre su corazón.

-Beddu! -De repente la voz de Stefano llenó el habitáculo de su BMW. -¿Te espero para desayunar o te vas a tirar en la cama a llorar? -En éste momento odiaba a todo el mundo, pero a Stefano aún más porque sabía que fibra tocarle para empeorar su mal humor. ¿Cómo podía mofarse de él en éste momento? Sinceramente no le veía la gracia.

-Vaffanculo! -Sentenció escupiendo casi con asco la palabra.

-Si no estás de humor ni siquiera para insultarme en siciliano, es que de verdad ésta fue la última vez... y no creo que haya terminado como te hubiese gustado. -Dijo su amigo ya en un tono más serio. -Alessandro, se que no querías; pero terminar con la Clerici era lo mejor que podías hacer. Ahora a otra cosa mariposa.

Alessandro suspiró. Sabía que Stefano tenía razón pero igual no quería que la tuviese. -Voy a casa a bañarme y a dormir todo el día. -Dijo con la esperanza que su amigo lo dejase en paz.

-Esta noche vamos por una buena pizza y a ver a la Juve. No acepto un no como respuesta Beddu.

Y él sabía que eso era cierto. No tenía ganas de salir así que le propuso cenar en su apartamento para dejarlo tranquilo. Quería lamerse sus heridas en privado y hacer gala de su humor de perros en todo su esplendor.

Cuando hubo llegado a su casa ya había rechazado cuatro llamadas de su madre. Esa mujer era bruja en cuanto a él se refería y a pesar que lo separaran miles de km de su Agrigento natal, sabía que Grazia Barone notaría su dolor con solo oír su "Ciao mamma." Se fue desvistiendo camino a su habitación y se preparó un baño. Estuvo sumergido en el agua hasta que el frío transformó su intento de relajación en otra tortura. Quiso dormir y solo dio vueltas en la cama, por lo que recurrió a su viejo amigo: el piano. Amaba la música clásica así que no dudó en deslizar sus habilidosas manos por las blancas teclas que disfrutaban de su suave y mágico toque. De hecho él era un tenor sprinto y había soñado con ser cantante de ópera antes de entrar en el mundo de la música. A pesar de cantar "música más actual", como decía Giovanni su manager; él siempre dedicaba en sus CD, un espacio a una pieza de ópera y a otra de música tradicional italiana.

Después de varias horas de descargar su dolor en la música, recordó que tenía reservado un palco de la "Scala de Milano" para la última función de la temporada. "La Traviata" rezaba escrito con grandes letras negras en las reservaciones. Era una de sus óperas favoritas; de hecho el cantaba en uno de sus CD uno de sus temas mas conocidos. Pensó que quizá lo despejaría ir a la ópera y que mostrarse ante el público lo forzaría a dejar de compadecerse y de ser un alma en pena. Lo malo era que como había perdido una apuesta con Stefano, tenía que llevar a su secretaria como acompañante. Nunca le gustó la idea de ser el "regalo de cumpleaños" de una cuarentona recién separada, y en su situación, aún menos lo entusiasmaba. La función era la noche siguiente así que tenía tiempo para seguir maldiciendo su suerte, al menos por un día más.


Pero, pero, pero... ¿Qué me dicen de Alessandro? Será así tan odioso o es que su carácter tan temperamental arrasa con todo y con todos. 

Solo puedo decir que yo lo amo. 

Nos vemos la semana que viene.


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