V. Pantalones

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Unas alas rojas se plegaban por el cielo tajando el mismo aire con ellas

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Unas alas rojas se plegaban por el cielo tajando el mismo aire con ellas. En aquella noche estrellada se hallaba un dragón de escamas carmesí, descendiendo a una gran velocidad por el monte en el que había residido toda su existencia o al menos la parte que recordaba. Siempre había soñado en salir de allí, aunque sea una vez, para explorar los campos, las praderas, ríos, mares, incluso llegaba a pensar en la fantasiosa idea de explorar el mismo océano, aquella corriente de agua que se decía que era tan grande que nunca acababa, sí, Eijiro siempre soño con salir de allí. Pero nunca lo había hecho, no porque estaba fascinado con quedarse en esa montaña día y noche. No, su motivo eran los humanos. Advertido de que rebosar aquel trazo rojo, que dividía la montaña, era un sinónimo a ser cazado, torturado, explotado y hasta muerto, Kirishima prefirió acortar un poco su libertad para no pagar un precio más caro.
Era bastante peculiar que la causa por la que nunca había salido de su hogar, sea la misma por la que lo estuviera haciendo. Y más singular era el hecho de que se dirigía al hogar de los monstruos, que a lo largo de su vida juro alejarse y nunca ver. No podía hacer nada para cambiarlo.
Sí, en esos momentos Kirishima Eijiro estaba yendo a buscar los pantalones de Bakugou y también unos pantalones para él. Es buen momento para recordar, que para Kirishima, toda prenda existente, es un pantalón. Así que cuando el muchacho hace referencia a ellos, no solo es a la prenda exacta.
No era algo que el rojo deseara hacer, pero después de estar unos momentos "platicando" con el cenizo, empezó a notar que el calor de la cueva no era suficiente. La piel del muchacho estaba ligeramente fría, en especial sus piernas y un pequeño titireteo se presentaba en todo el cuerpo del joven. No iba a aguantar más de un par de horas, no iba a aguantar las bajas temperaturas de la mañana. Ya que esa caberna, era cálida por la capacidad que tenían las piedras de absorber calor por los rayos solares, sol que no se presentaba en la noche y por ende, las rocas empezaban a disminuir en temperatura. Necesitaba darle lo que él había roto con tanta torpeza, como si aquella piel no sirviera para nada. Se sentía estúpido y un desgraciado, estaba arrepentido.
Además, entre la charla recordó como el muchacho soltó una frase que se le hizo particularmente interesante:

ᴇɴ ᴍɪ ᴏᴛʀᴀ ᴠɪᴅᴀ [ Kiribaku ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora